❝Raven in love❞

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El tiempo se iba con la misma rápidez que la vida de los ojos de aquella mujer de rubio cabello, su sangre siendo el festín de aquél hombre joven cuya altura sobrepasaba los dos metros con cuarenta estando en aquella forma sedienta de lo que la vida humana le podía proveer.

Dicho monstruo reposaba con una montaña de mujeres rubias alrededor y la sangre no fue un problema en absoluto, todo estaba envidiablemente impecable porque cada gota había sido saboreada con pericia por su lengua bífida y larga cual serpiente.

Víctima número 16 y la maldita sed no se iba.

Aventó con furia el cuerpo inerte de la fémina y decidió volver a su forma menos aterradora para salir a la urbe nocturna.

Se dió un baño para no apestar al perfume barato de las -ahora- almas en pena, vistiéndose con aquél traje especial que retenía una calefacción muy baja para su placer.

Con las manos enguantadas, su cabello recogido en una coleta y un sombrero de seda, Bill Kaulitz no tardó mucho en salir de su fúnebre mansión acompañado de una cámara.

Le parecía fascinante ver lo mucho que intimidaba a las personas que aún se encontraban en la calle a esas horas.

Le miraban con extrañeza, pues el vistoso atuendo que portaba parecía ser extremadamente elegante para una noche tan simplona y aburrida. Claro, eso a ojos de la vida humana que no veía un festín en donde él si lo hacía.

Sin embargo, el estómago parecía cerrarse ante la idea, y él no se quejaba, demasiado mareado con el olor de algo adictivo, algo... que sin duda ya había probado y reconocería en cualquier lugar.

Caminó con grandes zancadas hasta llegar al frente de la magnífica Yüksel-Mus-Platz.

Bill Kaulitz no vió nada fuera de lugar, pero aún así el olor seguía desprendiéndose de algún cuerpo que por más que quisiera no podía encontrar, incluso si su vista estaba súper desarrollada. Por ende prefirió seguir caminando, con la cabeza inclinada hacia el lado izquierdo pero la postura impecable y su andar tan seguro como siempre.

Su imponente figura paró al medio de todo y fue ahí que vió un pequeño bulto sentado en uno de los escalones de lado derecho.

Eran unos cabellos rubios que -bajo la luz cálida de una de las grandes farolas- brillaban de una forma oscura y diferente a lo usual.

No planeaba ser visto, así que se alejó lentamente para volver a acomodarse, ésta vez de tal forma que la pudiera ver de frente. Y lo logró.

Porque ahí estaba la bella Astranova, que comía un churro totalmente despreocupada.

Su relajación era tanta y el sabor del churro tan delicioso al parecer, que masticaba con lentitud, y sí, sus labios cerrados por educación, pero una sonrisa enorme en ellos.

Bill quedó fascinado con la imagen de ella, sus ojos brillantes y escuchando -gracias a (de nuevo) su oído sobrenatural- los grititos que soltaba de vez en cuando.

Fue una verdadera escena digna de aprecio, así que enfocó ésto en su cámara y captó el momento eternamente, justo en el momento en el que ella parecía mirar al frente y masticar de nuevo.

Dejó de verla por unos momentos para asegurarse de que la foto salió tal y cómo lo planeó, dándose cuenta de que sí.

La analizó por unos largos momentos, y, sorprendentemente, una gran sonrisa escapó de su cara habitualmente seria.

Esa sonrisa era tan dulce, mostrando por completo sus dientes y sus ojos casi cerrados debido a la felicidad. Aquella chica que lo tenía maravillado sólo se encontraba sentada de la forma más simple del mundo devorando una chuchería, pero le causaba tantas emociones positivas, que él mismo sentía que volvía a tener diez años, viendo una estrella fugaz por primera vez.

The beast's obsession ; Bill KaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora