DONDE EL RIO MUERE| IX

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FIORELLA

—¿Un humano Fiorella? ¿Diste tus alas por la protección de un humano hija mía?

No podía mirarlo a la cara, él sabía que no podía mentir, sabía que las respuestas que quería se las daría por culpa de ese hechizo.

—Sabes que la respuesta es sí, padre —dije pasando las telas de mi vestido por mi rostro que aún estaba lleno de lágrimas. —Del príncipe del reino luna.

No lo podía mirar, pero supe que su reacción era de sorpresa solo por su mirada y por el hecho de que había dejado caer la copa de agua que tenía en sus manos y mi madre se llevó las manos a su boca.

El silencio se había apoderado de la habitación, no se escuchaba ni el más mínimo susurro del gran árbol, supongo que no se quería meter en esta situación familiar.

Pase saliva mientras tomaba la copa de agua que tenía frente a mi y la llevaba a mi boca con cuidado.

El silencio me estaba poniendo aún más nerviosa.

—El sol está saliendo –dijo mi padre mientras se acercaba a mi y tocaba mi espalda malherida– Fiorella, lo que hiciste fue muy arriesgado, pero no te puedo decir nada con respecto de quien te enamoraste, eso no –hizo una pausa así que lo mire— no me incumbe, el amor no es algo que puedas controlar y mucho menos escoger, yo lo sé. Yo me enamore con locura de tu madre y no sé en qué momento pasó, pero no me arrepiento de nada. Se que si tu y ese príncipe sienten algo mutuo, quizás su amor pueda arreglar la grieta que dejó tu abuelo. –suspiro mientras tomaba mis manos con delicadeza y me regalaba una sonrisa– No me preocupa lo que pueda pasar de ahora en adelante Fiorella, eres una de las hadas más fuertes que ha creado la madre naturaleza. –bajo la mirada mientras colocaba un poco de presión en mis manos– en realidad estoy triste.

—¿Por qué estrías triste? –pregunte soltandome de su agarre y colocando mi mano en su hombro, sintiendo como sus lágrimas caían en su ropa.

—Esta triste porque ya no eres una pequeña princesa hija –mi madre se unió a nosotros colocándose de cuclillas junto a mi padre– ya no debemos estar tan presente, ya te enamoraste, ya tomaste decisiones riesgosas por tu cuenta, haz manejado situaciones de mucha presión desde hace meses, ya no eres esa pequeña curiosa que nos seguía a todos lados para aprender, ya eres la Princesa Heredera. –se secó unas cuantas lágrimas que peligraban en caer como las de mi padre, su tono de voz se llenaba de nostalgia y de tristeza– Ya no eres solamente nuestra hija, aunque nunca dejaras de serlo.

Comencé a llorar con ellos, los abracé mientras ellos me rodeaban en sus brazos.

Los tres yacíamos en el suelo, abrazados, y llorando.

Pero por alguna razón sentía que esto no estaba terminando, la historia y la charla familiar.

—Necesito ir a ver a Gor –dije mientras me secaba las lágrimas y mis padres me miraban con perplejidad.

—¿Por qué harías eso hija? –preguntó mi madre que secaba una de mis mejillas.

—Es peligroso. –añadió secamente mi padre.

—Sobreviví a Atenea dos veces, Gor está en una cárcel lo peor que puede hacer es insultarme –dije levantándome del suelo y arreglando mi vestido– lo voy a ir a ver, con o sin tu autorización padre.

—Bien –dijo levantándose y dándome un abrazo– solo ten cuidado Fiorella.

—La tendré.

Le di un corto abrazo a mi padre y un beso corto en la frente a mi madre para salir de mi habitación y encaminarme hacia la parte prohibida del castillo.

CORTEJO DE MEDIANOCHE | AMANTES #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora