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𝐒𝐚𝐲𝐮𝐫𝐢 𝐬𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐨 𝐝𝐞𝐭𝐫𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐆𝐚𝐚𝐫𝐚 y miró su espalda desnuda. Ni siquiera trató de imaginar qué pensamientos pasaban por su cabeza. ¿Cómo sucedió que todas sus vidas, todas sus imaginaciones y planes se arruinaron? ¿Cómo podría encontrar un solo fragmento entre estas ruinas que lo mantuviera cuerdo? Tenía miedo de acercarse a él y se preguntó por centésima vez si se había dado cuenta de algo antes, ¿podría haberse evitado esta masacre?
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Después de los eventos que tuvieron lugar hace casi siete años, Gaara cambió. Él confió su destino en sus manos. La responsabilidad era enorme, pero ella no tenía miedo. Ella sintió que no podía dejarlo, por lo que se convirtió en su roca. Había aprendido todo sobre él y no sentía punzadas de miedo. Sentía pena por él, era cierto, pero no tenía miedo. Cada luna llena se sentaba con él en aquel colchón idiota y, despidiéndose del sueño, lo apoyaba en la lucha contra el demonio. Todos los días descubría piezas olvidadas hace mucho tiempo de la personalidad de su amado y juntos dieron forma a una nueva versión de él.
Ella trató de convertirse en un vínculo para él con el mundo humano. Ella lo estaba metiendo de contrabando a este mundo para que pudiera dejar atrás este mundo lleno de sacrificios, sangre y Shukaku. Las primeras personas en ayudar con esto fueron Masaru y Kaito. A pesar de algunas dificultades, tuvo éxito y, después de algunas sesiones, ya no temblaban ni parecían estar a punto de sufrir un infarto. Con los años, se han vuelto inmunes al aterrador exterior de Gaara. ¿O tal vez se suavizó? Temari y Kankuro atravesaron este período de adaptación de Gaara de la manera más natural. Eran sus hermanos y parecían preocuparse por su hermano, a pesar de tantos años de miedo.
