Entro en la oficina de Lali como un soldado de asalto desembarcando en Normandía. Ella está en su escritorio escribiendo rápidamente en una plataforma legal amarilla.
—He vuelto. ¿Me extrañaste?
No levanta la mirada.—Desesperadamente.
El sarcasmo es la defensa más antigua en el libro. Le sigo el juego.—Sabía que te estaba agotando. ¿Qué me puso en la cima? ¿La Hermana B?
Lali empuja detrás de su escritorio y cruza las piernas. Está utilizando unos zapatos nuevos. No me di cuenta antes. Unas Mary Janes negras con un malvado tacón alto y una correa alrededor del tobillo. ¡Por Dios! Son la mezcla perfecta de traviesa y simpática. Dulzura y sexo. Y mi pobre y desatendida polla convulsiona mientras me imagino todos las fantásticas —y semi-ilegales— cosas que podría hacer con ella en esos zapatos.
Nunca he tenido un fetiche, pero estoy pensando en empezar uno.
La voz de Lali me arrastra lejos de mis pensamientos impuros.—No. Fue la visita de tu hermana, en realidad. La sutileza no funciona en tu familia ¿verdad?
Uh oh. Tenía miedo de esto.—Euge tiene profundamente arraigados problemas psicológicos. Es inestable. No deberías escuchar lo que dice. Nadie en mi familia lo hace.
—Parecía completamente lúcida cuando estuvo aquí.Me encojo de hombros.
—Las enfermedades mentales son algo delicado.
Sus ojos me escudriñaron indecisa.
—No estás hablando en serio ¿verdad?
Mierda. Sin mentir.
—Técnicamente, nunca ha sido diagnosticada. Pero sus ideas sobre la justicia y la venganza son certificables.
Imagina a Delores... con más experiencia para perfeccionar su técnica durante una década.
La cara de Lali se afloja con entendimiento.—Oh.
Sí
—Bienvenida a mi mundo, cariño.
—Me trajo café— dice Lali. —¿Debo beberlo?Ambos miramos sospechosamente la taza de Starbucks en su escritorio.
Cuando tenía trece años, subaste un par de bragas de Eugenia en el vestuario de los chicos. Unas sucias. Cuando se enteró a través de los rumores de las otras hermanas mayores, lo jugo bien, sin darme una idea de que lo sabía. Y entonces llenos mis Coco Pebbles con laxantes con sabor a chocolate. No salí del baño por tres días.
Ahora, sé que ella no tiene ese tipo de rencor contra Lali, pero aun así...—No lo haría.
Asiente con la cabeza rígidamente y desliza la taza lejos de ella.
—¿Qué piensas de Rufi? De verdad quería estar aquí cuando la conocieras.
Su sonrisa es cálida y genuina.
—Creo que es increíble.
—Estoy seguro de que estarás encantada de escuchar que usó su calculadora en mí cuando me topé con ellas abajo.
Su sonrisa se ensancha.
—Eso es genial.
Niego con la cabeza, y Lali dice:
—Ahora veo por qué Eugenia comenzó el tarro de las malas palabras, puesto que parece que pasas tanto tiempo con Rufi.
—¿Qué quieres decir?
Se encoge de hombros.
—Habla como tú. No todos los días escuchas a una niña de cuatro años decir que el príncipe azul es un imbécil que sólo retiene a Cenicienta.