Capítulo 7

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Tras muchos años corriendo en dirección contraria hacia la oscuridad, al fin me había atrevido a asomar la cabeza a aquello que tanto me atormentaba.

Cuando llegamos a mi casa, no había nadie para variar. Subimos las escaleras y conduje a Lara hacia mi cuarto.

- Es igual a cómo me lo imaginaba.- miraba a su alrededor con curiosidad y esa mirada cargada de ganas de conocer más allá de lo que le mostraba, tan característica de ella. –Es muy parecida a la de casa de tu abuelo.

- Hay cosas que no cambian nunca. –lo decía por mi gran obsesión con los libros.

Cada vez tenía más y más. Todos colocados por colores y autores en la estantería. Me los había leído todos en busca del que pudiera llenar el vacío que sentía.

- ¿De qué querías hablar? – me atrevía a preguntar tras un rato en un silencio que no ayudaba a mi nerviosismo.

- Llevo tiempo buscándote pero como siempre estás alejándote de mí no he sido capaz de encontrar el momento para darte el mensaje que tengo.

Mi cara era un poema. La verdad que no le faltaba razón pero me costaba tanto creer que esto era real, que aún luchaba con las ganas de tomarme las pastillas y ver si ella seguiría aquí tras eso.

Pero decidí no hacerlo. Algo me impulsaba a querer escuchar lo que tenía que decirme.

Había echado de menos su voz por mucho que me ardiera reconocerlo.

- Yo no quería evitarte, ellos me decían que no era bueno para mí hablar con algo que mi cabeza crea.

- ¿Y cómo te ha ido con eso? ¿Te ha hecho sentir mejor?

- No.

- Me miraba con una gran pena en su rostro. Me había dado las supuestas pruebas de que existía y yo aún dudaba. El dolor en ella no se escondía.

- Tantas veces te lo repitieron que te lo grabaron a fuego.

Lara tenía toda la razón. Pero, ¿eso era malo? Supongo que sí aunque nunca me atreví a pensar lo contrario hasta ahora. No era tan valiente para desmentir lo que se decía de mí cuando yo misma lo llegué a pensar también.

- He venido a pedirte ayuda. –se sentó en la cama para seguir hablando como si necesitara estar tranquila para decirme el dichoso mensaje que tantos dolores de cabeza me había traído. – Está pasando algo muy malo de donde vengo y no somos capaces de encontrar una solución.

- ¿Cómo?

- Te necesitamos.

- ¿Quiénes?

- Todos nosotros, yo te necesito y tu abuelo también. –me dijo muy sería.- Esto se nos ha ido de las manos y podría acabar muy mal.

- Espera un momento porque yo esto ya no lo aguanto.

Cogí la caja de Haloperidol de mi mesilla y me tomé dos bruscamente. Suficiente de esta mierda por hoy.

Por dejarme llevar me había dado donde más me dolía.

Mi abuelo.

Si había algo que me podía demostrar que estaba en medio de una alucinación era eso. La mención de mi abuelo.

Nicolás Jauregi era un señor procedente del norte de España, con un apellido tan raro de pronunciar como bonito de escuchar. Él era el padre de mi padre, al cual no llegué a conocer por culpa del cáncer que se lo llevó pero todos decían siempre que eran idénticos hasta en la forma de sonreír.

De tal palo, tal astilla.

Un hombre que toda su vida se había dedicado a su taller de vehículos y que en su tiempo libre dejaba ver su verdadera vocación frustrada, la escritura.

Crónicas de una RaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora