capitulo 1. El nuevo despertar

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23 de septiembre de 1998. Galicia.
Equinoccio de otoño.

La niña jugaba feliz con sus hermanos. Recogía conchas de la orilla para su madre, pero estas se le escapaban torpemente de sus minúsculos dedos. Adentró de nuevo la impetuosa mano en la arena húmeda, sabiendo que encontraría un montón de ellas. Cuando sacó el puño, algo brillante se le quedó colgado entre los dedos. Lo miró un momento, embelesada. Era tan brillante ese cristal.
Gritó de alegría y, orgullosa, le enseñó a su madre el gran hallazgo.
—¿Qué traes ahí, Selene?
—Es un tesoro, mamá —contestó mostrando un péndulo de cristal que colgaba de una cadena.
Su madre lo observó un momento entre sus manos. Entonces, risueña, le colocó el colgante en el cuello.
—Este es tu tesoro. Será un cristal mágico y tú serás una gran maga —dijo la madre alzando el tono para dar más importancia a sus palabras.
La niña lo contempló en su cuello y, con carita soñadora, rio.

30 de julio de 2015. Madrid.

Por tercera vez en la última hora miraba el reloj digital de la pared, ya solo quedaban quince minutos para cerrar. Disfrutaba de su trabajo, pero hoy necesitaba liberarse en el gimnasio para dejar de pensar en Juan. Se dirigió a la camilla para retirar el papel recién usado que la cubría, lo arrugó haciendo una pelota, y la lanzó con todas sus fuerzas dentro del cubo de basura, donde había depositado el resto de las agujas y tintes desechables.
Tenía que acabar con esa relación. Tóxica, le había dicho Ana, su empleada en el estudio. Tenía que darle la razón, pensaba que, además de tóxica, era una relación de mierda, con todas sus letras. No sabía cómo había acabado alargando aquello con ese tío.
Le gustaba el sexo con él, nada más, y nunca le había dado a entender que quisiera otro tipo de relación más íntima. Desde un principio habían sido claros el uno con el otro, sin embargo, lo que había ocurrido la pasada noche no tenía por qué aguantarlo. Lo usó como excusa para dejarlo al fin. ¿Por qué no paraba de importunarla con mensajes al móvil? No tenía que darle explicaciones de dónde iba ni con quién andaba. Estaba harta.
Preparó el equipo de tatuaje con movimientos impacientes, quería dejar todo listo para primera hora de la mañana. Ana le había concertado una cita con un cliente y, además, le esperaba trabajar toda la jornada, pues esta le había pedido el día libre. Le vendría bien estar ocupada, serviría para no pensar más en ese gilipollas. 
Terminó de prepararlo todo y se llevó la bolsa de basura a la calle. Con la mochila ya en el hombro, activó la alarma de seguridad que había instalado hacía unos meses. Últimamente, se habían dado algunos robos en la zona y no estaba dispuesta a que destrozaran el negocio que tanto esfuerzo le había costado sacar adelante. Eso de ser autónoma era una verdadera pesadilla en esos tiempos, entre gastos de alquiler, pago de impuestos y demás obligaciones se sentía ahogada.
Sacó la bici a la calle y tiró de la puerta corredera hacia abajo para cerrarla.
Sobresaltada, se giró hacia la carretera con una mano al pecho, pues un claxon sonó de forma estridente a pocos metros delante de ella. Un coche protestaba al deportivo que tenía delante que, a pesar de tener el semáforo en verde, no continuaba su camino.
Lo fulminó con la mirada, odiaba la impaciencia de algunos.
El deportivo oscuro estaba parado y, extrañada por su actitud, intentó ver a través de sus cristales tintados. No fue capaz de distinguir nada, aunque algo extraño le sucedió. Sintió que el pelo de la nuca se le erizaba y, atraída por un deseo imperioso de ver quién lo conducía, avanzó hacia él. No podía resistirse a esa atracción, necesitaba con urgencia llegar hasta la ventanilla.
A pesar del calor que hacía en la calle, notó que se sofocaba aún más al acercarse al coche. Curiosa, se agachó para observar a través del cristal. Se asustó cuando el motor del coche rugió y se puso en marcha. Atónita y envuelta en una densa nube de humo, vio cómo se alejaba.
Un extraño vacío la inundó, y sacudió la cabeza, confundida, pues no comprendía aquella sensación de pérdida que se había adueñado de ella. El sudor le había cubierto la frente, incluso había aparecido sobre su labio superior; se limpió con la mano.
Observó cómo desaparecía calle abajo hasta que el coche de atrás la hizo salir del extraño trance en el que estaba. Este, haciendo fuertes aspavientos con los brazos, la increpó como si tuviese la culpa de todo, devolviéndola a la realidad.
—¡Que te den, gilipollas! —Enseñó el dedo corazón, desafiante.
Molesta, le volvió la espalda, ignorándolo, y montó en la bicicleta. Los insultos del hombre se escucharon hasta que dobló la esquina, desapareciendo por fin de su vista. Negó con la cabeza, hastiada, pensando que solo encontraba capullos a su paso.
Más adelante, tiró la bolsa de basura a un contenedor y vio las luces parpadeantes del bar de Juan en la misma acera. Siempre que salía de trabajar se acercaba a saludarlo. Se le dibujó una media sonrisa al pasarlo de largo, se iría derecha a entrenar.
Tres días en semana iba al gimnasio de su amigo Brad a practicar Krav Maga. Le ayudaba a descargar esa furia que en los últimos meses parecía enredarla, y hoy más que nunca necesitaba pelear para liberar todo ese mal genio.
Entró en el gimnasio y le extrañó no ver a nadie en la recepción. Pasó como si nada; después de dos años se sentía como en casa. Fue directa a cambiarse al vestuario. Se desprendió de su colgante y pulseras, y sacó las mayas oscuras y el top a juego de la mochila.
Por fin estaba preparada para dar fuerte. Se disponía a salir, cuando las voces de un hombre y una mujer le llegaron en un claro susurro. Se paralizó al instante, atenta.
—Pero han estado muy cerca, si han despertado habrá que actuar.
—No lo sé, ahora la veré y te avisaré si es necesario. Cuídate.
Miró a su alrededor aun sabiendo que se encontraba sola allí. La curiosidad pudo más que la sensatez y se dirigió al cuarto contiguo, que era el vestuario masculino. Tampoco había nadie. Volvió al de mujeres, extrañada. Era raro, juraría haber oído a alguien ahí al lado.
De pronto entraron dos chicas que, al verla, la saludaron con la mano y la sacaron de ese estado de estupor momentáneo. Las saludó con un movimiento torpe, se encontraba aturdida. Sacudiendo la cabeza, salió camino de la sala de entrenamientos intentando olvidar aquellas voces.
La sala estaba vacía cuando llegó ¿Qué ocurría hoy que se hallaba desierto el gimnasio?
Comenzó a estirar brazos y piernas, y lanzó unos cuantos golpes y patadas al aire para calentar los músculos. Unos minutos después apareció su instructor.
Brad era un tipo grande y fuerte, de duro carácter, no obstante, se había convertido en un buen amigo con los años. Lo vio avanzar con semblante serio, pero al llegar hasta ella mostró una gran sonrisa, un poco forzada a su parecer.
—Lu, no te esperaba tan pronto hoy. —Sus ojos la miraban con una intensidad extraña que la inquietó. A pesar de llamarse Selene, la llamaba Lu, decía que su nombre significaba Luna. A ella no le molestaba y ya estaba acostumbrada a ese corto apelativo.
—Hola, Brad. Sí, hoy llegué antes, estoy ansiosa por descargarme, necesito doble sesión de lucha. —Sonrió mientras chocaba su mano en un saludo amistoso.
—¿Ha ocurrido algo? —Volvía a percibir esa intensidad en su mirada. Incluso el color de sus ojos parecía diferente, de un azul más oscuro.
—No te preocupes, nada que no pueda arreglar. —Al ver que él no quedaba satisfecho con la respuesta, contestó alzando los hombros—: Ya sabes, hombres.
Brad sabía escucharla y conseguía apaciguarla cuando estaba ansiosa. La conocía bien y se lo había notado nada más verla, aunque juraría que era él quien se encontraba bastante intranquilo.
—Bien, empecemos pues.
Lo bueno de conocerse desde hacía tanto tiempo era que también sabía predecir sus movimientos, así que, cuando este intentó sorprenderla con un golpe de martillo, ella supo responder a su ataque con un bloqueo rápido. Luchaban sin ceder ninguno ante el otro, sin descanso. Después de una hora, Selene se sentía crispada porque no era capaz de bloquearlo. Parecía que su oponente nunca se cansaba, ni siquiera lo veía sudar, mientras que su propia respiración era cada vez más ahogada y los movimientos más lentos.
De pronto un leve sonido la hizo desconcentrarse por un segundo y su oponente aprovechó para atacar. Su espalda dio contra el suelo cuando, con una simple patada, la barrió, provocándole caer hacia atrás. Quiso levantarse, pero Brad se lo impidió al colocarle una rodilla sobre el estómago y un puño en el mentón.
—Suéltame, estoy muerta —soltó enfadada consigo misma. Había dejado que le ganara. ¿Qué demonios la había despistado?
Su compañero le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.
—Lu, no puedes dejarte vencer así, joder —la reprendió; era siempre muy exigente—. Como has dicho, estás muerta.
Selene buscó a su alrededor sin prestarle atención hasta que vio la causa de su derrota.
—Tienes razón, no volverá a ocurrir.
Juan, con los brazos cruzados en actitud relajada, la observaba echado contra el marco de la entrada. Una descarada sonrisa asomaba a sus labios, sobrado de sí mismo.
Ahora sí estaba cabreada, y notó que el pulso y la respiración se le aceleraba a causa de la rabia contenida. El enfado era monumental.
—¿Quieres que me encargue yo? —preguntó Brad, muy serio.
—No, es cosa mía, no tardaré mucho.
Su amigo asintió con la cabeza.
—Estaré en la otra sala para lo que necesites —dijo y salió, no sin antes dirigirle una mirada amenazadora al visitante.
Sin pensárselo dos veces, Juan avanzó unos pasos hacia ella, con esa confianza en sus andares que tanto le caracterizaba. A un metro, podía oler su perfume embriagador mezclado con tabaco. Nunca le había gustado y ahora le provocaba repulsión. Con los puños apretados, aguardó su primer movimiento sin decir palabra. Intentaba controlar el impulso de golpearle en la boca para borrar esa odiosa sonrisa.
Juan era guapo. Tenía que admitir que se había sentido atraída por su carita de malote, aunque luego había comprendido que todo lo que tenía de atractivo también lo tenía de sinvergüenza.
Alargó su mano para acariciarla en la mejilla y Selene se la apartó de un manotazo.
—¿Qué haces aquí? Creía habértelo dejado todo bien claro la otra noche.
—Vamos, amor, tenía ganas de verte. Pensaba que te pasarías hoy a saludar.
—Escúchame bien, Juan, porque será la última vez que te lo diga. No quiero volver a verte, lo que hubo entre nosotros terminó. Haberlo pensado antes de follarte a esa golfa.
No estaba enamorada de él, la relación entre los dos se basaba solo en el sexo, no consentiría que la tomara por tonta.
Aquella noche habían salido a un pub de moda, todo iba bien hasta que empezó a sentirse muy mareada, demasiado borracha sin haber apenas consumido alcohol. Juan había desaparecido hacía un rato y ella pidió a una amiga que la acompañara al baño a lavarse la cara. Se llevó una gran sorpresa cuando lo encontró tirándose a otra, allí mismo.
Nunca le había pedido fidelidad, sin embargo, no concebía que, si se estaban tomando una copa juntos, se liara con otra delante de ella.
—Venga, nena, ya te pedí perdón por eso. Te echo de menos. —Alargó de nuevo la mano, esta vez la agarró de la cintura para apretarla contra él.
Sus labios rozaban los de ella y el fuerte aliento a alcohol casi la hace vomitar. Con un movimiento rápido que había aprendido de Brad, se soltó de su abrazo y se lo quitó de encima con un enérgico empujón.
Juan, sorprendido, transformó su arrogante semblante en una agresiva mueca. Volvió a sujetarla de la muñeca, pero Selene, ágil en defensa, se liberó con un giro de esta y estampó el dorso de la otra mano contra su barbilla, haciéndolo retroceder unos pasos.
Él, con ojos desencajados, se tocó el mentón, dolorido.
Ella aguardaba en posición defensiva.
—¿Es que te has vuelto loca? Voy a matarte por esto, zorra.
—¡Siento decirte que eso no va a suceder! —Brad había aparecido de la nada y se había colocado justo a su lado, amenazador. La formidable figura del entrenador era imponente frente a la de Juan y su voz sonó como un rugido cuando le habló—. Lárgate de aquí.
Juan se apartó de él, acobardado, y retrocedió hasta la puerta.
—Ya hablaremos de esto —dijo y la miró con aversión, su guapo rostro era ahora una horrible máscara de furia contenida. Sin más preámbulos, se dio media vuelta y desapareció.
—¿Estás bien? —preguntó su amigo frente a ella.
Selene no sabía qué le ocurría, pero sentía fluir como nunca la sangre en las venas. Notó que un hormigueo la recorría hasta el último rincón de su ser, se sentía tan fuerte que pensó que podría tumbar al entrenador de un solo puñetazo. Reparó entonces en la inexplicable luz que la rodeaba, mientras el corazón le bombeaba vertiginoso como un tambor de guerra. Escuchó a su amigo, que le preguntaba si se encontraba bien, sin embargo, no podía responderle, tenía la voz atascada en la garganta. Clavó los ojos en los de él, los cuales se volvieron de repente muy oscuros.
Con gran asombro oyó resonar en su mente la voz de Brad. Aunque no movía los labios, lo escuchaba:
«Tranquila, Luna. Respira hondo y serénate, estoy aquí contigo».
Aspiró profundamente y soltó el aire varias veces. Su amigo le sujetaba las manos entre las de él y las masajeaba en un intento de relajarla. Poco a poco comenzó a tranquilizarse y esa extraña luz que había percibido también desapareció. Quedó tan exhausta que cayó de rodillas.
—Cálmate, vamos. Échate en el suelo y descansa. Te traeré agua. —La ayudó a tumbarse sobre el piso y corrió a coger una botella que tenía a unos pocos metros de distancia.
Selene miraba la maraña de tuberías del techo, confundida, eran comparables con el lío espantoso que tenía en su propio cerebro. Su mente era un verdadero caos. ¿Qué le había ocurrido? ¿Qué era esa luz que la había rodeado? ¿Y ese raro poder que había agitado dentro de ella?  Nunca se había sentido tan fuerte.
Brad volvió y le levantó la cabeza para darle un poco de agua. Tragó, agradecida; tenía la garganta muy seca. Después de unos minutos, en que los dos guardaron silencio, Selene se incorporó para sentarse y lo enfrentó.
Sus pupilas eran de nuevo de un azul claro como el cielo matinal.
—¿Qué ha pasado, Brad? —preguntó segura de que él tenía una respuesta a todo.
—Habrás sufrido una crisis nerviosa debido al estado de estrés que te ha generado ese idiota. Ya estás mejor, ¿verdad?
—No, no era una crisis nerviosa. Había una luz sobre mí, me sentí… muy poderosa. —Lo ojeó, curiosa.
—Te ibas a desmayar, pequeña. Estás confundida, es normal. Ese imbécil… no debí dejarte a solas con él —contestó evitando mirarla a los ojos.
—Mírame —pidió mientras lo observaba frotar sus manos sin parar—. Me hablaste con la mente, Brad, no me lo niegues, por favor.
Entonces, Brad fijó en ella sus ojos al fin y sonrió burlón.
—Vamos, Lu, lo habrás imaginado, aunque me encantaría poder hacerlo, sería una gran ventaja para la lucha, ¿imaginas? —Divertido, rio, se puso en pie y le ofreció la mano—. Ven, te llevaré a casa, necesitas comer algo y descansar.
Sin poder creer todavía que todo hubiese sido cosa de su imaginación, aceptó su ayuda para levantarse.
Él negaba con fervor todo lo que ella había percibido. Al final, sin poder encontrar una explicación coherente a todo, acabó claudicando. Necesitaba descansar y se sentía famélica, podría comerse una vaca en ese momento.
—Tienes razón, será eso que dices. Tengo hambre. Vente a mi casa, pediré unas pizzas —dijo mientras le revolvía el flequillo rubio que caía sobre su frente.
—De acuerdo, le pediré a Silvia que cierre el gimnasio por mí. —Con una radiante sonrisa, le dio una palmada en el hombro—. Me alegro de que hayas entrado en razón, por un momento pensé que tendría que golpearte esa cabeza dura que tienes. Ahora vengo.
Luna lo observó alejarse con paso seguro. Le costaba mucho creer que todo había sido a causa del estrés, pero ¿qué explicación tenía sino?
Con paso más seguro, fue hasta el vestuario y recogió las cosas para salir de allí cuanto antes. Llamó a la pizzería y encargó un par de pizzas. Tenían que darse prisa; en veinte minutos las llevarían a casa.

Blue Moon. Parte I: el comienzo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora