𝑷𝒓𝒐́𝒍𝒐𝒈𝒐

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El cielo se tornaba gris, las nubes opacaban el brillante sol de verano y las gotas empezaron a caer con fulgor sobre la pequeña casa celeste en las últimas calles del condado Forwand, Atlanta. Dentro de ella se encontraba la pequeña Blake en su habitación, terminando de guardar todos los dulces dentro de su mochila para las clases de mañana lunes. La niña metió a empujones los palitos de paleta que sobresalían por el cierre.

Vendía dulces en su escuela, era una forma de tener un poco de ingresos. El trabajo en la farmacia de su madre no tenía buena paga.

Cuando tuvo todo listo, se metió al baño y lavó sus dientes de arriba a abajo mientras tarareaba esa chirriante canción del comercial de pasta de dientes para niños. La odiaba, pero lamentablemente para ella era muy pegajosa. Al terminar fue directo a su cama, extendió las suaves sabanas y se metió debajo de ellas acomodándose hasta quedar en una posición agradable para la niña.

Tenía todo listo. Había preparado la cena para cuándo su madre llegara del trabajo, lavó todos los trastes sucios, preparó el almuerzo para mañana y guardó los dulces para vender en la escuela.

Tenía todo un plan de quince años dónde en primero se graduaría como la mejor de su clase, en segundo iría a Yale, tercero; conseguiría trabajo en psicología y cuarto; ya establecida económicamente se casaría en el campo al aire libre y formaría su propia familia.

Blake se consideraba alguien precavida y muy minuciosa.

Pero por ese momento sólo quedaba dormir y descansar. Apenas cerró sus ojos, cuándo el fuerte sonido del trueno se escuchó muy cerca del lugar. Sobresaltada, se escondió debajo de sus sabanas tratando de protegerse del miedo que llenaba todo su cuerpecito. Pero no había servido de mucho, sus pies sobresalían, ya que ella había crecido demasiado esos últimos meses y su cama ya le quedaba muy chica al igual que todas las cobijas de princesas que su madre aún le compraba.

Tenía que decirle qué debían de cambiar de sabanas. Tal vez si tenía suerte podría escoger unas de estrellas, cómo las que había visto en el centro comercial de la ciudad.

El ruido de la puerta abrirse abruptamente la sacó de sus pensamientos. No podía ser su madre, eran las nueve de la noche y su turno terminaba a las diez en punto. Además de que jamás hacía ruido al entrar para no despertar a Blake. Con mucho miedo, la niña bajó los escalones de su hogar con paso precavido. Al llegar a la cocina, tomó un sartén y caminó sigilosa hasta la entrada. Levantó el traste y cuando iba a dar su grito de guerra, la vió. Suspiró y salió de su escondite sin temor.

— Mamá —llamó.

Ann, una mujer de cabellos cafés y líneas blancas, la miró alterada, pareciendo atemorizada. Cerró con candado la puerta y las ventanas a los lados. Sin decir una palabra tomó a Blake de los hombros y la guió rápidamente hasta la cocina. Blake se asustó con la actitud extraña de su madre, debía ser algo preocupante, por qué si un adulto se asustaba significaba que algo horrible pasaba. Ann abrió las puertas bajas de la alacena y sacando todo lo que había dentro, metió a su hija.

— Mamá, ¿qué sucede? ¿Qué está pasando? —la mujer la ignoraba, murmurando cosas apenas entendibles. El ruido de la puerta y paredes siendo golpeadas una y otra vez la hicieron dar varios pasos atrás. Miró por la persiana de la ventana y la volvió a cubrir completa. Gruñidos traspasaban y se hacían presentes por toda la casa.

— N-necesitarás algo de comida...Si comida.

Ann sacó un paquete de galletas, numerosas barras energéticas y varias botellas de agua del almacén. Las metió junto a su hija y antes de cerrar la miró.

— ¿Mamá?

— Escúchame, cariño. —habló con la voz temblorosa— Te dejaré aquí, ¿si? Sólo por un rato. Estaré justo a un lado de la puerta, pero necesitaré que no hagas ruido. ¿De acuerdo?

Blake asintió con temor.

— Estaremos bien. Te lo prometo.

Y ella quería creerlo.

— Se fuerte. —besó su frente— Júramelo, ¿si?

— Si.

Cerró la puerta lentamente sin dejar de ver a su hija con un nudo en la garganta. A Blake le empezó a faltar el aire, pero no faltó a su promesa y guardó silencio. Minutos después la puerta fue abierta, el ruido de las numerosas pisadas que empezaron a acercarse la asustaron. Blake guardó silencio, lo más que pudo aún que moría del miedo. Hizo lo que su madre le pidió, incluso cuando oyó el desgarrador grito y la sangre empezó a escurrir por todo el piso llegando a sus pies.

Puso una mano en su boca, no podía respirar, no podía. Y después todo fue negro, todo desapareció a su alrededor.

𝗧𝗛𝗘 𝗪𝗔𝗟𝗞𝗜𝗡𝗚 𝗗𝗘𝗔𝗗 - Blake 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora