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La resolana ya se asomaba tras los cerros, y el día comenzaba a clarear. En la casa ya se apagaban las velas y candelabros mientras la servidumbre se preparaba para iniciar su jornada. Antes que nadie, era la marquesa quien se levantaba, podía entonces disfrutar de los minutos previos al despertar de los sirvientes, cuando todo estaba callado y sin interrupciones, sólo ella con la única compañía de su peculiar cuervo mascota.

Paola interrumpió el momento de soledad de la marquesa con su tímida presencia.

—Buen día, su ilustrísima —saludó Paola en voz baja y se quedó expectante.

La marquesa no estaba de buen humor, para variar. Se levantó sin responder y caminó hacia la salida mientras su cuervo se posaba en su hombro para ir con ella.

—Te mostraré todo lo que harás durante tu estancia, ven conmigo. —pidió la marquesa a Paola.

Ambas mujeres salían de la casa, afuera se sentía el frío con más intensidad, haciendo a Paola tiritar; mientras iba al lado de la marquesa, caminando por un estrecho sendero rodeado de caballerizas, la muchacha no pudo callarse más su inquietud.

—Es aterrador —comentó Paola sintiendo encima suyo la atención del cuervo.

—Se llama Darío, y creo que no le agradas —aseveró sin mucho tacto la marquesa.

Paola intentó acariciar el ave que posaba en el hombro de la marquesa, pero este reaccionó con un picotazo, y como si esto no fuera suficiente, con una voz bastante clara, dijo «Tempus fugit». A Paola casi se le sale el alma de tal susto.

—Los cuervos repiten palabras, igual que los loros, no le temas —dijo la marquesa sin mucho afán de dar explicaciones.

Paola puso una sonrisa forzada después de aquello.

—Darío, deja de asustar a la jovencita, vete de aquí —susurró la marquesa.

El pajarraco parecía entender, se fue a revolotear entre la niebla. A la par, Paola había sido llevada por la marquesa hasta la amplia bodega, al menos ahí dentro era más cálido y daba un agradable olor a pienso para caballos.

—Todas las mañanas deberás alimentar a mis caballos —procedió a explicó la marquesa mostrando a Paola las pacas de alimento para equinos. —Se les da una paca de alfalfa y medio costal de grano para cada uno. Antes de eso retirarás el estiércol y sobrantes del día anterior.

—Entendido.

—Comienza ya —ordenó la marquesa señalándole una pala y una carretilla.

Paola estaba dispuesta, obedecería a la marquesa abnegadamente, y con esperanzas de que todo aquello terminara pronto. Cuando intentó levantar una pala, sintió un pinchazo en la mano, se quejó y revisó su mano, notando en esta una roja punción.

La marquesa se acercó y tomó la mano de Paola para ver que le había sucedido.

—Ten cuidado con los insectos que pudieran estar por ahí —Sugirió la marquesa acariciando despacio una parte enrojecida de la mano de Paola.

Para Paola aquel gesto fue extraño, muy confuso el porqué la marquesa estaba siendo atenta con ella después de los encontronazos anteriores. Tampoco pudo evitar que le recorriera el cuerpo un escalofrío al sentir el tacto de sus manos cálidas, y por mucho, más grandes que las suyas. Rompiendo el espontáneo contacto visual que se dio entre ambas, la marquesa apartó la mirada abruptamente.

—Vamos, que debes acabar antes del almuerzo  —comentó la marquesa.

Paola fue guiada hasta un corral algo apartado de las demás caballerizas, donde un precioso ejemplar aguardaba.

El corazón de La MarquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora