Capítulo 2

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Japón; noviembre de 1944

A partir de aquella noche, ChangBin se esmeró en aceptar cada invitación que el ministro le hiciera, pues sabía que había una gran probabilidad de observar nuevamente al guardián de la okiya Wada; aquel hombre que le había generado una extraña fascinación que le gustó experimentar.

Uno, dos, tres intentos fallidos.

Cada vez que ChangBin ponía un pie en la casa de té, encontraba la no tan grata sorpresa de que la okiya Wada, nuevamente, había rechazado el dinero del ministro, y en cambio, otras geishas vinieron a dar un espectáculo.

No menospreciaba el talento de las mujeres, al contrario, daba crédito al baile y canto que esas geishas brindaban; sin embargo, ChangBin siempre hacía algún comentario referente a que tenía una mayor preferencia por las geishas de la okiya Wada.

En la última semana de su estadía en Gion, antes de regresar a la capital, el ministro había conseguido reservar a sus geishas favoritas por unos días de esa semana, como despedida de ese misterioso y atrayente barrio. Por supuesto, ChangBin no podía estar más encantado con aquella noticia.

En todas las veladas a las que a continuación asistió, ignoró por completo a las geishas y a las maikos que se acercaban a él para entretenerlo y hacer más cómoda su noche. Sus ojos no podían despejarse de aquella esquina solitaria y sombría del escenario donde el zorro guardián tocaba el shamisen.

Siempre era la misma imagen para ChangBin. Aquel hombre estaba arrodillado, tomando el instrumento de tres cuerdas en sus manos, moviendo las oscuras telas de su kimono en sintonía con las lentas notas que las geishas interpretaban en el baile. Y en todas esas ocasiones, ChangBin no podía evitar suspirar en voz baja ante la encantadora muestra de belleza desconocida.

Muy a pesar de que no conocía el rostro del hombre que vigilaba a las geishas, ChangBin tenía el presentimiento de que las facciones de esa persona no se alejaban de la mística presencia que lograba desprender en las sombras del escenario.

Quizás era su imaginación.

Quizás solo estaba exagerando.

Pero jamás se había sentido tan emocionado y cautivado.

Lamentablemente, su onírico viaje había llegado a su fin, por lo que tuvo que regresar de inmediato a la capital y volver a su vida en las oficinas gubernamentales. No solo tenía que enfrentar la vida de labores, sino que, tuvo que ver lo que, por lo menos en Gion, había olvidado de manera momentánea; los ataques.

Desde el mes de julio se hicieron recurrentes las noticias transmitidas en la radio sobre algunas ciudades que sufrían ataques aéreos por parte de los estadounidenses. Y, por supuesto, el pánico sobre un ataque en el mismo Kioto, al ser la capital, era palpable. ChangBin intentaba continuar con sus labores políticas como un ciudadano que no estaba viviendo una situación tensa en su alrededor. Pero, sus intentos parecían siempre tambalearse cuando las radios generaban una estridente estática y las fuertes voces de los periodistas se hacían escuchar.

Ahí era cuando los susurros se generaban, y más de un comentario pesimista se hacía oír.

En una ocasión, a principios de estos ataques, cuando escuchó por primera vez la alarma de alerta, sintió un gran terror abarcar cada centímetro de su cuerpo. Había ese instinto de supervivencia que le gritaba que debía de correr lejos del inminente peligro; pero permanecía quieto en su lugar, esperando el impacto que jamás llegaba. Por fortuna.

Sin embargo, el que nunca haya habido ataques aéreos en la capital no significaban siempre buenas noticias. Su madre había empeorado desde el inicio de los ataques americanos. Ahora, cada vez que la alarma se hacía sonar, o la radio era encendida, ella comenzaba a gritar en coreano, maldiciendo al emperador, y jurándole maldiciones de muerte. ChangBin intentaba tranquilizarla, por el bien de la familia, rezando en silencio con que la demencia de su progenitora se apaciguara.

La mugungHwa que se marchitó [HyunBin/ChangJin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora