C A P (1)

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ALIADOS.

Múnich - Alemania

Maylin Xing

La visita que di a papá fue simple, pero marco un inicio en esta guerra del poder.

Tengo levemente apoyada la cabeza en la puerta del auto, la lluvia poco a poco empieza a cesar y las gotas resbalándose por el vidrio me hacen pensar en que solía ser una mujer que se refugiaba en la soledad, pero ahora no me siento capaz de volver a eso. Quiero estar refugiada en un ambiente lleno de calidez.

Mi cuerpo intenta irse adelante porque el auto se detiene con brusquedad, pero antes que eso pase, la presión de una mano aparece sujetando mi torso para no perder la cabeza por completo y su mirada me dice: ¿por qué no te pones el cinturón? Relaja sus facciones y veo como tiene algunas venas que se marcan en su rostro.

«No fue una buena idea, tal vez...»

Pongo los pies en el piso y recibo su mano, dibujo una escaza sonrisa al notar el olor a pólvora, levanto la mirada y noto como las facciones de su rostro se endurecen, pronto me rodea la cintura llevando mi cuerpo hacia atrás para protegerme del tumulto de personas armadas que nos apuntan. Aprieto sus brazos y me mira en espera de que diga algo porque fue mi idea maravillosa asistir a la casa ultra asegurada de los Roquer sin permiso.

—Busco a Adler Roquer —digo en alemán sacando un poco la cabeza de la parte de atrás del muro de músculos que me impide que me mueva con sus brazos sujetando mis caderas.

Un hombre de piel oscura se acerca con fiereza, sin pestañear si quiera, se detiene y lleva los dedos a su intercomunicador que lleva en la oreja, escucho las maldiciones de la persona que aborrece nuestra presencia, casi de inmediato nos deslumbra con su presencia y esa cara con la única expresión de mierda que tiene.

—No pensé que los muertos revivían —dice sin un toque de sorpresa, sino una que sabía que en algún punto las alianzas iban a volver, pero que deseaba que no ocurriese.

Nos da una mirada con unos ojos verdes que parecen cansados, pero que reflejan la clara señal de que nos quiere fuera de su territorio.

—Adriano Greco —saluda el alemán y estira la mano de mala gana, como si fuese un gesto de devolver el favor que le hicimos a su hermano menor hace unos años, el italiano recibe el apretón y con solo mirar esas manos juntas con venas resaltantes deduzco que eso podría durar un rato.

—Bajen sus armas —escucho la petición del hombre que está detrás de Adler, miro de reojo como Arabella, su esposa, se acerca con la misma intensión que yo, detener ese apretón de manos.

—No es manera de saludar a nuestros invitados —dice Arabella con una voz dulce y realmente no percibo hipocresía de su parte, por otro lado, me resulta amable en un ambiente que parece que estallará en cualquier momento.

—Greco, suéltalo —digo observando directamente a esos ojos ambarinos que relucen ese brillo de diversión que está teniendo por la situación. Voltea a mirarme y su expresión se relaja.

—Aquí no ha pasado nada —dice dejando de apretar la mano del alemán al mismo tiempo que el otro también lo hace sin dejar de ver los ojos de su esposa. Adriano acerca su rostro y deja un beso en mi frente.

El Bárbaro De La Emperatriz |+21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora