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Al alba, la marquesa se levantó de su lecho y mientras se vestía observaba detenidamente a Paola dormir aún, bajo su camisón se transparentaba su cuerpo juvenil y hermoso, sus cabellos rubios le cubrían el rostro dándole una tierna apariencia, que de no ser por tantas ocupaciones que Miranda tenía, desearía hacerle el amor hasta el cansancio, sólo se limitó a acercarse suavemente y besar su mejilla antes de salir de la alcoba.

Cuando el sol estaba alto entre las espesas nubes de aquel oscuro día, don Heraclio llegaba a San Ferrán, iba escoltado por Diego y Hernán hasta el interior de la casa, ahí donde se reencontró tan ansiadamente con Paola.

—¡Papá!—Exclamó Paola emocionada abrazando al viejo.

—Mi hija, te he extrañado tanto —dijo con llanto don Heraclio. —Pero ya nos vamos, volveremos a casa y pronto concretaremos tu boda con Augusto.

Paola tuvo que sacar valentía y enfrentar a su padre, suspiró y dijo lo que tenía que decir.

—No quiero regresar a casa ni mucho menos casarme con ese hombre.

—¿Qué estás diciendo, cariño? —Preguntó él.

—Pienso quedarme aquí... Con la marquesa.

—¡Es una locura! No puedes querer estar con esa mujer, no permitiré que seas la sirvienta de nadie nunca más.

—Padre, te pediré por favor que trates de entenderme...

—Su puesto no es más el de sirvienta, su puesto es a mi lado como mi igual —interrumpió la marquesa bajando por las escaleras.

Don Heraclio con una mezcla de temor y repulsión dio un par de pasos hacia atrás.

—¿Cómo dice eso? Después de que la separó de mí y la esclavizó a su conveniencia.

—Papá, escúchame... Sé que te decepcionarán mis palabras, que soy tu única hija y no merecías esta deshonra—Expresó Paola antes de un breve silencio y después soltó la noticia.—Estoy enamorada de Miranda, la marquesa.

Don Heraclio empalideció y quedó mudo, no creía lo que escuchaba.

—Seguro estás confundida, eso no está bien —dijo cuando pudo reaccionar.

—No papá, estoy muy segura de lo que siento.

—¿Qué va a decir la gente? ¿Qué pensarán de mí?

—Señor Pérez, ya es tiempo de que deje de pensar sólo en usted, anteponiéndose a la felicidad de su hija —Protestó Miranda.

—¿Cómo se atreve a decir eso? Yo jamás he...

—Me lo dejó muy en claro cuando aceptó entregarme a su hija para evitar ser torturado, y me lo demuestra ahora mismo, dando más importancia a las habladurías de la gente que a lo que su hija decida por su felicidad.

—No es cierto, yo solo quiero lo mejor para ella, y lo mejor es que regrese conmigo y pronto sea desposada por un buen hombre.

—Eso no va a pasar, padre —alzó la voz Paola.

—Debes casarte con un buen partido, sólo así podremos tener una mejor vida, sin austeridades ni carencias —gritó don Heraclio ya molesto.

—Usted sabe bien que Paola conmigo no tendrá carencias de nada —respondió la marquesa. —Y sigue usted pensando egoístamente.

Don Heraclio no sabía como responder, entonces se dirigió a Paola con súplica.

—No me hagas esto, hija.

Terminando con toda aquella escena incómoda y sentimental, la marquesa tuvo que sacar su lado perverso.

—Señor Pérez, le haré una única oferta—aseveró la marquesa —Puede irse de aquí ahora mismo, sin Paola, pero con su deuda saldada y una buena suma como indemnización, o puede irse de igual manera sin ella cuando lo mande echar a patadas de mi casa y además con la deuda aún... Así que dígame ¿Cuánto quiere por ella?

Don Heraclio titubeó, pero acabó por aceptar la mejor opción para él.

—Treinta mil grandes y la muchacha será suya —resolvió don Heraclio.

—Le haré llegar el pago cuanto antes —asintió la marquesa. Esa cantidad para ella era una nada.

Paola estaba incrédula, su padre la había vendido, estaba en completo shock, no pudo reaccionar a tal suceso. Pero el el desconcierto del momento, sintió los brazos de Miranda tomarla con cariño.

—Todo está bien —le susurró Miranda en el oído a Paola mientras la abrazaba.

Paola lloró decepcionada, pero Miranda seguía abrazándola y resguardándola contra su pecho; la marquesa estaba consciente de la decepción y el dolor de su amada, pero sabía también que su amor le daba fortaleza.

—¿Cómo pudo hacerme algo así? —Se lamentó Paola.

—A veces las personas no actuamos conforme a nuestros sentimientos, simplemente porque estamos confundidos, o tenemos miedo. —Afirmó Miranda, y con esto supo como una revelación lo que sucedía consigo misma —Ahora entiendo que estuve aterrada de lo que sentía por ti, y no tuve mejor idea que joderte la vida y volver un infierno tu estancia aquí, ahora se que fue una tontería.

—Quién iba a decir que mi padre, que decía amarme, iba a venderme; y por el contrario, la mujer que parecía aborrecerme, iba a hacerme sentir tan amada.

—Entonces mira, aquí estás conmigo, todo será mejor para ti, voy a valorarte, cuidarte y amarte hasta el último de mis días.

Miranda le dio un beso lento y largo en los labios, mientras ponía sus manos suavemente sobre su cintura.

—Te amo tanto —dijo Paola.

—Te amo aún más, y así será por siempre.

—¿Aunque no lo acepte la gente?

—Eso no me importa.

—Que así sea entonces, mi marquesa.

Ahora fue Paola quien se puso de puntillas para alcanzar a dejar un dulce beso en la boca de Miranda.

—Gracias por salvarme de esta amargura, de estos años de ir por ahí sin rumbo, de ser triste y fría —Expresó Miranda. —Simplemente gracias por estar conmigo.

Interrumpiendo la escena, entró Darío, aquel hermoso cuervo, esta vez no se posó en el hombro de la marquesa, sino en el de Paola.

—Creo que ya le agradas —supuso la marquesa. —Ahora eres también su ama; eres en delante la dueña de todo lo que a mí pertenece, y de todo lo que de este mundo pueda darte. Tú sólo debes prometer que nunca te irás de mi lado.

—Así será —afirmó Paola con rebosante sinceridad en esos sus ojos claros.

Paola ahora se sentía completa, había logrado conquistar el corazón de la marquesa, y encontrado a su historia de amor un final feliz.

El corazón de La MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora