Capítulo 2: Conociendo a la familia

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—HO-HOLA... —gritó Kat intentando parecer feliz de verla.

—Vamos, entra —dijo Federica con notable hastío en la voz, para luego darse la vuelta y entrar en la casa.

Kat dejó su moto allí mismo, colocándole la pata de cabra. Luego, corrió un poco para llegar hasta Federica. Nada más entrar, la puerta se cerró violentamente. Produciendo no solo el sonido de un portazo, sino que, además, una corriente de viento que removió su cabello y su ropa holgada.

El interior de la mansión era exactamente igual que el exterior. Una mezcla de arquitecturas y de decoraciones de diversas culturas. Algunos cuadros renacentistas, algunas estatuas de Nigeria y teteras y tazas de Marruecos sobre muebles ingleses antiguos, máscaras del Congo al lado de tapices antiguos de la época medieval europea, de Egipto, de Corea y de China y cuadros modernos y abstractos, alfombras Persas adornando el suelo y lámparas modernas iluminando toda la estancia. Una combinación extraña y curiosa que transportó a Kat a un museo de Inglaterra. Toda aquella mansión no le parecía un hogar, solo una exposición de objetos caros y antiguos. No le gustaba aquel lugar. Lo sentía frío.

Mientras andaban, Kat se preguntó cómo había sido la vida de su madre allí. Por el momento, todo le parecía tan frío. No podía creerse que una mujer tan cálida, espontánea, artística y desordenada como su madre podía haber crecido en aquel lugar.

Atravesaron el gran salón principal hasta llegar a la parte de atrás de la mansión, donde estaba una anciana un poco más joven que Federica. Esta era Ortensia. Su cabello corto era blanco en la raíz y verde en las puntas. Este estaba recogido con un pañuelo blanco con un estampado de flores. Llevaba un mono marrón y una camina de algodón azul. Esta mujer estaba cubierta de barro y agachada en el césped. Estaba plantando unas flores nuevas en el jardín.

A un lado, tumbada sobre una toalla en el césped, había una mujer joven, no mucho mayor a Kat, tomando el sol en bikini, Emma. Esta era de piel blanca, su cabello rojo como el fuego y con rizos pequeños y su estatura era baja. Kat no pudo evitar fijarse en ella y compararse, pues tenían el mismo tipo de piernas y caderas, pero el pecho de Emma era bastante más grande que el suyo. Kat no pudo evitar darse unas palmaditas en el pecho diciéndose que aún le quedaba mucho para terminar de desarrollarse, aunque en el fondo sabía que eso no iba a pasar.

De un cobertizo que había un poco más allá de las mujeres, salió otra mujer adulta, Miriam. Llevaba la misma ropa que Ortensia y el cabello castaño rapado por los lados y largo en la parte superior, la cual llevaba recogida en un moño. Ella era alta y fornida, llevando sobre un hombro un saco de abono de veinte quilos y en el otro brazo unas palas y picos. Detrás de esta salió una anciana de tez oscura, cabello rizado negro y tan fornida como la primera. A su vez, como las otras dos, llevaba el mono marrón y la camina azul. Esta llevaba una caja llena de bolsas. Ella era Fernanda.

Federica llamó la atención de todas las presentes para presentarles a Kat. Todas las presentes fueron infinitamente más cálidas y agradables que la matriarca. Ellas dejaron lo que estaban haciendo y fueron a darle dos besos y un abrazo.

—Hola, Katherine. Te lo deben de haber dicho un montón, pero es que eres igualita a tu madre —le comentó Ortensia.

—En realidad no—murmuró Kat, completamente intimidada por Ortensia, quien la había levantado con suma facilidad al abrazarla efusivamente.

—¿Igualita? Dos gotas de agua —le respondió Fernanda—. ¡Como dos gotas de agua! —le pellizcó los mofletes y le dio dos cachetadas cariñosas.

Miriam apartó a Fernanda para poder ver mejor a Kat. Le agarró de la mandíbula y la movió de un lado a otro.

—¡Madre mía! Pero si es como ver a Mara de adolescente... Si alguna vez te aburres del pelo largo, el corto también te quedará bien. Pero te queda muy bien el pelo largo.

—Pero que van a ser igualitas —comentó Emma—. Se parecerán si eso en la cara, porque de cuerpo... Se nota la mejora...

—Es verdad que en eso no se parece a esa rama de la familia... —comenzó a decir Fernanda, pero no supo cómo continuar, pues aquel tema era delicado en la familia—. Cosas que pasan.

—¡YA ESTÁ BIEN! —llamó la atención de todas Federica—. Volved a vuestros trabajos. Que luego no paráis de quejaros porque no os da el día para todas las cosas que tenéis que hacer en el jardín. Vámonos, que aún tenemos que hacer muchas cosas.

Kat es arrastrada por Federica por los pasillos de la mansión hasta llegar a una cocina de estética antigua, con una chimenea con un caldero en el fuego, ramilletes de plantas colgando del techo, al igual que cacerolas, sobre una mesa de madera que estaba en el centro había todo tipo de comida a medio cocinar, sobre la encimera había una tostadora, un microondas, una gofrera y una arrocera; también había una vitrocerámica encima de un horno, Una nevera de puerta doble, en una de las paredes había un congelador y, al lado, un horno de hierro antiguo.

Kat se quedó sorprendida por el desorden y la cantidad de objetos que había en aquella cocina.

En la cocina había dos mujeres: Eva y Bárbara. Ambas eran mujeres con un poco de sobrepeso. Eva era una mujer de rasgos asiáticos, baja y de cabello oscuro y tan liso que no podía atárselo, por lo que, para cocinar, se colocaba una rejilla. Mientras que Bárbara era muy parecida a Emma. Kat no pudo evitar mirarla extrañada intentando adivinar si debía preguntar si eran madre e hija o solo familiares.

—Debes de haber conocido a Emma —comentó Bárbara—. Es mi hermana menor. Muy menor. Ya te darás cuenta que la edad, para nosotras, es solo un número.

—Has llegado muy tarde —comentó Eva mientras removía la olla que estaba sobre el fuego—. ¿Tienes hambre? ¿Te frío un huevo?

—Mira —dijo Bárbara agarrando una bandeja de horno repleta de galletas con chispas de chocolate. Todas ellas eran completamente redondas—, acabo de hacer unas galletas. Coge, coge.

—¡Gracias!

—Ya está bien de tanta cháchara —dijo Federica enfadada. Ella agarró del brazo a Kat y la volvió a arrastrar por la casa.

Federica estaba molesta. Odiaba la impuntualidad y, además, tenía cosas que hacer más adelante en el día, por lo que comenzó a andar rápidamente para mostrarle las áreas comunes de la mansión y la habitación que sería de Kat. Esta se encontraba en el segundo piso, con vistas al jardín. Esta era gigantesca. Aunque Kat no tenía nada con que comparar, pues nunca había tenido una habitación. En la habitación solo había una cama, una mesita de noche, una mesa con su silla, tres ventanas en una pared y una puerta de cristal que daba a un balcón, y una puerta.

Kat entró en su habitación sintiéndose feliz y relajada. Era la primera vez desde que estaba en aquella casa y no estaba rodeada de objetos. Ella se acercó a la puerta suponiendo que se trataría de un armario. No podía estar más equivocada. Al abrir la puerta entró a un pequeño pasillo que conectaba con otras dos habitaciones cuyas puertas estaban cerradas. La de la derecha fue el armario. Una pequeña habitación que sería su armario. La de la izquierda fue un baño completo.

—Me largo —dijo Federica desde la puerta de la habitación—. Arregla tu habitación como te dé la gana. A las dos es la comida y a las nueve la cena. Ven antes para poner la mesa.

—Okey —respondió Kat, sin embargo, nadie la escuchó. Al terminar de hablar, Federica se había marchado hacia afuera para ir a entregarle unos documentos a su gestor.

Un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora