Epílogo

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Paola había recibido una carta con noticias de su padre, esto apenas unas semanas después de haberlo visto partir tras venderla. Las noticias no eran buenas y se pedía de forma urgente su presencia, por lo que inmediatamente partió.

Mientras iban de camino en el carruaje, Miranda sujetaba la mano de Paola haciéndole saber que todo estaría bien.

Avanzada la noche y largas horas de camino, Paola estaba en casa de su padre, estar de nuevo ahí no se sentía tan bien como imaginó que sería, era incómodo volver después del tiempo que había pasado ausente; y pensar en como sería el reencuentro con su padre, la tenía en ascuas. Con bastante recelo entró, caminó entre las sombras de la casa hasta los aposentos de su padre, de paso notó a quienes estaban ahí, el médico del pueblo, el sacerdote y el buen Augusto.

Paola pasó de largo hasta donde su padre enfermo yacía.

—Si viniste —expresó don Heraclio con una pizca de felicidad en medio de su agonía.

—Aquí estoy, padre.

—Lamento que tuviera que suceder ahora, así, la plática que teníamos pendiente —dijo con dificultades don Heraclio. —Y que sólo al final de mis días tenga el valor de decirlo, pero, necesitaba que supieras lo mucho que te amo, y cuanto necesito que me perdones.

—No hables, padre, yo también te amo y nunca te guardaría rencor por nada.

Don Heraclio lloraba en silencio mientras sujetaba la mano de su hija con las pocas fuerzas que le restaban.

—¿En dónde está ella? —Preguntó don Heraclio, refiriéndose a la marquesa.

Paola no alcanzó a responder, don Heraclio comenzaba a perder las fuerzas, estaba a punto de dejar este plano terrenal para siempre, pero con sus últimos alientos, dijo las palabras que a su hija le faltaban para poder vivir tranquila.

—Dios tenga piedad de mí si estoy pecando, pero sabedlo, te doy mi bendición para estar con quien sea que decidas amar.

—Oh, padre, que tranquilidad me dan tus palabras.

Paola sollozaba en silencio mientras sostenía la mano de su padre ya sin vida. En breve entraron los parientes que se encargarían de embalsamar el cuerpo y prepararle para el funeral, así que Paola debió salir para dejarles hacer su trabajo.

~*~

Al tercer día de la muerte de don Heraclio, el sepelio se llevaba a cabo, Paola no pudo derramar una sola lágrima durante el cortejo fúnebre ni durante el entierro, sólo tenía la mirada perdida en la nada; si bien, era difícil resignarse a haber perdido a su padre, estaba satisfecha por haber resuelto sus diferencias a tiempo, estaba conforme al saber que su padre había aceptado aquella unión que tenía con la marquesa.

Una vez que la ceremonia terminó, los dolientes se iban retirando de a poco. Aquel nublado y gélido mediodía de octubre, Paola y Miranda se quedaron unos minutos en silencio ante la tumba recién levantada al pie de secos olmos y camelias. Ahí entre tétricos mausoleos y con la única compañía de aquellos ángeles tristes de piedra, Miranda tomó la flor más hermosa del arbusto y la acomodó en el dorado pelo de Paola, acarició su rostro con delicadeza y besó su frente.

—Eres tan hermosa como las camelias que crecen en el cementerio, esas que con su beldad contrastan en la lobreguez de su alrededor. Y así eres tú en mi vida.

Paola se abrazó a Miranda, y esta última volvió a tomar la palabra.

—Por favor, amor, no mueras antes que yo —pidió Miranda. —No se que sería de mí si te pierdo.

—Nunca me perderás.

Paola esbozó una sonrisa, mirándose frente a frente, escucharía de Miranda unas dulces palabras que sonaban más a una promesa de amor.

—Aún después de la muerte, si existe otra vida, en otro lugar u otro tiempo, te buscaré y te seguiré amando. Mirándote fijo te preguntaré «¿En dónde estuviste todo este tiempo?».

—Sabré reconocer esos ojos tuyos en cuanto te mire, y cuando al fin te tenga entre mis brazos entenderé que estuve esperándote sin saberlo.

Miranda tomó a Paola suavemente por detrás de la nuca y la acercó a ella, dio en sus labios un lento beso sellando aquel pacto de amor. La marquesa había hecho una promesa, era irrompible y la cumpliría... Pero eso ya es otra historia.

Fin.

El corazón de La MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora