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Lejanos relámpagos iluminaban la estancia aquella tarde, casi noche, y la casa estaba sumergida entre las sombras mientras la marquesa se quedaba en la soledad que siempre la había acechado, reflexionaba sobre su amargura, sus errores del pasado y la falta que empezaba a hacerle aquella jovencita de ojos preciosos y fina silueta. Después de tenerla se sintió apegada a ella de una forma poco común, y al verla irse, su corazón se estrujó, sintió un dolor indescriptible.

Los pensamientos tranquilos de la marquesa se vieron interrumpidos por el abrir de la puerta principal, no era algo que esperara, en la casa no había nadie más que ella, por un momento creyó que Diego regresaba, pero quien estaba ahí, era a quien este ayudó a llegar a ella, Augusto entró envalentonado ante la sorpresa de Miranda.

—¡Herrero! ¿Qué diablos hace en mi morada?

—Hasta aquí llegó su despótico ser —dijo resollando de ira mientras desenvainaba su estoque y se lanzaba al ataque. —Esto es por Paola.

Augusto se fue sobre la marquesa, pero no se esperaba que esta llevara una espada ropera oculta en su bastón, y que contuviera el ataque ágilmente. La mirada cargada de odio de ambos se cruzó mientras analizaban el próximo movimiento; entonces Augusto le dio un empujón a la marquesa, que logró caer de buena forma para contener la siguiente estocada, entonces fue ella quien contraatacó logrando herirle el hombro al herrero.

—Suerte de principiante —dijo Augusto mirando su herida y volviendo al duelo.

El choque de espadas fue largo y aguerrido, saltaban chispas y poco después la sangre empezaba a correr, en medio de aquella danza mortal, Augusto hizo una herida superficial en el costado de la marquesa, no era profunda pero manchó de carmesí su vestido azul y también el suelo. Miranda se tomó un segundo para reponerse y mentalizarse, el enemigo era demasiado fuerte, pero no tan ágil como ella, debía utilizar todo lo que tuviese a su favor, entonces volvió al duelo con una estocada impredecible que terminó por destantear a Augusto y casi lograr un touché impecable.

—¿Sigues creyendo que es suerte de principiante?

—Esto acaba aquí —Dijo Augusto perdiendo la paciencia y atacando con todas sus fuerzas.

En un fuerte golpe, el estoque de Augusto se rompió, en su conmoción no pudo reaccionar y entonces la marquesa vio su oportunidad al notarlo mal parado y distraído, entonces le dio un empujón con todo su cuerpo haciéndolo caer hasta el piso inferior.

En ese momento llegaba Diego, el sirviente había cabalgó hasta llegar a la casa, con el arrepentimiento orillándolo a la locura, rezaba por llegar a tiempo y poder remediar su mal, aún así estaría preparado para encontrarse con el peor escenario; nunca debió subestimar a la marquesa, el pelirrojo llegó justo a tiempo para presenciar la caída del hercúleo herrero desde el piso superior y quedar tendido inconsciente.

Diego corrió escaleras arriba en busca de la marquesa, la encontró y se vio gustoso de que estuviera bien. No le importó lo reacia y hermética que solía ser la marquesa, la abrazó muy fuerte; y ante su sorpresa, ella correspondió su abrazo; era tan extraño pero agradable recibir de esa mujer un poco de afecto.

—Su ilustrísima, no soy digno ni siquiera de estar aquí, lo que hice no tiene perdón, aún así... —dijo Diego cayendo de rodillas.

—No tienes que decir nada, levántate —interrumpió la marquesa aquellas disculpas. —Lamento si nunca te di el trato que merecías, si nunca te dije lo bueno que es tenerte y que aprecio tu lealtad. Me da gusto que hayas vuelto.

Diego casi deja salir el llanto, estaba conmovido.

—Gracias, su ilustrísima. Perdone usted mis actos, mi gran falta, pero estaba cegado, confundido.

El corazón de La MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora