Distrito de Gion, Kioto, Japón; 26 de diciembre de 1944
Debido a las recientes nevadas que han amenazado a los cielos del país nipón, el distrito de Gion se había bañado por completo de mantos gruesos y helados de nieve que persistía en marcar su dominio sobre toda cosa que no logró encontrar protección de la nevada.
Desde la puerta trasera de la okiya, que dejaba al descubierto un bonito patio, con un pequeño cobertizo de madera clara, de piedras que formaban círculos que, dentro de éstos, contenían arbustos y flores que ya habían secado por la temporada, se podía ver la evidencia del ataque invernal a la vida silvestre.
Con tal imagen plasmada ante sus ojos, continuó afinando el shamisen en sus manos, utilizando únicamente el sentido del oído para percibir las delicadas notas que se desgarraban de las cuerdas que eran tocadas.
En el aparente silencio que desaparecía de manera momentánea por el instrumento de tres cuerdas, se percibía el sepulcral invierno que acompañaba a la okiya en ese momento, y a juzgar por el insonoro ambiente, nadie a estas horas estaba a fuera de sus hogares, con tal de refugiarse del frío.
En su afán de pulir sus habilidades, y de que su mente estaba tan absorta en miles de pensamientos que no llegaban a un fin, su guardia bajó lo suficiente para que, el hecho de sentir unas delgadas manos rodear su cintura, lo hicieran generar una nota desafinada.
—Guardián, estás tan distraído que no notaste mi llegada —El nombrado, dejando el shamisen a un lado de sus rodillas, tocó la mano que lo tomaba con delicadeza.
—Kyoko ha perfeccionado su delicado caminar, que incluso para mí es imposible percibir su inminente presencia —Giró su cabeza, encontrándose con la mujer.
El maquillaje blanco había abandonado su rostro, el tono atrayente del carmín también desapareció de sus labios; solo había un rostro humano que se había despojado de la máscara de deidad. Incluso, el cabello que era arreglado en un majestuoso arreglo ya no estaba, ahora solo las hebras azabaches caían en sus hombros como una cascada de tinta.
—Guardián —Dijo en un tono suave y a la vez cariñoso, recargando su cabeza sobre el hombro del caballero que hace unos segundos estaba tocando desinteresadamente el shamisen a la intemperie del frío—. Todas nos preguntamos el por qué estás alejado del presente. No has venido a nuestra práctica de baile, y eso nos pone tristes.
El guardián se movió, sin levantarse, para tener a la geisha frente a su rostro.
—Pido me perdonen por no apreciar sus maravillosos movimientos artísticos —Tomó las manos de la geisha y las subió a su rostro. Sin embargo, lo que las blancas y delicadas palmas encontraron fueron el duro material de la máscara de kitsune que cubría al rostro del varón—. Necesitaba encontrar un momento a solas para aclarar mi mente perturbada.
—Cuando las puertas de la okiya se cierran, podemos despojarnos del maquillaje y las sedas, para mostrarnos como somos realmente; seres humanos. Pero, guardián, tú, aun estando protegido en este lugar que se ha vuelto nuestro santuario, sigues usando aquella máscara.
—Lo que esconde mi máscara es demasiado denso, que ustedes no merecen verlo; de ninguna manera mis queridas geishas deben de ver lo que este hombre esconde detrás de esta imagen de ser protector. Oh, por favor, no hagas que en tu rostro se muestre tal expresión de sufrimiento.
La mujer, suavemente como era ya su naturaleza, curvó sus labios hacia arriba en una temblorosa sonrisa.
—Guardián, soy tu Kyoko*...
(El nombre "Kyoko" significa "espejo").
—... Lo eres...
La geisha lentamente bajó su cabeza, buscando recargarse en el pecho del único hombre que realmente la ve más que a una geisha perfecta.
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La mugungHwa que se marchitó [HyunBin/ChangJin]
FanfictionLa historia está escrita por quienes lograron sobrevivir, eso es innegable. Conocemos todos los eventos trágicos que acompañan a la historia humana; aquellos sucesos que marcaron un antes y un después en el mundo. Pero... ¿Qué hay de las historias n...