Ha estado intentando relajarse por todos los medios que su limitada situación le permite sin mucho éxito. Sentada frente al tocador de su habitación, México observa a través del espejo a Nuevo León terminar de arreglar su peinado. Su propio reflejo le permite apreciar a México que el resultado es apropiado para esta noche. Es como debe ser, pero la expresión en su rostro no transmite la más mínima satisfacción. Su vanidad no encuentra motivos para alcanzar su plenitud. De tan sólo pensar en la causa de su desdicha, ella siente cómo la tensión se apodera poco a poco de su cuerpo. México alisa su falda en un impulso desesperado por mantener la calma, pero se detiene a medio camino por temor a que la brusquedad de su movimiento arruine sin querer la tela. No puede permitirse un descuido así. No cuando su madrastra ha terminado por aprobar su conducta lo suficiente como para no enviarle a uno de sus servidores para supervisarla. La poca libertad que pueda obtener quiere conservarla a cómo dé lugar. De otra manera no podría haber elegido vestir uno de sus trajes, de los mejores que tiene incluso, para presentarse a la reunión oficial con su prometido. Dadas las circunstancias, necesita sentirse lo más cómoda posible y este conjunto es una buena elección. El traje forma parte de una serie de prendas hechas a mano por cada uno de sus Estados, con mucho esmero, para una ocasión especial. Éste fue confeccionado por Veracruz. Como con el resto, México esperaba usarlo para una ocasión realmente especial. Así que es comprensible que lamente profundamente que la oportunidad que tanto esperó para estrenarlo tenga el tinte de un compromiso, peor aún de este tipo.
El hombre para el que supuestamente se arregla no merece el esfuerzo. No merece las atenciones de nadie; ni siquiera las de Hidalgo, quien acudió a ella a primera hora de la mañana para comunicarle en persona que su padre había decidido que él atendiera personalmente al Imperio para vigilarlo más de cerca. Hidalgo quiso saber de qué podía disponer para cumplir una orden que hasta cierto punto no podía rechazar. Ella tuvo que dar su consentimiento, pero no supo, y no lo ha determinado hasta ahora, cómo tomarse el hecho de que su padre al menos pretende dejar claro de lado de quién se encuentra. México contaba con que no le faltara el soporte de sus servidores, el de su padre no le sirve de mucho si no va a actuar por sus propios medios. No logra explicárselo. Estaba segura de haber oído a su madrastra quejarse sin cesar de que el señor Hispania, quien desgraciadamente es su marido, tiene un marcado desinterés por este compromiso y, en general, por todas las cosas asociadas a la noción de responsabilidad. ¿Qué hace su padre haciendo este tipo de encargo a uno de los Estados de su hija? ¿Tiene autoridad para eso sólo porque es su padre? ¿Es que no piensa hacer más que enterarse de primera mano quién es su futuro yerno? México frunce el ceño disgustada ante la dirección que están tomando sus pensamientos.
— Hemos terminado, señorita —anuncia Nuevo León en cuanto termina con su tarea. Se la escucha satisfecha con su trabajo.
México interrumpe su reflexión al oírla. Se observa con detenimiento a través del espejo. ¿Hace cuánto que no se permitía este tipo de lujos? El cambio le hace sentirse bien, pero... Ahí va de nuevo. Debe parar antes de avergonzarse de lucir tan arreglada cuando su gente no tiene ni para comer.
— Siempre me sorprendes, Nuevo León —aprecia México tratando de acomodarse en distintas posiciones para apreciar su imagen por completo.
— Esta noche debe lucir su mejor versión, independientemente de la situación, señorita —responde su Estado tomando una distancia respetuosa para hacer una ligera reverencia.
México se obliga a no sollozar. Debe ser fuerte, necesita serlo desde antes de poner un pie fuera de su habitación. No puede permitirse flaquear ni antes, ni después, nunca. Debe comportarse. No necesita derrumbarse frente a nadie, en especial no delante de su familia, su madrastra y las visitas.
— Estado de México acaba de informarnos que las visitas se encuentran reunidas con los señores y que la esperan para cenar, señorita. Ciudad de México no debe tardar —anuncia otra de sus Estados acercándose a ella—. A nombre de todos los que no podemos acompañarla, señorita, le deseo toda la suerte que sea posible. Nuestra lealtad está con usted.
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Orgullo nacional y prejuicio histórico (🇦🇹×🇲🇽)
Historical FictionEs una verdad universalmente aceptada que todo Imperio que entra en territorio ajeno lo hace para someter y explotar al dueño indefenso en beneficio propio. Sea o no el pensamiento que ronde la mente de dicho Imperio, las naciones, víctima y vecinas...