I - Propuesta.

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Se abrían paso entre la fuerte nevada que estaba cayendo ese día, corriendo lo más que sus pies se los permitían, aunque la tarea se hacía dificultosa debido a la nieve que cubría el suelo completamente, volviendo sus pasos pesados conforme avanzaban. De repente sintió un fuerte jalón de su antebrazo, tirándolo hacia atrás haciendo que su cuerpo impactará contra el tronco de un árbol. Soltó un fuerte gemido de dolor al sentir la dura madera contra su dorso, y luego sintió su mejilla arder al recibir un fuerte golpe en esta.

— ¡Déjenlo! —escuchó a su costado aquella voz tan profunda para un chico de catorce—. Nosotros no tenemos la culpa de su enfermiza obsesión...

— ¡Cállate la maldita boca, mocoso malcriado! —resonó en sus oídos el sonido de una bofetada—. ¡No son más que escoria! ¡Merecen la muerte! Y nosotros nos encargaremos de que se pudran en el maldito infierno.

Se acercó al muchacho de piel pálida, que a pesar de estar asustado, trataba de ocultarlo lo mejor que podía, no les daría el gusto a aquellos canallas de que lo vieran vulnerable. El otro chico de hebras azabaches aún se hallaba putrefacto contra aquel árbol, manteniendo sus ojos cerrados y temblando del miedo. No se atrevía a abrir los ojos, estaba aterrado, porque sabía lo que le esperaba a su mellizo y estaba seguro de que de esta no se salvaban. No quería que la última imagen de su hermano antes de morir fuera una donde él estuviera desangrándose, u otro escenario aun peor, no quería ni imaginárselo.

Cuando todo se veía perdido para ambos mellizos y esperaban que la muerte los abrazara, fueron testigos de que por más injusta que fuera la vida, siempre habría un rayo de esperanza, sin importar que tipo de persona fueras o lo que hubieras hecho. Tuvieron que aprender por las malas que "Lo que siembras, cosecharás".


Era un día como cualquier otro, personas caminando por las aceras, otras entrando a algún edificio o simplemente se encontraban perdiendo el tiempo, nada fuera de lo común

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Era un día como cualquier otro, personas caminando por las aceras, otras entrando a algún edificio o simplemente se encontraban perdiendo el tiempo, nada fuera de lo común. El viento soplaba suavemente esa mañana, moviendo el atrapa sueños que se encontraba colgado en una de las bases de techo de aquella pequeña tienda, justamente cerca de la ventana que yacía abierta, siendo cerrada de inmediato por un muchacho que se podría decir que se encargaba de cuidar la tienda.

Después de ponerle el pasador regresó a sentarse sobre sus rodillas frente a la pequeña mesa del vestíbulo. Abrió nuevamente su libreta y siguió con lo que estaba haciendo momentos atrás. El muchacho poseía una tez pálida que lo caracterizaba, con hebras azabaches que llegaban a la altura de sus hombros, pero en esos momentos estaban recogidas en una coleta. Un suspiro se escapó de sus finos labios al escuchar la campana que avisaba la llegada de un nuevo cliente.

Se trataba de una mujer esbelta, de delgadas caderas y con sus cabellos tan largos que llegaban a la altura de su cintura; vestía un elegante vestido de color crema, con sandalias de corcho no tan altas. Observó a su alrededor con curiosidad, viendo varios tipos de amuletos en las repisas. Giro su vista hacia el muchacho de hebras oscuras, dándose cuenta de que ni siquiera le había prestado atención. Hizo una mueca de disgusto y con cierto porte de superioridad se acercó a el muchacho, tomando asiento e imitando la posición del contrario, quien no había apartado la vista de esa libreta como si fuera lo más interesante del mundo, ignorando completamente a la mujer que obviamente era su mayor. Aclaró su garganta para llamar la atención del azabache, quien ni se inmutó; cuanto adoraba sacar de quicio a las personas, sobre todo si eran ricos y arrogantes.

Hechizo [HopeV]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora