Capítulo 14

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El aroma a chocolate caliente siempre me recordaba a los buenos tiempos, cuando en mi más tierna niñez, el abuelo me resguardaba de todos los males de la realidad que nos rodeaba y conseguía esconder las sombras que esta tenía bajo las nubes de azúcar que flotaban en el chocolate listas para edulcorar cualquier miedo.

Todo a mí alrededor me recordaba algo distinto y único de aquella infancia feliz llena de cuentos, magia y fantasía. Al mirar por la ventana volvía a tener siete años, cuando mi mirada curiosa no dejaba escapar ni un solo detalle de aquel paisaje tan atípico.

Donde rascacielos enormes hacían cumbre en nubes esponjosas que se confundían con algodón dulce. Donde los caseríos estaban tan decorados que no podías procesar todo de un solo vistazo. Donde los ríos sonaban diferente y sus melodías inundaban sus orillas repletas de árboles frutales que en verano se verían cargados de jugosa fruta.

Allí el cielo perdía su típico tono azulado y se tornaba rosado. Allí podías encontrar la fauna y flora más variopinta que se pudiera imaginar. Allí, las calles angostas no daban miedo porque conducían a lugares ocultos que te atrapaban con sus luces y colores.

No recordaba la primera ni la última vez que había estado allí ya que, en mis sueños, nunca me fui y siempre estuve allí.

Askatasuna tenía una melodía y una atmósfera que era más mía que de nadie.

Mi abuelo no se movió de su estático lugar cuando me giré hacía él, dando la espalda a las colinas flotantes que me hacían conocedora de que aquello, no podía ser real. No e la realidad que yo conocía.

Aquí, sin embargo, no había leyes ni reglas científicas que impidieran ser u ocurrir.

-Bienvenida Bri.

Mi abuelo me dedicaba una sonrisa radiante mientras extendía el brazo con la taza de chocolate. A lo mejor seguía mareada por la intensidad de las circunstancias vividas hacía un segundo, a lo mejor tenía demasiada información que procesar y mi mente no lograba articular palabra.

No supe reaccionar ni demostrar lo que sentía, por lo que me limité a aceptar la taza y sentarme en uno de los mullidos sillones que vestían la habitación de madera.

Él no había cambiado mucho. Estaba más viejo y con alguna cana más en el cabello castaño que le quedaba pero, por lo demás, seguía siendo el abuelo Nicolás de siempre. Un hombre alto, con una tez cubierta de lunares y pecas, marcada por las arrugas de la edad cubiertas por las típicas camisetas coloridas que se usan para ir a la playa.

En silencio se acercó a mí y se sentó a una distancia considerable. Se levantó las gafas con un dedo, buscando las palabras adecuadas para no encender la chispa iniciadora de mi furia contenida. Sus ojos marrones chocaron con el verdor de los míos antes de pronunciar lo que, por tanto tiempo, me debía.

-Lo siento tanto, pequeña. Siento haberme ido así.

-¿Por qué?-era lo único que lograba pensar en aquel momento.-¿Por qué me dejaste sola?

-No estabas sola, Delia...

-Mamá se terminó rindiendo poco después de que desaparecieras. ¿Sabes lo qué es no saber si un ser querido está vivo, muerto, secuestrado?

-Créeme que sé lo que sientes.

-Entonces me hiciste pasar por todo eso aún siendo consciente de cómo me iba a afectar.

-No había otra forma Bri, tenías que empezar a vivir tu propia vida.

Le miraba perpleja ante esa declaración. ¿Se suponía que esa era la forma en la que debía aprender a vivir? ¿Sola y con mil preguntas sin respuesta lógica?

Crónicas de una RaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora