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A mitad de la noche, la marquesa aún no lograba conciliar el sueño, estaba recostada pero había algo que la mantenía intranquila, escuchó el ruido de los pasos sigilosos subiendo por el muro hasta su balcón; se levantó y esperó a que el intruso subiera hasta el balcón, cuando este apenas había tocado la barandilla, miró frente a él a la marquesa, ahí estaban ambos, distinguiéndose entre la oscuridad con la escasa luz lunar.

—Balcón equivocado, herrero ¿Buscabas a Paola?

Augusto no sabía como reaccionar, tenía miedo pero no iba a demostrárselo a su rival, así que sacó valor de donde pudo.

—Apártese de mi camino, no quiero problemas, sólo quiero a Paola... Y mataría por ella.

—¿De verdad? —Preguntó la marquesa con una sonrisa sarcástica, que después se desvaneció para dar paso a una expresión de odio genuino. —Yo por ella, no sólo mataría, moriría —aseveró dando énfasis en esta última palabra. —...Y dejaría que muriera quien tuviera que morir.

Augusto no tuvo tiempo para reaccionar, todo pasó en un segundo, desde que la marquesa se inclinó hacía un lado rápidamente y de atrás de ella venía volando el cuervo para estrellarse en su cara y hacerlo caer desde lo alto del balcón. Fue tan fuerte la caída que el herrero se vio en la necesidad de irse de ahí en busca de un médico.

Paola despertó con un brusco traqueteo, era la cerradura de la puerta abriéndose, por un momento pensó que era Augusto, pues recordó la promesa de este de volver a por ella a la medianoche; pero poco tardó en darse cuenta que era la marquesa quien estaba en la habitación con ella. Paola se levantó de la cama casi de un salto.

—¿Está todo bien, su ilustrísima? —Preguntó Paola con voz temblorosa.

—¿Ibas a algún lado, mocosa? ¿Alguien iba a venir por ti?

A Paola se le fue el color del rostro, su corazón dio un vuelco, podía notar el enojo sobrehumano de la marquesa.

—¿Te quisiste ganar mi confianza sólo para esto? ¿Querías que me fiara de ti para traicionarme yéndote? —preguntó Miranda levantando la voz.

—No, su ilustrísima, no es así.

La marquesa tomó a Paola del cuello y le dio una bofetada y un revés, no muy fuerte pero si la aturdió.

—Tú eres mía, Paola, mía —exclamó Miranda posesivamente.

—Lo soy, su ilustrísima, soy suya —asintió Paola sumisa. —Castígueme.

La marquesa ya no pudo resistir más y dejó las hostilidades de lado, tomó el rostro de Paola entre sus manos, y le robó de los labios un beso. Paola se dejó llevar, finalmente podía sentir los labios de la marquesa juntarse con los suyos terminando así toda aquella tensión acumulada entre ellas, pero esto desencadenó algo más profundo, un calor inexplicable, Paola quería ser de la marquesa esa noche, pero de una forma plena, y más encaminada a lo perverso.

—¿Así que te gusta ser castigada? —Preguntó la marquesa con la mirada de encendida de lujuria. —Vamos a enseñarte a serle fiel a tu ama.

La marquesa rasgó la enagua que cubría la desnudez de Paola, dejando su espalda descubierta, después la hizo bruscamente apoyarse en el borde de la cama, alzó el fuete que llevaba al cinto, y con esta le dio tres fuertes azotes que dejaron enrojecida su piel y su carne palpitando. Paola se sentía excitada recibiendo dolor físico, y no pudo evitar gemir muy fuerte.

—No hemos terminado aún, algo me dice que tu lección no ha quedado del todo clara —dijo la marquesa con agitada voz baja.

Miranda subió las faldas de Paola para descubrir ese trasero redondito y carnoso le invitaba a darle una buena tunda de nalgadas.

El corazón de La MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora