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Pasaron horas que se sintieron como días, Paola iba quieta y sin levantar la cabeza. El carruaje iba por terracerías, llanos, carreteras y al final por una larga vereda rodeada de monte que terminaba al llegar a la grandísima casa de la marquesa, una casa sombría sumergida ente la niebla y la ligera brisa que no cesaba aquella tarde oscura, todo esto en conjunto, daba al lugar en una tétrica apariencia.

—Hemos llegado —anunció Diego abriendo la portezuela del carruaje.

La marquesa bajó aunque con cierta dificultad, debido a su cojera, después le dio la mano a Paola para hacerla bajar también, Paola se tomó unos segundos entre dudas sobre aquel gesto de amabilidad viniendo de tan despiadada mujer, y finalmente sin dejar de lado el recelo y sin contacto visual, Paola tomó la mano de la marquesa, y bajó ayudada por ella.

La lluvia que arreciaba, encubría las lágrimas de Paola, sus blondos cabellos y su rostro parecían marchitos por la tristeza, y sus ojos de miel no brillaban más con aquel juvenil fulgor que siempre le caracterizaba. Cabizbaja tomó su equipaje y fue adentro, siendo guiada por Diego.

Otro sirviente que aguardaba en la entrada, abrió las puertas de la casona a los recién llegados. Adentro era acogedora y cálida la estancia, rebozaban el lujo y elegancia en las decoraciones, el olor a caoba llenaba el olfato, de dicha madera era el piso y los barandales de la escalera que llevaba a la planta alta.

—Hernán —llamó la marquesa al otro de sus sirvientes. —lleva a esta jovencita y su equipaje a una de las habitaciones vacías, hazle saber las reglas, y te doy la orden de dispararle si intenta huir.

—Así será, su ilustrísima —asintió Hernán.

El joven rubio, de brillantes ojos azules, tomó el equipaje de Paola y la guió consigo hasta la planta alta, recorrieron un estrecho pasillo que llevaba al cuarto más pequeño de la casa.

—A la marquesa le gusta la disciplina y obediencia, en esta casa nos levantamos a primera hora de la mañana, cumplimos algunos deberes primarios y a las nueve en punto nos vemos en el comedor para almorzar, si llegas un minuto tarde, no habrá almuerzo y tendrás que esperar hasta la hora de la comida a las tres de la tarde —comentaba Hernán a Paola mientras bajaba el equipaje al entrar en la habitación.—Aquí las faltas de respeto y las indisciplinas se castigan severamente, te sugiero que mientras estés aquí, cumplas al pie de la letra cualquier orden de la marquesa. Y por favor, no intentes escapar, no quiero dispararte.

—¿Quien es esa mujer? ¿Por qué es tan mala?

—La marquesa Miranda no es mala, simplemente está acostumbrada a que todo se haga a su modo, con la fortuna y estatus tan grande que posee, es entendible.

—Lo que hace es horrible y cruel.

—No sé quién seas o porqué estés aquí, pero supongo que es temporal, así que, por favor, aunque sea por conveniencia pórtate bien con ella el tiempo que estés en sus dominios.

—Por favor, ayúdame a escapar —pidió la muchacha desesperadamente. —quiero volver con mi padre.

—No voy a ayudarte, mi lealtad es para la marquesa —aseveró Hernán.—Y me temo que tendré que encerrarte bajo llave, dadas tus intensiones.

—No, no ¡Por favor! —Imploró Paola inútilmente.

Después de haber sido encerrada por Hernán, Paola se tendió sobre la cama y lloró, eran lágrimas de impotencia, también de sentimiento por extrañar a su padre, nunca se había separado de él y eso la tenía triste y asustada.

Sólo un par de minutos después de que Hernán bloqueó la cerradura, se escuchó cómo esta misma volvía a abrirse, Paola tuvo la efímera esperanza de que fuera este último que hubiera cambiado de opinión y viniera para ayudarla a salir de ese lugar, pero estaba equivocada, quien irrumpió en la habitación fue la marquesas, Paola sintió pánico al verla entrar.

—Ven aquí —exigió la marquesa con aires imperativos.

Paola obedeció para evitar problemas, siguiendo el consejo de Hernán. Paola se aproximó con recelo a aquella mujer. La marquesa la observaba, caminaba despacio a su alrededor mientras ella permanecía petrificada de miedo.

—¿Qué edad tienes? —Preguntó la marquesa.

—Cerca de veinte años —respondió Paola sacando cuentas.

—¿Veinte? No aparentas ni siquiera quince.

—Si, me dicen eso todo el tiempo —replicó Paola hastiada de la apariencia casi infantil de su rostro.

La marquesa se paró firmemente frente a la muchacha con aires de supremacía.

—Arrodíllate —ordenó la marquesa.

—No voy a hacer eso —respondió Paola.

Con un potente fuetazo en la parte anterior de las rodillas, la marquesa hizo caer a la muchacha arrodillada y doblada de dolor. La enorme mujer revisó los ojos y la dentadura de la joven, como si se tratase de una yegua que fuese a adquirir, eso resultaba humillante para Paola que sólo se aguantaba las ganas de llorar.

—Pareces una joven sana, pensaré cuales serán tus deberes en adelante, y espero no tener que volver a pegarte —dijo la marquesa al terminar la revisión.

Enseguida de que la marquesa salió, Paola dejó escapar un grito de coraje, había sido sobajada; ella sacaba fuerzas de donde podía. La muchacha lloró hasta quedarse dormida.

Cuando Paola despertó de su siesta, notó que era muy tarde, pudo darse cuenta que la mayoría de luces de la casa estaban apagadas y la luna se asomaba por el ventanal. Con sigilo, Paola abrió la puerta, que extrañamente no estaba bloqueada, salió hacia pasillo y camino silenciosamente hasta el borde de las escaleras, desde ahí pudo mirar hacia el vestíbulo, donde había algo de luz. Pudo mirar a la marquesa sentada en el sillón, bebiendo sin control entre sollozos; en ese momento no quedaba nada de la mujer malvada, su llanto silencio era como el de una niña pequeña. Paola sintió tanta compasión, Paola no podía siquiera imaginar el dolor que guardaba el corazón de la marquesa.

El corazón de La MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora