Capítulo 3

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Mi habitación estaba hecha un desastre aunque no sé porqué me extrañaba. Mamá nunca entraba en ella y mucho menos para limpiarla. El resto de la casa estaba impoluto. Seguramente el señor que se encargaba de la limpieza de casa tenía mucho que ver.

No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que mi madre había cerrado mi habitación en cuanto estuve internada.

No vi a mamá ni siquiera en la hora de la cena, así que tras pensarlo un rato, me preparé unos cereales y me los comí en silencio.

Sola.

No me apetecía ni siquiera encender la televisión o ver algún vídeo de Youtube en el móvil. Tenía una opresión en el pecho que ya era conocida pero, algo había en mi interior que me decía que esta vez, era peor.

Normalmente me gusta estar sola. Podía alejarme de todo como de los comentarios mal disimulados cuando tenía que sacar el pastillero en alguna comida.

"Tan joven y con tal cantidad de pastillas para tragar".

O de las constantes discusiones con mamá y la necesidad de tener una botella de alcohol cerca de ella para no terminar levantándome la mano.

¿En qué se había convertido? ¿En qué la había llevado a convertirse?

Si tuviera que definir la culpa, usaría mi propia vida. Toda ella estaba cargada de esa sensación tan horrible que se instauraba en todo tu ser y te obligaba a medir tus palabras, a tener miedo de las decisiones que tomas, a perder el apetito, a cuestionarte qué hacías mal.

En unas horas tuve la habitación medianamente limpia y ordenada. Nunca había sido muy estructurada o meticulosa con las cosas que me rodeaban. Siempre tenía todo revuelto y tenía la mala costumbre de dejar muchas cosas a medias.

El abuelo solía decirme que las mentes creativas crean orden dentro de su propio desorden. Repetía que el desorden que veían muchos podía ser la calma de otros.

Pero eso acabó con los patrones que me obligaba a seguir por consejo de los psicólogos.

Me gustaba pensar que el abuelo me hubiera aconsejado algo muy distinto. Me hubiera dicho alguna tontería, como diría mi madre.

Tonterías que a mí me alegraban el alma. Tonterías que para mí eran las verdades más absolutas camufladas con burla.

Me hubiera dicho que los patrones son aburridos, que están bien por un rato, pero que para un artista, los patrones son límites que no dejan avanzar hacia la paz que genera lo caótico para una mente creativa.

Eso era él. Un artista.

Una constante vibración me alejó de las divagaciones en las que me sumergía continuamente. Saqué mi móvil y vi varios mensajes.

"Sé que es tarde pero quería saber si habías llegado bien a casa."

"Tu madre me dijo que hoy te soltaban."

"Te guarde apuntes para que recuperes el mes que te has pasado encerrada."

Érica. Debió venir a hablar con mi madre cuando desaparecí de un día para el otro. Prefiero no pensar en lo que le habrá contado.

Le digo que estoy bien y le doy las gracias por los apuntes intentando no estresarme por todos los trabajos que tendré que recuperar. No me gusta sacar malas notas y esto podría perjudicarlas.

Mamá puede permitirse perfectamente pagarme una segunda matrícula si algo va mal pero, por cómo está todo, prefiero no tener que pedirle nada.

El grado de Estudios Literarios, era mi carrera soñada desde que era niña. Siempre me gustó escribir y leer. Me fascinaba poder ser parte de las obras que salían de la imaginación de las personas. Para mí era como viajar, a otros mundos, a mundos imaginarios de cada autor que conseguían atraparte y hacerte creer ser parte de ellos.

Crónicas de una RaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora