FUERZAS | X

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OLIVER

Tenía mi espada apoyada sobre su cuello, mi brazo se estaba comenzando a cansar por el peso. Ninguno de los dos nos movíamos, un paso en falso para ambos y acabaría con nuestras muertes.

—No eres una hechicera de palabra por lo que escuche –dije para luego sacar mi espada de su cuello y dar un paso atrás haciendo que ella bajara su daga y activará su magia– Yo no voy a hacerte daño Atenea, no haré nada mientras no le hagas algo a Fiorella, a mi o a mi reino.

—Nunca fui una hechicera de palabra, ni siquiera siendo totalmente humana –dijo mientras se acercaba a mi con delicadeza.

—No creas que caeré en tu juego de seducción –dije apartando una de sus manos que se acercaba a mi cara– He lidiado con muchas mujeres como tú, que intentan de todo para acercarse a mí o a la corona.

—¿Y Fiorella es la excepción? –preguntó en un tono molesto.

—Fiorella no es la excepción, ella no es de ese grupo, pero tú sí.

A pesar de la oscuridad de la noche pude notar como apretaba su mandíbula de ira, se que estaba jugando con fuego, Fiorella me advirtió mucho que si me llegaba a topar con cualquier ser mágico que no lo hiciera enfadar, sobre todo a los hechiceros de la luna y mucho menos en la noche, y claro el chico aquí presente está haciendo todo lo contrario a lo que le advirtieron porque quiere darle tiempo a su amada para que corra a esconderse y curarse.

Y se bien que ella no me va a ayudar ahora, había escuchado y visto todo lo que había pasado y esa herida no era algo menor.

Solo espero que sus padres la mantengan a salvo. Ya que yo no pude.

—Tu amor me dan demasiadas ganas de vomitar, si no fuera porque te necesito vivo te hubiera matado desde que logré escapar, pero necesitaba que te acercaras a esa princesita para que cultivarán magia.

No me había dado tiempo de reaccionar como correspondía, se acercó con gran velocidad a mí y solo pude interponer mi espada entre nosotros como un escudo.

Una gran luz brotó de mi espada para que Atenea retrocediera y se enojara a un más.

—Esa princesita es más lista de lo que pensaba, la subestime.

La vi acariciar su brazo que presentaba una quemadura muy grave, supongo que Fiorella colocó alguna protección sobre mi espada para que esta chica que tenía enfrente no me hiciera daño. Todo cuando yo no presente atención.

—Mira es Fiorella –apunte intentando distraerla para correr hacía el bosque para ver si lograba encontrar a alguien del pueblo de Fiorella y me diera refugio. Estaba más cerca de ellos que de mi castillo. Y bueno piénsalo bien, mi pueblo no tiene magia, no que yo sepa, y el de Fiorella, quizás sí, mucho más, al menos quizás un poco de magia para llevarme a un lugar donde estar a salvo.

Pero no veía nada, solo podía ver los arboles pasar frente a mis ojos, el esquivar raíces e intentar alejarme de la orilla del río se estaba convirtiendo en algo cada vez más peligroso.

Hasta que sentí un frío recorrer mi cuerpo, ya no podía moverme, correr o gritar, no podía salvarme o pedir ayuda.

Atenea me había atrapado con su magia, salió de entre las sombras con una cínica sonrisa.

Las joyas que colgaban en su cabello tintineaban mientras chocaban unas contra otras. Cada paso que daba y escuchaba al acercarse hacían que mi corazón comenzara a latir cada vez más rápido del miedo.

—Es una verdadera pena que Fiorella no se diera cuenta antes de lo que tienes en tu interior –dijo mientras pasaba una de sus frías más por mi mejilla– te hubiera enseñado bien, es buena maestra. —su sonrisa se borro mientras tomaba mi corona y la lanzaba al bosque como si nada– si tu hubiera enseñado magia serias un gran rival.

—Déjame ir. –murmure con la poca fuerza que me quedaba, sentía como el hechizo que me rodeaba, que me mantenía inmóvil me quitaba mi energía, mi fuerza para luchar.

—¿Sabías que las lunas tienen más poder por la noche?

Sentía como mi respiración se hacía cada vez más lenta y pesada, mis parpados se cerraban por si solos. ¿Este era mi fin? ¿Ya no volveré a ver a mi amada?

—Fiorella...

.

.

.

Cuando abrí mis ojos estaba en una cabaña, el aire era gélido, estaba tapado por algunas mantas, pero sentía el cuerpo aún pesado, pero lograba detectar que mis manos y mis pies estaban atados.

Estaba acostado, mire hacia mis costados para ver que estaba solo, pero en la puerta habían dos hombres con las mismas túnicas que la noche que me enfrente como pude a Atenea...

Estoy en el pueblo de las lunas.

Las túnicas...

El frío era porque estábamos en la colina donde ellos alguna vez fueron capturados y aislados de todos los demás.

—Despertó –escuche que la voz provenía de una pequeña niña que usaba una túnica pálida pero nunca similar al blanco, era tan solo una niña. Su broche a diferencia de los demás era solo un óvalo de plata. La túnica era muchísimo más grande que ella. La arrastraba mientras caminaba afuera y hacía una seña hacia afuera para que luego Atenea atravesara la puerta y pasara como si nada al lado de ella.

—Largo –dijo Atenea mientras colocaba una silla frente a mi y se sentaba en ella. El tono que había ocupado con la pequeña niña había sido totalmente seco y grotesco, no tenía ni una sola gota de empatía o amabilidad.

Me sorprendió bastante el hecho de que la niña no se inmutara con tal tono tan austero, pero supongo que ya debe de estar totalmente acostumbrada a la situación ya que solo salió del lugar tomando una cesta con sus cosas sin decir nada o hacer algo más.

—-¿Qué es lo que quieres de mi Atenea? —pregunte intentando incorporarme, pero al estar atado me era difícil levantarme.

—¿Sabías que tienes magia en tu interior? Magia capaz de alimentar tantos hechizos como a mi pueblo entero, pero debo de esperar a que se active, que florezca, por eso te tengo aquí –dijo mientras abría mi boca y dejaba un pedazo de zanahoria cruda en ella– come, necesitas fuerzas para ese día 

CORTEJO DE MEDIANOCHE | AMANTES #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora