Capítulo D O S

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Ya no necesito ayuda, gente. Fracasé épicamente.

Todo la mañana de hoy, se redujo a mí en una sofocante treta mental que me tuvo dando vueltas alrededor de Nate por todo el instituto con intenciones de invitarlo a la fiesta para que, al final, al abrir mi boca, los nervios me atacaran y le dijera cualquier cosa estúpida.

Cuatro.

Cuatro veces lo intenté y nada.

No pude.

Soy muy consciente que se trata de miedo. Miedo a volver la amistad incomoda entre Nate y yo. Quizás lo pienso demasiado. Es solo ir junto a una fiesta, hemos salido juntos antes, cosas casuales como ir a tomar un helado, ir al parque, o al centro, pero... nada en un ambiente como San Valentín.

Ya olvídalo Miley, solo sigue con lo que hay.

Con el ánimo decaído, sigo escribiendo versos en mi libreta personal mientras muevo mi pie al ritmo de la canción que suena a través de mis audífonos. Hace rato que estoy sentada aquí, en el inicio de las escaleras del pórtico de mi casa. Son casi las seis de la tarde, el sol empieza a ocultarse y sé que no falta mucho para que mi papá llegue y me lleve a mis clases de música.

No sé cuantos minutos pasan pero, de pronto, siento un tacto cálido y delicado en mi barbilla haciéndome alzar la mirada para encontrar a la persona que ha estado recientemente en mis pensamientos inclinada muy —muy— cerca de mi rostro. Sus ojos de un azul vivido y cautivante me observan desde esa poca distancia. Yo no hago más que sostenerle la mirada mientras los latidos de mi corazón comienzan a acelerarse al ser consciente de su aproximada presencia.

Nathan usa su mano libre, la que no sostiene mi barbilla, para sacar el auricular que estoy usando en mi oído izquierdo.

—Hola, Miley —pronuncia, regalándome una pequeña sonrisa, esa que me hace imposible no devolverle el gesto.

—Hola, Nate —saludo de vuelta, casi en un suspiro embelesado.

Vuelve a la tierra, Miley.

Su sonrisa se ensancha antes de liberar mi barbilla y, posteriormente, sentarse a mi lado en el escalón.

E notado que, en ocasiones, sin darme cuenta, me quedo mirando los ojos de Nate. Es algo que no puedo evitar, trato de detallar todo de ellos, de captar algo en su profundidad. Como el hecho de que tiene detalles de una azul más claro, lucido, que los hacen ver como los destellos del sol en el agua de los océanos.

Es algo totalmente fascinante y atrayente.

— ¿Qué escribes ahí? —pregunta, inclinándose un poco hacia mí para echarle un vistazo a mi libreta.

Reacciono tras un segundo, cerrándola de golpe y evitando que él pueda alcanzar a leer.

—N-nada, no-no es... no es nada —balbuceo, nerviosa por el imprevisto.

Son muy, muy pocas, las personas que pueden echarle una ojeada —y mínima— a este desgastado cuaderno que mantengo aferrado a mi regazo. Es algo que siento muy privado, y de lo que sinceramente me avergüenzo de escribir pero no puedo dejar de hacer. Es mi forma de expresarme. O al menos de liberar algunos de mis sentimientos o emociones que se vuelven abrumadores. Estoy segura de que un noventa por ciento de los escritos en esta libreta son referentes a lo que Nate me provoca; así que, por evidentes razones, ni en un millón de años él leerá algo de esto.

Mi vecino retrocede los pocos centímetros que se adelantó al inclinarse a fisgonear, entornando sus ojos hacia mí.

— ¿Nunca vas a mostrarme que es lo que escribes allí? ¿Dónde quedo la confianza? —cuestiona y pone una mano sobre su corazón como si estuviera dolido.

El Sentimiento de una CanciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora