Capítulo 9

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Distrito de Gion, Kioto, Japón; 28 de marzo de 1945

Cuando subió a aquel carro con la pequeña Yukiko, no tenía la certeza de a dónde era el lugar que la madre Wada había conseguido para ambos.

Había muchas imágenes pasando en su mente cuando el automóvil, algo que nunca había visto tan de cerca, emprendió el desconocido recorrido lejos de la okiya Wada, de Gion, y de Kioto. Su corazón solo podía manifestar amargura cuando, en silencio, observó a toda la multitud empequeñecer en la distancia. Poco pudo notar debido a la velocidad a la que eran transportados, pero sabía que los ojos de todos aquellos que aún pisaban los suelos de Gion estaban inundados del terror, del futuro que poco a poco comenzaba a hundirse en la sangre de los muertos.

Podía imaginarse diversos escenarios destrozados, aglomerados de personas corriendo, presas del pánico que ya no se podía contener por más tiempo. Y al mirar al cielo nublado por nubes hechas de fuego y rastros de las almas en pena, rezó a las deidades, aquellas que lo abandonaron desde que fue despojado de sus raíces, para que la carta, que había logrado llevar a la oficina de correos de Gion, fuera entregada a ChangBin.

Podía tragarse el miedo de la pequeña que se aferraba a él con temor, podía incluso tragarse su propio miedo para mostrarse como el guardián que Yukiko necesitaba, pero se negaba a imaginar el horror que ChangBin podría sufrir si enviaba una carta a la okiya y ésta ya no tuviera respuesta. Pensar en que aquel hombre de bellas facciones y alma carente de maldad creyera que todo había terminado para ellos era... Era horrible, tanto que su propio corazón dolió en aflicción al ver en su mente la tristeza mezclada con la desesperación en su anhelado ChangBin. No podría dormir cada noche a partir de ahora al no saber si su mensaje fue enviado y posteriormente recibido.

Que aquel hombre que estaba en la capital creyera que ya no le interesaba el plan, o peor, creer que estaba muerto, le generaba horribles punzadas en su estómago que lo hacían manifestar horribles ganas de vomitar por la ansiedad.

Pero cualquier cosa que quisiera hacer era inútil en su situación actual. Estaba corriendo a un refugio a ciegas, con tal de proteger a Yukiko. Pudo haber aceptado irse con los soldados para trasladarse a una fábrica para la mano de obra, pero en el fondo de su corazón no quería eso; temía que su tumba fueran los escombros y metales ya destruidos por los bombardeos que no mostraban intención de parar. Aceptar ir con Yukiko fue una pequeña puerta que se le fue ofrecida para seguir arañando los rastros de vida que el destino le estaba ofreciendo. En las circunstancias en las que se estaban desarrollando las cosas, buscar como un desquiciado las migajas de vitalidad eran un acto de desesperación y de supervivencia; si eras lo suficientemente lento sería tu final definitivo. Ahora, lo único que podía hacer era dejar que el chofer los llevara al destino que la madre Wada les consiguió, muy, muy lejos de Gion.

Sus súplicas cedieron abruptamente cuando el retumbar de los aviones militares hicieron vibrar al cielo. Varias aves de metal surcaron el manto lleno de nubes de desesperanza, haciendo que el sonido de los motores asemejara a los rugidos de sanguinarias bestias. Pronto la imagen de aquellas máquinas desapareció entre los nubarrones de humo que poco a poco estaban adoptando un tono mucho más sombrío. Pareció como si de pronto la noche hubiese caído sobre ellos.

Yukiko escondió su rostro en el pecho de HyunJin. La pequeña gimoteó de terror y pronto sus lágrimas mojaron la tela del kimono que sus manitas aferraban con desesperación.

—Tengo miedo guardián.

HyunJin colocó una mano sobre la pequeña y temblorosa cabeza, buscando que así, un consuelo tan débil viniera al cuerpo de la damita en sus brazos. Pero, él sabía que solo era un inútil intento de mantener la calma ante el mundo que se estaba desmoronando.

La mugungHwa que se marchitó [HyunBin/ChangJin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora