Capítulo 4

130 21 6
                                    

No, no y no. Esto no podía estar pasando, no debía estar pasando joder.

-Perdona por el susto, pero me pareció buen momento para...

-¿Para qué? -chillé.

Esto estaba llevándome a mi límite, me estaba alterando tanto que no era capaz de controlar mi voz. No podía estar teniendo otra crisis. Tan rápido y tan fuerte.

-Para hablar contigo Bri. -me dijo con una calma que me ponía aún más nerviosa.

-¿Hablar? - no me podía estar pasando esto otra vez. -Lara, no existes. No puedo hablar con algo que no existe.

Me había temblado tanto la voz que ni yo me reconocía en esas palabras.

Frunció tanto el ceño que por un momento perdió esa apatía tan preocupante con la que me miraba.

Lara era más alta que yo, con una larga melena negra y unos ojos azules tan profundos como el mismo mar. Mirarlos era como nadar en un mar lleno de olas que chocan continuamente con las rocas y se desvanecen.

- ¿Me estás llamando fantasma? - me soltó tras unos segundos procesando lo que le había dicho.

Ya no sabía si reír o llorar. Si Lara era producto de mi imaginación, qué se supone que era esto. ¿Me estaba vacilando a mi misma? Era tan surrealista que por un momento me resultó hasta cómico.

Lara no existía. Era parte de mis crisis, de mis delirios. Eso me decían todos y si nadie la veía es porque tenían razón.

Estaba loca y encima, mi locura se metía conmigo.

Al ver que no contestaba, ella se acercó y puso su mano en mi brazo.

Contacto físico.

Sentía el calor de su mano en mi brazo. Tan real y tan humana que me asustó más lo que me llevó a aparatarme bruscamente de ella e intentar buscar un patrón que repetir para que esto acabara.

No iba a volver al psiquiátrico así que me puse a nadar en círculo por el cobertizo con Lara mirándome entre divertida y consternada.

-No voy a desvanecerme de la nada por más vueltas que des, Bri.

La ignoré.

-He venido a hablar contigo porque ha pasado algo muy grave.

Dios santo, no paraba y yo ya me estaba empezando a marear.

-Que acabe ya por favor. -dije más para mí que para ella.

La primera vez que vi a Lara yo tenía cinco años. Era mi amiga. Jugábamos juntas todas las tardes en el parque de la comunidad de vecinos de mi abuelo.

Yo no paraba de hablar de ella y mi abuelo no parecía escandalizado por ello. Era normal que tuviera amigas en el parque.

Mi madre sí que se escandalizó cuando, al pasar los años, yo seguía hablando de ella y se puso a investigar ya que no había logrado conocerla.

Cuando encontró que no había ninguna niña con ese nombre en la comunidad de vecinos, ni nadie había oído hablar de ella por la zona, empezó el problema.

Al principio lo dejaba pasar, yo era pequeña y era normal que tuviera amigas imaginarias al ser tan solitaria. Necesitaba distraerme mi mente y jugar. Cómo cualquier niño.

Aún recuerdo las largas conversaciones que tenía con mi abuelo sobre eso y lo poco que parecía preocuparle a él todo el asunto. Tanto era así que incluso me preguntaba por ella y se interesaba por mis historias sobre las aventuras que vivíamos cada tarde.

Cuando la adolescencia llegó, mi madre decidió que era momento de acudir a un profesional y ahí fue cuando llegaron a mí las pastillas y las supuestas crisis más graves.

Hacía años de la última. No quería ni recordarlo.

Y ahora, aquí estaba otra vez, la sensación de ahogo como si mis pulmones no fueran capaces de retener el aire, los temblores en todo el cuerpo y la opresión en el pecho.

Y ella.

-Relájate, porque no me voy a ir hasta que hablemos.

Paré.

Fui hasta la puerta del cobertizo rodeándola sin mirarla. Apagué la luz y salí cerrando la puerta detrás de mí tan fuerte que la mano me ardió.

Cada vez tenía la vista más borrosa y las lágrimas resbalaban por mis mejillas sin control. Necesitaba aire.

Me di cuenta de que no había soltado el cuaderno en ningún momento. Lo apretaba tanto que estaba dejando marcas en el cuero.

Corrí a mi habitación, cerrando cada puerta a mi paso como si la vida me dependiera de ello y sin importarme hacer ruido. Mamá no se despertaría ni con una bomba después de las tres botellas vacías que había en su escritorio y que seguramente se había bebido de golpe.

Una vez en mi habitación, me metí en la cama con todas las luces apagadas. Repetí las respiraciones que me habían enseñado los médicos y logré calmar mi malestar un poco.

Me quedé sentada bajo las sábanas por lo que me parecieron horas, contando número a número hasta que mi cuerpo dejó de temblar y sollozar.

Se había acabado.

Dejé el cuaderno en la mesilla y alcancé mi pastillero. No me tocaba ninguna pastilla a esas horas pero tenía unas de emergencia. La dosis de refuerzo.

Me la tomé sin necesidad de agua. Era tan triste que me hubiera acostumbrado a tragarlas como si fueran comida normal.

Con esta dosis haciendo efecto en mi organismo, no tardé en quedarme dormida sin importarme lo más mínimo tener, únicamente, unos miserables cereales en el estómago para hacer frente a los fármacos.

Necesitaba descansar, desconectar y olvidarme todo por unas horas.

Desgraciadamente, eso solo lo conseguía con las pastillas.

Crónicas de una RaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora