Vitiligo.

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Parecía el destino, se habían encontrado sin esperarlo. Bien pondrían no haberse visto o simplemente haberse ignorado, pero no, ella recogiendo el teléfono y el silbando, ambos en sentidos opuestos, ambos sin nada más que ellos mismos. Habrían podido chocar con otra persona o que alguien los llamará aleatoriamente, sin embargo se habían visto. Se habían encontrado y algo en ellos los llamaba a encontrarse; a conocerse.

Ella no tardó nada en ver su pobre mechón y él, apenado se arrepentía de no haber comprado el tinte antes. El vio la curiosidad en ella preguntando a través de esos ojos que tanto ansiaba reconocer, ¿Por qué?¿Por qué estás aquí?¿Por qué te escondes tan a la vista? ¿Por qué estás roto? ¿Por qué te conozco? Tantas preguntas en apenas una mirada silenciosa. Tanto ruido dentro de un mundo de silencio y misterio.

Él, siempre ruidoso y alegre, ahora callado y vacío.

Ella, tan fría y cortante, ahora hecha gironés por algo más afilado que ella.

Dos harapos en el cajón, dos obras de arte destrozadas. Dos inadaptados en la misma situación. Todo parecía planificado para que los dos se encontrarán o tal vez tan destinados a separarse que en la lejanía se encontraron.

Akio la miró y la vio tambalearse, reconocía demasiado bien cuando alguien se mareaba por algo no físico. No le apetecía que lo que la llamaba se la llevará así que le tendió la mano para distraerla del sentimiento.

—Akio. A tu servicio.

El castaño habló por fin rompiendo el silencio mientras la tomaba con suavidad para que no cayera mientras se levantaba.

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