Katherine (Kat) Obarhana Cullera era una adolescente de diecisiete años, de uno setenta, largo cabello negro, al igual que su ojos, y piel ligeramente bronceada por el sol, cuya vida había sido atípica. Sus padres, Nolan Cullerot Morron y Mara Obarahana Obarahana, decidieron recorrer todo el continente europeo en caravana. De pequeña lo odiaba por no tener una casa, por no tener amigos, por tener que hacer siempre nuevos amigos y tener que despedirse a los pocos días (a las pocas semanas, si tenía suerte), por tener que aprender nuevos idiomas, por meterse en líos constantemente al no comprender la nueva cultura en la que se adentraba, por no conocer a su familia, por no ser capaz de tener una vida normal, por no tener un horario, por tener que pasar horas y horas encerrada en la caravana recorriendo las carreteras, por ver como su madre se apagaba lentamente, por ver como su padre se desesperaba por toda aquella situación... Odiaba con toda su alma aquella vida tan volátil. Sin embargo, conforme fue creciendo, entendió por qué viajaban tanto. Su madre se estaba muriendo por una enfermedad desconocida. Buscaron desesperadamente cualquier medicina, pócima o hechizo que pudiese salvarle la vida, pero nada funcionó, y ambos lo sabían. Aun así, lo intentaron.
Pocos meses después del décimo sexto cumpleaños de Kat, en una tarde de septiembre, en una playa al norte de Europa, la familia pasó un agradable día en la playa. Disfrutaron del sol, la arena y el mar. Pasaron un buen día, juntos. Estuvieron allí desde el amanecer hasta el atardecer. Finalizando el día con el atardecer. Juntándose para observarlo. Viendo cómo, junto a los últimos rayos de luz del sol antes de desaparecer en el horizonte, la vida de Mara se apagaba para nunca volver.
Kat y Nolan lloraron desconsoladamente hasta que la noche se cernió sobre ellos, envolviéndolos con su profunda oscuridad. Ocultándolos de las miradas de los curiosos y permitiéndoles llevarse el cuerpo de Mara hasta la caravana. Gracias a los ungüentos y las pócimas pudieron conservar el cuerpo de Mara hasta su vuelta a la ciudad natal de esta, Orxata.
Después de la muerte de su madre, por fin conocería a su familia materna. Aunque para ello aún quedaban varias semanas, pues tenían que cruzar prácticamente toda Europa en caravana. Y no solo fue difícil llegar a Orxata, sino que tuvieron que buscar alojamiento allí, pues la familia Obarahana no permitía la entrada a ajenos a la familia.
Cuando finalmente llegaron, antes de que Kat fuese a vivir con su familia materna, ella ayudó a su padre a establecerse en su pequeño apartamento. Aunque era más grande que la caravana. Luego, dejaron el cuerpo de su madre en la funeraria de la ciudad y, finalmente, vendieron la caravana, pues su padre ya no quería seguir recorriendo Europa. Alargó lo más que pudo su reunión con su familia materna quedándose con su padre hasta que todo el papeleo de la escuela finalizase para que se pudiese incorporar al curso, pero, este tiempo no iba a ser eterno. Una vez todo finalizado, y sin poder alargarlo más, recogió todas sus escasas pertenencias y las guardó en su moto. Una hermosa Benda Fox 125 de color azul marino.
Al cumplir dieciséis años, Kat se apuntó a clases para conseguir el carnet para conducir motocicletas. Además, tomó sus ahorros para compararse una moto. Por creer que su hija necesitaba algo de espacio y libertad, los padres no objetaron nada.
Antes de partir hacían la montaña Romer, propiedad de la familia y lugar donde habitaba toda esta, se despidió cariñosamente de su padre prometiendo volver más tarde para contarle como había ido todo.
Kat viajó por la carretera hacia la montaña de su familia, Romer. Esta estaba a tan solo cinco minutos en moto por una carretera bien cuidad entre los campos de arroz, inundados de agua por la época del año.
Rápidamente llegó al pie de la montaña Romer. En esta el paisaje era completamente distinto, pues las plantas tomaron completamente el control de la montaña, destruyendo el asfalto del camino, creciendo por donde fuese que pudiesen, impidiendo completamente el paso y la visión de la montaña. La mayoría de árboles era grandes y estaban cubiertos por enredaderas. Kat no encontró una forma de seguir el camino cerca, por lo que bajó de su moto y se puso a andar cerca del bosque en busca de una forma de entrar.
Caminó arrastrando su moto bajo el sol durante veinte minutos antes de encontrarse con una señal de parada de autobús. Las plantas no habían conseguido tomarla completamente. Hasta el momento, Kat no se había parado a analizar lo que ocurría con la montaña. Hasta el momento solo había pensado que estaba descuidad. Sin embargo, al ver como esta señal no era destruida por las plantas, solo estaba un poco cubierta por estas. Al darse cuenta de la naturaleza sobrenatural de las plantas, Kat utiliza un hechizo básico muy útil que su madre le enseñó ojo de mago. Con este pudo ver la magia a su alrededor, observando que, en efecto, las plantas de la montaña, únicamente aquellas que estaban sobre la montaña, tenían magia corriéndole por la sabia. Magia poderosa que los protegía, los curaba y los hacía crecer constantemente. También se dio cuenta de que la parada de autobús estaba protegida con un hechizo para que no fuese consumida y, detrás de esta, ocultándolo, había un pequeño sendero de tierra.
—Soy idiota... —comentó Kat al pensar que si hubiese usado aquel hechizo desde el principio. Si lo hubiese hecho desde el principio, no habría andado tanto tiempo arrastrando la moto—. Y hostia puta.
Kat soltó un grito ahogado sin muchas ganas por tener que arrastrar su muto por el camino de tierra, claramente descuidado, hasta donde fuese que estuviese la casa familiar.
Después de entrar al bosque, las plantas comenzaron a abrirse a su paso, guiando sus pasos hasta llegar a la casa familiar, la cual se encontraba en un claro en la cima de la montaña. Frente a Kat se alzaba una imponente y bizarra estructura, una gigantesca mansión que combinaba varios estilos arquitectónicos, no solo de varias eras históricas, sino de varias culturas. Antaño fue tan solo una pequeña cabaña, pero con el aumento de la familia, tuvieron que aumentar el tamaño de la casa. Con cada generación aumentó un poco más la cabaña, con nuevos materiales y nuevos detalles, conformando así una amalgama entremezclada de eras y culturas. Además, en algunas partes de la mansión habían sido tomadas por las plantas, adentrándose en la casa y creciendo por sobre la fachada.
Delante de la puerta, a pocos metros, había una plaza hecha de adoquines. En el centro de esta había una fuente apagada con agua verde en su interior. A un lado, había varios coches aparcados en batería.
Kat escuchó el ruido de unas bisagras oxidadas moviéndose. El único lugar que creía que tenía bisagras cerca era la puerta de la casa familiar, por lo que se giró a mirar que ocurría. En la entrada, en el marco de la puerta, a cinco escalones sobre Kat, se encontraba una mujer en su vejez observándola con el ceño fruncido y juzgándola con la mirada. Esta tenía ligeras arrugas en la cara y piel, su largo cabello blanco recogido en una larga trenza y su figura era delgada. Llevaba puesta ropa cómoda pero completamente negra y unas chanclas. Esta mujer era Federica, la matriarca de la familia y la abuela de Kat.
—Joder, bien comenzamos... —murmuró Kat.
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Un nuevo comienzo
FantastikDespués de la muerte de su madre, Kat tiene que volver al pueblo natal de esta para enterrarla y para preparase para ser la siguiente matriarca. Su repentina aparición traerá conflictos en la familia y en el pueblo. Conflictos con la manada de los l...