Capítulo 17

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Pov Samantha Rivera.

Volví a acariciar la mejilla de mi rubia con suavidad. Estaba profundamente dormida, y no se removió ante mi contacto.

Había estado llorando. Sus mejillas estaban surcadas en lágrimas y sus ojos estaban hinchados, al igual que sus labios.

¿Por qué lloraba?

¿Acaso era que extrañaba a su familia?

¿Querría alejarse de mi?

No.

No podía ser eso, ¿O sí?

La idea me hizo estremecerme. Rayos, odiaba sentirme así.

A pesar de los muchos riesgos que había corrido en mi vida, siempre había sido muy segura de mi misma. No sentía miedo. Y ahora, así como si nada, me sentía extremadamente vulnerable. Y todo por esta niñita de aquí.

Odiaba sentirme vulnerable. Odiaba darme cuenta de que por primera vez en mi vida, había una persona que podía lastimarme de verdad. Y esa era ella.

Suspiré, levantándome de la cama.

No podía irse.

No la dejaría irse.

No puedes obligarla a quedarse.

Decidí alejar aquellos pensamientos de mi cabeza, y me interné en la ducha, pero otro pensamiento alarmante me asaltó.

Mantovani había vuelto a la acción.

Estaba buscándome como loco, y había prometido hacer pagar a Ari también.

¿Pagar por qué? ¿Qué clase de culpa tenía ella en todo esto?

Todo era por mí. Si yo no me hubiera inmiscuido en su vida de una forma tan abrupta, nada de esto estaría sucediéndole.

Has arruinado su vida, amiga.

Gruñí, echando la cabeza hacia atrás para que el agua caliente me baffara el rostro.

No había vuelta atrás. El daño ya estaba hecho.

Ahora debía enfocarme en lo inminente. En cómo proteger a Ari. Porque si de algo estaba realmente segura, es que nada le sucedería a Abril. No lo permitiría.

Alejaría cualquier tipo de peligro de ella.

Incluyéndome a mí.

Pov Abril Garza.

Oh, Dios. Náuseas otra vez. Rodé sobre mi costado, cerrando los ojos con más fuerzas.

Si las ignoraba, quizás desaparecerían.

Cabe destacar que no lo hicieron.

Gruñí, medio adormilada, y abrí un ojo para ver qué hora era.

Ayer, entre lágrimas, había caído rendida a las siete de la tarde. Y ahora eran las diez de la mañana.

¿Dónde estaría Samantha? ¿Se habría ido a trabajar ya? ¿Por qué no me habría despertado ayer?

Me levante con cuidado, y me senté en el borde de la cama, repasando mí estado en general.

Me dolía la cabeza y tenía nauseas. No estaba tan mal.

Caminé tambaleándome hasta el cuarto de baño, y salí media hora más tarde, acicalada y mucho más fresca.

10:30

¿Seguiría en casa?

Bajé las escaleras con cuidado. Antes, a pesar de mi innata torpeza, nunca había sido muy cuidadosa con mis movimientos. El saber que una personita crecía dentro mío me había vuelto mucho más prevenida.

Suya | RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora