Al filo del desayuno

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Cuando Kenma despertó, el aire olía a pan recién horneado. No se puso las pantuflas, no le gustaba llevar zapatos por mucho que Kuroo insistiera en que lo hiciera.

Abrió la puerta muy despacio, intentando evitar que su compañero lo viese, y observó por el hueco de la puerta. Escuchó ruido de cubertería y se le hizo la boca agua pensando en la tarta de manzana, pero entonces escuchó pasos en dirección a su cuarto y se apresuró en volver a meterse bajo las sábanas.

Se quedó inmóvil en la cama, sintiendo el corazón acelerado. El sonido de la puerta de su habitación lo hizo dar un respingo y se incorporó para encontrarse con Kuroo.

—¡Buenos días, dormilón! —exclamó él con una sonrisa, sosteniendo una taza de café humeante—. He terminado la tarta. Ayer dejé reposar la mezcla, pero ya está hecha. Te está esperando en la mesa.

Kenma se quedó sin palabras por un momento, sorprendido por la expresión relajada y amigable de Kuroo.

—Qué bien —respondió con un suspiro de alivio. Se sentó en la cama y se puso las pantuflas por inercia, porque él estaba delante.

Ambos salieron de la habitación en dirección a la mesa del desayuno, y cuando se sentaron, Kuroo dejó la taza sobre la mesa y le sirvió un vaso de zumo de naranja a su amigo.

—Sobre lo de anoche... —dijo, buscando el contacto visual, pero Kenma no estaba por la labor.

—¿Podemos no hablar de ello?

Kuroo se detuvo a medio camino de servirle, ahora, una taza de chocolate caliente.

—Como quieras —dijo con simpleza, pero Kenma notó molestia en su voz.

—Es que prefiero que desayunemos tranquilos y luego ya...

—Luego ya te meterás en tu habitación y evitarás el tema, como siempre haces—dijo Kuroo.

Kenma abrió mucho los ojos.

—¿Te has enfadado?

—No —aseguró el otro—. No es eso. Es que... Cada vez que hay algún problema o tenemos que hablar de algo serio, tú huyes. Y creo que nos hace falta tener esta conversación.

Kenma no respondió. Se limitó a mirar su chocolate caliente humear. Después, alargó la mano para cortar un trozo de tarta, pero Kuroo tomó el cuchillo y lo alejó de su alcance.

—No seas crío —le pidió, pero Kuroo alzó el objeto por encima de su cabeza, sabiendo que el otro no podría alcanzarlo. Kenma alargó la mano hacia él, tratando de agarrarlo, pero no llegaba, así que optó por levantarse y rodear la mesa hasta él. Kuroo soltó una carcajada y se levantó también.

—Kuroo, no me fastidies. Quiero tarta —se quejó, y se puso de puntillas. El otro no pudo evitar reírse de nuevo.

—¿Quién suena como un crío ahora?

—Me da igual, quiero tarta —se quejó.

—Te cortó un trozo si aceptas que hablemos —negoció. Kenma emitió un sonido de protesta, pero entonces ambos se dieron cuenta de su proximidad y se sostuvieron la mirada sin poder evitarlo. Cuando Kuroo retrocedió un par de pasos, se chocó con la mesa del café que había frente al sofá, tropezó y el cuchillo se le resbaló de la mano.

Kenma tuvo la sensación de estar cayendo al vacío durante los instantes en que vio el filo del cuchillo acariciar el abdomen de su amigo.

En un instante, se lanzó hacia adelante, extendiendo el brazo para atraparlo en el aire. No recordaba tener tan buenos reflejos en la vida real.

Un espeso silencio se abrió paso por el apartamento. Kenma sostuvo el cuchillo con firmeza, evitando el contacto visual con Kuroo. Ninguno de los dos se atrevía a hablar, conscientes de la posición en la que se encontraban, pues Kuroo había ido a parar al sofá y tenía ambas piernas sobre la mesa de café, y Kenma estaba inclinado sobre esta de rodillas y con el cuchillo aún en la mano.

Tras unos segundos que se les antojaron eternos, el rubio fue quien se atrevió a romper el silencio.

—Creo que deberíamos hablar —dijo en voz baja, y reaccionó al fin, apartando el filo y dejándolo sobre la mesa.

—S... Sí —balbuceó Kuroo. Sentía que le faltaba el aire. Casi... Le dio un escalofrío al pensar en lo mal que podían haber acabado las cosas.

Fue entonces cuando Kenma reparó en la expresión de su amigo: tenía el rostro colorado, la boca entreabierta y respiraba con pesadez, y los ojos le brillaban más que de costumbre porque se le habían humedecido de la impresión. Se le revolvió el pecho.

—Ven, anda —dijo y le tendió una mano—. Estamos los dos bien, no ha pasado nada. Vamos a desayunar.

Pero Kuroo no se levantó. No mostró siquiera intención de hacerlo, y Kenma se hubiera molestado de no ser porque no le dio tiempo a reaccionar, pues de pronto se vio envuelto entre sus brazos.

—Qué susto me he dado —susurró Kuroo contra la piel de su cuello, y Kenma notó con horror y bochorno como se le erizaba la piel. Supuso que su amigo había reaccionado por instinto, porque un momento después de abrazarlo, lo apartó con delicadeza y lo miró con los ojos muy abiertos—. Perdona, no he...

Kenma le aseguró que no tenía por qué disculparse, pero no pudo evitar darse cuenta de lo difícil que iba a ser recibir cualquier tipo de afecto de su parte a partir de ese momento. Incluso llegó a cuestionarse si alguna vez había pensado en Kuroo de forma platónica, o si siempre lo había visto de esa forma y había enterrado sus impulsos en lo más profundo de su corazón.

El desayuno transcurrió sin más incidentes, y de hecho, apenas se atrevieron a hablarse en lo que quedaba día, no porque estuvieran molestos el uno con el otro, ni porque se guardaran ningún tipo de rencor, sino porque sabían que en algún momento la situación iba a estallar, pero ninguno estaba dispuesto a dar el primer paso ni a afrontar las consecuencias.

HAIKYUU - KuuroKen Timeskip RoomatesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora