Capítulo 1

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De derecha a izquierda, de derecha a izquierda y otra vez repetía el patrón marcado por ellos. Sin parar, porque cuando paraba comenzaba a pensar y para ellos eso era el fin de mi cordura y mi saber estar.

No les gustaba que imaginara cosas, que dejase fluir mi pensamiento, que escribiera lo que siento, lo que temo o lo que deseo.

Era muy irónico ya que normalmente cualquier profesional de la salud mental te recomienda expresar lo que sientes por medio del arte, de la propia imaginación con el fin de hallar la forma de sanar el alma, de acallar los tormentos que aúllan en la mente.

Y a mí no me dejaban.

Yo debía mantenerme repitiendo el patrón, una y otra vez, una y otra vez sin descanso para pensar.

"Debes mantener la mente ocupada para que no vuelvas a tener otro episodio.". Decían continuamente a mi alrededor. "Repite el patrón."

¿Episodios? Así querían que me refiriera a mis trances, a mis momentos más delirantes donde mi batalla interna era más difícil de llevar, de controlar.

Me cansé de andar de derecha a izquierda por la diminuta habitación, el mareo se hacía presente en mi cuerpo una vez más, de tanta vuelta y vuelta, tuve ganas hasta de vomitar.

Me senté en la angosta cama y cerré los ojos tratando de mitigar las ansias de caer hacia el duro suelo de baldosas amarillentas. Necesitaba un momento, pero no para pensar. Lo necesitaba para respirar y volver a buscar un patrón que replicar.

No me dio tiempo, la puerta de la habitación se abrió dejando ver una silueta envuelta en una bata blanca.

-Briana, ¿Te encuentras bien? -su voz me llegó como un susurro que se alejaba cada vez más de mí.

-Genial.- comenté aún con los ojos cerrados intentando sonar lo más normal posible. -No son las cinco y media.

Esa era la hora en la que Mery pasaba cada tarde por las habitaciones para su consulta privada con cada interna.

-Lo sé, pero hoy acaba tu estancia aquí como interna y pensé en ser yo quien te acompañe a encontrarte con tu familia en la entrada.

De tanta medicación que entraba en mi organismo con cada comida en este sitio perdía hasta la noción del tiempo. Ya habían pasado 28 días. Casi un puñetero mes encerrada en esta habitación blanca con barrotes en las ventanas.

-Deberías arreglarte un poco antes de empezar a recoger.- seguía relatando ajena a la fuerza que estaba haciendo para no vomitar todo mi desayuno.- Ya sabes, lavarte la cara y esas cositas...

Dio media vuelta y desapareció mientras la guardia de mi planta me miraba con aburrimiento esperando que me levantase para llevarme a los baños.

Ni a los baños podía ir sola en este lugar del demonio en el que me habían metido en contra de mi voluntad y sin escucharme.

Me levanté como pude y cuando ya estaba en los baños, miré mi reflejo en los sucios espejos que cubrían las paredes derechas del lugar.

Normal que me preguntara por mi estado. El reflejo paliducho de una chica castaña me miraba desde aquellos espejos. Me veía demacrada a niveles preocupantes, con unas feas ojeras bajo los grandes ojos verdes que no lograba entender.

La medicación me hacía dormir como muerta que no quiere revivir pero estaba claro que no me hacía descansar.

Me lavé la cara, preparé mi mochila con las cuatro cosas que me habían dejado llevar y cuando por fin estuve en la recepción me devolvieron el móvil bajo la atenta mirada de la Doctora Mery.

Ella era la única psicóloga, me atrevería a decir profesional, de este centro que realmente se preocupaba por los internos, por escucharlos e intentar ayudarlos.

Yo no quería su ayuda pero me caía bien y eso era difícil, no me gustaba la gente.

-Todo mejorará ya verá, su hija ahora tiene todas las herramientas para no... -le contaba alegremente Mery a mi madre mientras ella solamente me lanzaba miradas que no era capaz de descifrar.

Siempre igual.

Dejé de prestar atención y me puse a contar los agujeros de las celosías de la entrada, buscando el patrón, la repetición.

Pero esta vez no conseguí sacarme de la cabeza la rabia que le guardaba a mi madre por ni siquiera haberme escuchado. Mi madre, la que se suponía que me protegería de todo y creería mi versión, no lo hizo.

En el momento en el que dije ese nombre, ella se escandalizó tanto que ni me dejó terminar, Pensó que todo volvía a pasar, que mi pasado volvía a mí y que, una vez más, me dejaría arrastrar.

Las otras veces me escuchaba, me consolaba y me decía que juntas aprenderíamos a superar todo lo que me atormentaba. Pero, años después, cuando realmente necesité todo eso, simplemente tiró la toalla conmigo.

Llamó al psiquiátrico y me internó bajo el pretexto de que había tenido un supuesto episodio de alucinaciones y delirios que nunca llegó a pasar. No ahora.

No me escuchó.

Mi madre, Delia, una señora griega de cincuenta años que de joven encontró el amor en España cuando, en tercero de Derecho, realizaba un intercambio de estudios y se cruzó con mi padre, un hombre que según decían, era amable y carismático.

Se veía que mi madre estaba cansada de la vida, de todos los sacrificios que tuvo y tenía que hacer para seguir adelante, de los comentarios de la gente, de la muerte de mi padre y de mí.

Cuando me escuchó pronunciar aquel nombre, el que me llevaba persiguiendo desde pequeña y que parecía que por fin había desaparecido, no se lo pensó y me internó.

Hace 28 días, transcurría una mañana normal en mi universidad. Las clases me estaban resultando tan pesadas que convencí a Érica de ir a la cafetería por un café, para ahogarme en él.

Esa mañana no estuvo muy transitada por lo que, en un momento dado, Érica decidió entrar a la siguiente clase y yo quedé sola en una parte de la cafetería sin ganas de escuchar al profesor leer el PowerPoint, más viejo que yo seguramente.

Fue ahí cuando ella volvió. La vi. En la entrada de la cafetería, se asomaba una chica de más o menos mi edad, con una gran melena morena y unos ojos azules que se clavaban en mí como puñales al rojo vivo.

Era ella. Lara había vuelto y yo no sabía qué hacer con eso.

Corrí, como una cobarde, dejando atrás mis problemas, a ella. Fui hasta mi casa donde llamé a mi madre para poder hablar y no caer en desesperación. Pero ella no me dejó terminar.

Volvió a casa del trabajo, más pálida que yo y sólo me dijo una sencilla frase que recordaré durante toda mi vida, ya que jamás esperé oírla de ella.

"No pienso volver a pasar por esto. No quiero más de esta mierda".

Ni siquiera estaba segura si había visto bien o sólo me dejé llevar por mi mente o mi cabeza atormentada y saturada de no dormir apenas.

Pero no me equivoqué, ella había vuelto. Lara me encontró después de tantos años.

Me encontró cuando la batalla en mi cabeza me estaba consumiendo más que nunca, cuando más dudaba de mi cordura.

Crónicas de una RaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora