❝Sign a contract for the devil❞

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¿Por qué justo en éstos momentos era que algo que llevaba miles de años sin fallarle, le fallaba?

-¿Preparaste lo que te dije? -Elevó una ceja hacia Vincenzo-

-Sí, señor.

-Bueno. -Subió a la camioneta- A casa de Anthony Morgenstern.

Una vez que el suizo subió de copiloto, Emin -el chófer- no perdió tiempo y arrancó con velocidad hacia la dirección ordenada, con un poco de miedo, ahora la presencia del señor Kaulitz irradiaba una vibra muy negativa y oscura, él podía jurar que sentía como sus piernas temblaban de sólo imaginar que si se fijaba en el espejo retrovisor se toparía con sus profundos ojos llenos de ira, la incomodidad como un efecto reemplazado por el miedo.

Manejó con velocidad pero una delicadeza muy poco conocidas de un conductor, tuvo que aprender a la mala a hacerlo de esa forma, pero era como su jefe quería, tenía que conducir rápido pero si olvidaba que había un bordo o caía en un pozo, podía perder... su vida.

No tardaron ni quince minutos en llegar a la casa de los Morgenstern, el problema no era ni siquiera con el conductor, pero juraba que ya tenía el estómago completamente inundado por la sensación asquerosa de un nudo fuerte y doloroso, un retortijón de nervios y curiosidad, ¿por qué venía con Anthony antes de irse a los Emiratos? ¿le iba a quitar la vida?

Cuando dieron vuelta y vieron el gran portón cerrado, miró al suizo.

-Acelera. -Lo dijo con una tranquilidad que envidiaba-

-S-Señor, pero... chocaremos. -Tartamudeó y negó varias veces con la cabeza-

-¡Acelera! -El grito gutural de la bestia que iba en la parte trasera del vehículo le dio el susto de su vida y le obligó a acelerar-

Comenzó a gritar como loco una vez que divisó la cercanía que tenía con la magnífica entrada, no queriendo chocar, sabía que pese a que la estructura era lujosa era muy fuerte, era un hecho que tanto su compañero como él quedarían como gelatina casi cuajada prensados en la parte delantera, mientras que su jefe -vivo o muerto- le perseguiría por todo el infierno con tal de que le pagara con creces cada maldito centavo de lo que costaba tal auto.

El pobre estaba tan shockeado por tal idea, que no sintió el golpe en la frente que el de cabello cobrizo le dio para que saliera del ensimismamiento, cuando lo hizo pudo ver que el portón era abierto a una velocidad envidiable y pasaban sin problemas a una mansión en la que jamás se imaginó estar. ¿Por qué el señor no dejaba que nadie lo llevara ahí? Sintió un poco de envidia por el de ojos verdes, era uno de los asistentes del Kaulitz menor y de seguro ya conocía todo.

Bill bajó una vez que Vincenzo abrió la puerta y no frenó cuando caminó hacia la entrada de la casa, una vez más, dándole al pobre hombre la sensación de que iba a chocar contra la misma, sin embargo, ésta se abrió gracias a una de las mucamas.

-Bienvenido sea usted, señor Kaulitz. -Bajó la cabeza y se hizo a un lado-

El rubio la ignoró por completo, harto de la presencia humana pero teniendo que soportarla por un bien mayor.

Emin bajó del auto una vez que vio que su compañero lo hizo y caminó hacia la casa con seguridad, creyendo que entrarían.

No fue hasta que el hombre tomó su brazo y lo jaló con fuerza que se dio cuenta de que las personas "como él" no entraban a la casa, y se quedaban en el limen de la puerta esperando pacientemente a que al jefe le diera su regalada gana salir.

No evitó bufar con fuerza y mirar de reojo a su compañero con coraje.

-¿Qué? ¿Te molesta ser como un perro que se queda esperando a que se les ocurra salir? -El más alto le miró de reojo también pero con una sonrisa ladina- Si quieres estar adentro, adelante, entra. Pero no te puedo asegurar que saldrás con la cabeza unida al cuerpo, y no por obra del jefe o del señor Anthony, sino por la señora LeMarie.

The beast's obsession ; Bill KaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora