Capítulo 8

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La facultad era un sitio que me producía sentimientos contradictorios ya que era un sitio donde podía escribir pero a la vez, no podía mostrar mi verdadero potencial. Era como si, en este mundo, me limitaran por miedo al qué dirán.

Quizás este mundo aún no estaba listo para descubrir lo que yo tenía que mostrar. La gente teme a lo que no conoce y los ignorantes temen a los que no encajan en definiciones de normalidad.

Aún así, la carrera a la que había conseguido entrar me llenaba en cierta parte, porque me gustaba y me abría puertas a un mundo laboral que, lejos de disgustarme, me parecía bastante prometedor.

Dijese lo que dijese mi madre.

Para ella, el mundo de la literatura estaba en decadencia. Para mí era un mundo que había que explorar y entender donde conviven tanta variedad de seres humanos con mentes tan diferentes que crean un caos para todos aquellos que no se empapaban de él.

- Para mañana quiero que leáis este documento...

Realmente me importaba bien poco lo que dijera la profesora ese día. Mi mente estaba ocupada pensando en la carta. Daniel tenía razón.

Había pasado una semana y el asunto de la carta se había vuelto una gran bola de ansiedad dentro de mí.

Normalmente cuando no me atrevo a hacer algo pongo una fecha límite para hacerlo. La fecha había llegado. Era hoy el día en que la leería y me llevaría la decepción de mi vida o me llenaría aún más de problemas.

"¿Y si es información sobre el abuelo y su paradero? ¿Y si dice algo malo?"

Muchos "¿Y si?" se repetían en mi cabeza y cada cual era peor que el anterior.

Buscar un patrón que repetir. Contar las rendijas de las numerosas ventanas de la clase.

Y volver a repetir el patrón para la mente despejar y poder parar de pensar.

- ¿Qué vas a hacer esta noche Bri? –me sacó de la ensoñación Dani.

- No sé la verdad. Intentar hacer algo para distraerme.

- Bueno, podríamos ir a la fiesta de la Facultad de Derecho, todos juntos. –se aventuró a decir Dani mirándonos a Érica y a mí.

Esta última llevaba medio dormida la mayoría de las clases.

- Es buena idea. Muchas personas de clase van a ir también. –farfulló sin levantar la cabeza de sus brazos sobre la mesa.

La verdad que no me convencía mucho la idea. Me agobiaba solo la idea de estar rodeada de tanta gente pero quizás me serviría para no pensar en lo que sea que leyera en la carta.

- Está bien. –cedí.

Érica levantó tan rápido la cabeza que se mareó por un segundo. Supongo que no esperaba esa reacción positiva por mi parte. Cada vez que intentaba convencerme para asistir a un sitio así obtenía un no.

No era malo que a alguien no le gustara salir de fiesta siempre que sus amistades lo entendieran y respetaran.

Yo prefería planes distintos, como ir a una cafetería no muy concurrida a charlar o simplemente a leer.

El silencio compartido me parecía algo tan precioso e íntimo.

Planeamos reunirnos a las diez y media en la puerta de la Facultad de Derecho ya que, la fiesta era en un descampado detrás de esta. Y sin mucho más, la jornada de clases acabó y el momento que tanto había esquivado, llegó.

Abrí mi mesilla de noche y saqué el sobre del cajón. Me senté en la cama con el corazón en un puño y haciéndome a la idea de que después tendría que tomar las pastillas de refuerzo para calmarme.

Todo lo relacionado con el abuelo Nicolás me ponía de los nervios.

Era mi familia más cercana, aparte de mamá y hacía años que me debatía en si seguiría vivo en alguna parte del mundo.

Mi familia materna vivía en Grecia, en el pueblo natal de mi madre. Uno cerca de Florencia. De pequeña había ido varias veces de visita y mis abuelos maternos me llaman en las fechas importantes.

Mamá no tiene buena relación con ninguno de ellos, por eso decidió quedarse en España tras la muerte de papá.

Cuidadosamente saqué la carta del sobre y me armé de valor, por una vez en mi vida. Era hora de dejarme de tonterías.

"A mí querida nieta Briana,

Perdóname por no haberte contactado en tantos años y seguramente, por el dolor que causé con mi partida.

No lo planeé. Sabes que no me gustan esas cosas.

Todo iba muy bien pero de un momento a otro, el mundo se me vino abajo y la realidad de se volvió demasiado aburrida para este viejo loco.

Dejé la medicación y todo volvió a mí de una forma tan estrepitosa que casi podría decirse, que me arrastro hacía un destino que tú y yo conocemos muy bien.

Sé que me entiendes a pesar de usar estas metáforas que tanto nos gustan a nosotros los artistas y escritores.

Mi adorada niña.

Cada día la situación aquí empeora y yo soy cada vez más mayor y débil.

Venir aquí supone muchos riesgos pero, debemos hacer algo o todo se destruirá incluyendo todo lo que dejé atrás.

Necesito tu ayuda Bri.

Ha llegado el momento donde tengo que cederte el testigo.

Te prometo que una vez nos reunamos te explicaré todo. Sólo espera la ayuda de Lara tras leer la carta.

Sé que tardarás al saber de su procedencia al igual que tardarás en aceptar que ella no es un delirio.

Créeme, te entiendo más de lo que crees, mi pequeña creadora de mundos.

Te espero en el lugar donde siempre estuvimos juntos.

Askatasuna.

El abu Nico."

Tuve que leerla dos veces para poder terminar de asimilar que, efectivamente, era una carta de mi abuelo. Era su letra. No la confundiría jamás porque, de pequeña, leía cientos de veces sus cuadernos de escritura.

Me dejé caer de espaldas en la cama. Miré el techo citando en mi mente cada palabra de la carta.

Yo sabía que estaba vivo. Él estaba vivo.

Y no sé si eso me hacía sentir feliz o enfadada. Jamás se puso en contacto conmigo. Jamás escribió para decir que estaba bien y a salvo. Hasta ahora que necesitaba algo de mí, mi ayuda.

Estaba cansada de las verdades a medias y los contextos mal contados.

Todo era tan confuso. La carta me la dio Lara, mi supuesta amiga imaginaria que resultó ser de carne y hueso. Pero, eso no era lo más raro.

Él me esperaba en nuestro sitio especial.

"¿Todos estos años estuvo allí?"

Era imposible. Él mismo decía en la carta que había dejado la medicación. La Doctora Mery me comentó que muchas veces, las enfermedades psicológicas eran hereditarias. Quizás él estaba debajo de algún puente en cualquier ciudad del país en medio de un delirio continuo.

Como el loco que era. Como yo terminaría si me dejaba llevar.

Pero, había algo que me empujaba a creer que esto no era así.

Lara.

Lara y mi repentino descubrimiento de que el supuesto fantasma que me atormentaba era de carne y hueso. No como ellos decían.

Mi abuelo me esperaba y necesitaba mi ayuda por algo que parecía grave. Lara sonaba seria cuando habló conmigo ya hace tiempo. Ella estaba esperando a que yo leyera la carta y diera el paso de dejarme llevar por lo que tanto he intentado dejar en el olvido.

Askatasuna. 

Crónicas de una RaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora