Uno.

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Mis manos se deslizaban sobre la hiedra verde mientras que miraba el acantilado que tenía bajo mis pies, oyendo como las olas quebraban en el roquerío que tenía a unos diez metro de mí. Mirar aquellos valles sumamente naturales solamente podían ser propio de este lugar, propio de los acantilados de Moher, el cual era un parque nacional que estaba siempre bastante protegido y resguardado para los turistas, era toda una atracción.

Recuerdo cuando Joe y yo llegamos aquí, proveníamos de la ciudad con más movimiento del mundo, New York. Donde las luces reemplazaban al sol por las noches, donde solo existían grandes avenidas las cuales se encontraban repletas de automóvil, sitio para nada ideal para alguien despistado o prepotente. En aquella ciudad siempre había conflictos entre los automovilistas o peatones ya que hablábamos de masas que se desplazaban como sí nada, por lo que la tranquilidad no era sinónimo de la ciudad, New York era la ciudad que nunca dormía.

Pero todo cambio cuando nuestros padres nos contaron el nuevo proyecto que tenían, se les solicitaba como científicos reconocidos mudarse a Irlanda, específicamente a Cork, ciudad que quedaba cerca de unas tres horas de la capital. Para ese entonces Joe solo tenía 12 años y yo 9 años, por lo que mucho efecto en esa decisión no tuvimos, nos embarcamos en avión el domingo de esa semana.

Recuerdo que Joe estaba muy enojado, primero porque no había podido despedirse de sus amigos y segundo, porque donde nos habíamos mudado estaba repleto de vacas y caballos. Él insistió hasta como los 15 en volver a New York a vivir con Samuel, su mejor amigo.

Totalmente inmaduro, reí ante el vago recuerdo.

Yo de pequeña no tuve mayores impactos con respecto a la decisión de cambiarse de ciudad, esto debido a que en la escuela que existía anteriormente los niños no me dirigían las palabras, además de eso recuerdo más de alguna vez que me golpearon por ser la niña antisocial que hablaba solo con su muñeca, y bueno que se puede esperar, estaba pasando por toda esa fase de tener a los amigos imaginarios.

De más grande comprendí que el haber creado amigos imaginarios hasta tan grande era por el hecho de que mis padres no hacían más que trabajar para ser altamente reconocidos, la cura del sida era su norte. Norte del cual Joe y yo no estábamos contemplados, por lo que pasamos gran parte de nuestra infancia con niñeras de medio tiempo.

Sí me pensaba más allá de todo eso, creo que lo único que heredamos de nuestros padres fue el físico porque el carácter claramente lo habíamos formado de forma independiente, pero claro fue Joe quien se llevó la parte más dura al quererme proteger de cualquier cosa y ayudarme en mi formación, mis deberes o problemas. Ambos teníamos un lazo muy estrecho.

Joe era igual de alto y delgado que mi padre, debía estar cerca del metro ochenta; de mi madre había heredados sus facciones delgadas al igual que yo, pero la gran diferencia de mí y él es que yo era un poco más baja y no delgada hasta estar en los huesos como lucia siempre Joe sino que tenía aquellos abominables rollitos, no grandes pero ahí estaban. Tanto Joe como yo, heredamos las los ojos mieles de mamá, pero de un tiempo hasta parte mis ojos se habían tornado un tanto más claro y le habían aparecido unas pintitas verdes, según Joe se lo decía para burlarme de que sus ojos eran de un marrón caca y que los míos eran "Superhipersensacionales"  lo cual me hacía reír.

La canción tenerife sea comenzó a sonar, me encanaba así que no pude evitar cantarla, luego deslice mi dedo rápidamente por la pantalla y no perder la llamada.

-          Joe– Le nombre.

-          Dónde estás?!–Cuestiono desde la otra línea. – Son cerca de las cuatro y salías del instituto a las tres!

-          Ya papá– Reí ante su regaño.– Cerca de Clare– Hable bajito.

-          Qué?!... Es que yo sabía que estabas loca pero nunca tanto joder!– Chillo dramático, aleje el teléfono de mi oreja antes sus gritos– Eso queda a dos horas de aquí, Leah!

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