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Muy temprano, Paola salía de sus aposentos. Al bajar las escaleras se encontró con la marquesa, quién al notarla la llamó ante ella.

—Hoy tengo una tarea diferente para ti —aseveró la marquesa.

—Usted dirá —asintió Paola agachado la mirada.

—Anda a la cocina, allá la encargada te dará instrucciones.

—Así será —acató la rubia jovencita.

Paola en cumplimiento de su encomienda, se dirigió a la cocina, entró y allí ya la esperaba una viejecita minúscula y arrugada como una pasa. Doña Ninfa había sido por años la cocinera de la casa, incluso antes de que el marqués muriera, ella ya trabajaba en aquella cocina. El hecho de que la marquesa le enviara una ayudante no le cayó muy en gracia al principio, pero al ver a la muchacha tan bella y amable que era Paola, terminó por aceptarla de buena forma.

—La salud de la marquesa no siempre es la mejor —comentó doña Ninfa. —Por eso casi nunca tiene apetito. Pero bebe zumo de tomate todo el tiempo.

Paola arrugó la cara con repulsión.

—¿Zumo de tomate?

—Así es ¿Por qué no vas y se lo llevas? —pidió la cocinera entregándole a Paola un vaso de rojo zumo.

Paola obedeció, tomó el vaso y salió de la cocina. Encontrar a la marquesa fue fácil, se encontró con ella en el vestíbulo.

—Su ilustrísima —llamó Paola. —La cocinera le envía esto...

La marquesa se puso un tanto suspicaz cuando tomó en sus manos el vaso.

—¿Le has puesto algo que no debieras? —Inquirió la marquesa.

—Fue la cocinera quien lo preparó, no yo —respondió Paola sin poder hacer contacto visual.

—¿Pensaste que sería divertido escupir en mi zumo?

—No, su ilustrísima, no hice tal cosa.

—Pruébalo tú primero —exigió la marquesa regresando el vaso a Paola.

Paola detestaba los tomates, cuando se llevó el vaso a los labios y sintió el olor, le vino una arcada. Bebió un sorbo y fue insoportable la textura espesa de color rojo similar a la sangre bajar por su garganta.

—Que débil eres —expresó la marquesa molesta.

—Lo siento.

—Bébelo todo.

—No puedo.

La marquesa se molestó muchísimo al recibir una negativa como respuesta. Tomó a Paola por la solapa del vestido y la arrastró hasta el principio de las escaleras.

—¡Anda a tus aposentos! ¡Y no se te ocurra regresar hasta que estés dispuesta a beber el zumo! —Sentenció la marquesa levantando la voz.

Paola corrió escaleras arriba, estaba asustada, no podía imaginar cuanta fuerza debía tener la marquesa como para levantarla por las solapas con tanta facilidad.

La marquesa había sentido algo que hacía mucho tiempo no, un sentimiento mordiente, dedujo que se trataba de culpa. Empezaba a sentirse tan vil después de tratar a Paola de esa forma y sin motivo aceptable, más que su convicción de hacerle la vida imposible. Suspiró y se dispuso a no pensar más en eso, a fin de cuentas debía ser dura con ella, su padre era un mañoso ladronzuelo que intentó estafarla.

Paola entró a la alcoba y se sentó sobre la cama, agarró la almohada en la que moriría ahogado el grito que dejó escapar desde lo más hondo de su pecho, estaba enojada, pero también confundida respecto a sus sentimientos, en el par de días que tenía conviviendo con la marquesa, sentía odiarla con todas sus fuerzas, jamás conoció a otra persona más déspota y cruel que ella; pero estando en frente suyo, le temblaba hasta el esqueleto, se invadía de una sensación difícil descifrar, era como si quisiera provocarla a que la tratara de la forma en que lo hacía, ganarse un castigo. «¡Paola, basta!» se dijo a si misma, haciéndose ver los disparates que estaba pensando.

El corazón de La MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora