La défaite

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— Creo que di instrucciones precisas al respecto, así que no comprendo por qué razón ella está aquí. ¿No fui explícita? ¿Quién la dejó pasar? —exige molesta.

México le dedica una mirada molesta a su administrador mientras se dirigen a la sala de estar; lugar donde, le han informado, le espera un visita indeseada. Por toda respuesta, su administrador se encoge de hombros disimuladamente mientras le ofrece un gesto de resignación. México se limita a guardar la poca compostura que le queda para la conversación que le espera con la recién llegada. Debe actuar con cautela y mucha sensatez si quiere salir de una pieza de esta desagradable situación. Objetivo que le parece inalcanzable dadas las circunstancias. Las cosas serían distintas si no fuera porque la hacienda que heredó de su madre enfrenta el mismo problema una vez más en un corto periodo de tiempo. Es como si la suerte la esquivara haciéndole creer que todo ha pasado para luego presentarle la misma dificultad, pero duplicada, a la menor oportunidad. Tal parece que nunca se verá libre de este círculo vicioso.

Siendo honesta consigo misma, México no puede pensar que esto pueda ser de otra manera. Su madre había sido una ama y señora de la hacienda muy severa, controladora y algo despiadada. Como resultado cundió el descontento contra su estilo de gobernar la casa entre varios de sus trabajadores, un número considerable de ellos, y siempre hubo que contratar apresuradamente a los reemplazos. Después de casarse, fue su marido quien pasó a tomar las riendas de la situación. Su padre no mejoró demasiado el trato, ni la administración, pero fue mejor aceptado de cualquier manera pese a que se limitó a hacer lo mínimo indispensable por la hacienda. Ahora que México ha recibido la estafeta, considera que no se ha desempeñado mejor que sus progenitores. Su popularidad no es la mejor, aunque tampoco la peor. Sospecha que en parte la causa radica en que es una mujer y no tiene grandes expectativas de un matrimonio ventajoso que proporcione esperanza para el futuro.

— Es ella, señorita —le asegura Veracruz, quien también les acompaña—. No hay manera de negarle la visita.

México hace una mueca, pero no comenta más. Debe admitir que no se tomó en serio eso de ser la dueña desde el principio. Cuando su padre les leyó el testamento que, aseguró, fue dispuesto por su madre poco antes de su muerte, ella creyó que se trataba simplemente de las precauciones que su padre mismo estaba tomando anticipándose a un segundo matrimonio. Sus hermanas y ella sospechaban que algo pasaba entre su padre y su ahora madrastra, mas en aquel momento nada parecía estar dado por hecho. Nunca pensaron que su padre en efecto contraería segundas nupcias tan pronto. Tampoco les pasó por la cabeza que fuera a dejarlas a ellas, a sus hijas, realmente a su suerte, siendo el reparto todo menos una farsa. México asumió que sólo legalmente ellas estarían a cargo de todo, no que ése sería el comienzo de una abrupta independencia. Independencia para la cual nunca se sintió preparada. No del todo considerando la gran responsabilidad que se le confió repentinamente.

Con el reparto de una herencia que pudo haber esperado hasta que ellas mismas se casaran o, en el peor de los casos, a que su padre muriera, su progenitor depositó sin mucho cuidado una carga enorme en los hombros de cada una de sus hijas. Nunca miró atrás, y no era que tuviera muchos asuntos por delante. Tras el reparto, su padre se dedicó a vivir el resto de sus días encerrado en su biblioteca. Porque eso sí, se le vio más activo antes que después de haber desposado a su madrastra. Su madrastra. Tan sólo pensar en ella México vuelve a su realidad y a la dificultad que debe afrontar. Ella apenas y se detiene llegando ante la puerta de la sala. Lo hace el tiempo suficiente para relajar su semblante y tratar de preparar un saludo cordial para la mujer que la aguarda en el interior. Hospitalidad, cordialidad y diplomacia repite varias veces para sí, como si la mera idea de esos conceptos fuera a sacarla del apuro en estos momentos. No desea dedicar alguna de esas tres cosas a la persona que la aguarda en la sala, pero no tiene otra opción por el momento. Es mejor terminar con esto de una buena vez. México no va a darse por vencida fácilmente, menos aún ante una señora nacida en Europa.

Orgullo nacional y prejuicio histórico (🇦🇹×🇲🇽)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora