¿Ves a ese elegantemente hombre guapo en pantalones carbón y camisa negra con las mangas medio subidas? ¿El que está organizando la vajilla china en esa mesa?
Ese soy yo. Peter Lanzani.
Bueno, no realmente. No el viejo yo. Soy nuevo y mejorado. Esto es DAK. ¿Puedes adivinar lo que eso significa? La mitad de las mujeres en esta ciudad darían su teta izquierda por tenerme donde estoy ahora. Coño-atrapado. Obsesionado.
Enamorado.
Pero hay sólo una mujer que fue capaz de ponerme donde esto. Ahora sólo necesito demostrarle que estoy aquí para quedarme. No la he visto en dos días. Dos largos y dolorosos días. No fue tan malo como los siete, pero estuvo cerca.
De todos modos, echa un vistazo. ¿Qué te parece? ¿Se me olvida algo?
Flores frescas cubren cada superficie disponible. Margaritas blancas. Antes, pensaba que verlas le recordaría a Amadeo, pero ahora no estoy preocupado por eso. Son las favoritas de Lali, así que son la única clase aquí. Bocelli toca suavemente en el sistema de sonido. Velas iluminan la habitación. Cientos de ellas — cercadas por vidrio.
No te equivocarás con las velas. Hacen que todo se vea mejor. Hacen que todo huela mejor.
Toc-toc.
Esa sería Lali. Justo a tiempo. Escaneo la sala una vez más. Esto es todo. Mi Super Bowl. Séptimo juego. Y todo está listo. Estoy listo. Como nunca lo estaré. Suelto una respiración profunda. Y abro la puerta.
Y entonces no me puedo mover. No puedo pensar. ¿Respirar? Tampoco no es una maldita opción.
El cabello oscuro de Lali está apilado en un moño alto sobre su cabeza. Elegantes zarcillos besan su cuello, acariciando el lugar que me pasé horas mordisqueando no hace mucho tiempo. Su vestido es de color rojo oscuro, brillante — tal vez satinado. Cuelga de delicadas correas que llegan a sus hombros y caen en su espalda baja. La parte inferior descansa sobre su rodilla, exponiendo sus suaves piernas pulgada por deliciosa pulgada.
Y sus zapatos...Madre de Cristo... sus zapatos son todo tacón, sostenidos por un intrincado arco negro atado a la parte posterior de su tobillo.
Cuando soy capaz de formar palabras, mi voz es áspera.—¿Hay alguna manera de que podamos renegociar la cláusula de no agarrar tu culo? Por qué tengo que decirte, ¿con ese vestido? Va a ser duro.
Y no es lo único, si me entiendes.
Ella sonríe y sacude la cabeza.—Todas las anteriores estipulaciones permanecen.
Me quedo atrás mientras ella entra, mirándome por el rabillo del ojo. Observa su cara de cerca. ¿Ves cómo sus ojos se oscurecen? ¿Cómo lame sus labios sin darse cuenta? Como una leona que acaba de ver a una gacela en la hierba alta.
Le gusta lo que ve. Quiere felicitarme. Lo quiere hacer, pero no lo hará. Estamos hablando de Lali aquí. Lali post-mi-colosal-metida-de-pata. Y a pesar de mi reciente progreso, está todavía defensiva. Desconfiada. En guardia.
Y eso está bien. No me ofende. Sus ojos me dicen todo lo que ella misma no deja decir.
La dirijo hacia la sala de estar, y ella muerdo su labio cuando dice—Entonces, ¿A dónde vamos?
Y entonces se detiene cuando descubre las velas. Y las flores. Y la mesa perfectamente ajustada para dos.
Le contesto suavemente.—Ya estamos aquí.
Mira alrededor de la habitación.—Guau. Es... es hermoso, Peter.
Me encojó de hombros.—La habitación está bien. Tú eres hermosa.
Ella se ruboriza. Y es increíble.
Quiero darle un beso. Desesperadamente.
¿Has estado sediento? ¿Muy sediento? ¿Cómo en un día de verano de noventa y ocho grados cuando no tienes suficiente saliva en la boca para tragar? Ahora imagina que alguien pone una copa helada de agua delante de ti. La puedes mirar e imaginar lo perfecto que sabría—pero no puedes tocarlo. Y definitivamente no lo puedes beber.
Eso es bastante parecido al infierno que estoy viviendo en este momento.
Alejo mis ojos de la cara de Lali y le entrego una copa de vino tinto. Entonces tomo un largo trago del mío.
—¿Qué te pasó en los dedos?— Se refiere a las curas que cubren cuatro de mis diez dedos
—Los champiñones. Esos esponjosos y pequeños bastardos no aprecian ser rebanados.
Parece sorprendida.