La mañana avanzaba, era nublada y fría. Miranda estaba en la sala, sentada cómodamente en su sillón, bebiendo zumo de tomate y tratando de calmar su mente, pasaba por esta tantas cosas en ese momento. Paola bajaba las escaleras despacio, como haciendo tiempo para pensar como actuar cuando se encontrara con la Marquesa.
—Es tarde, abrí tu puerta hace casi una hora —comentó Miranda. —¿Está todo bien? ¿Necesitas mi bastón para caminar?
Paola no respondió fue directamente hacia Miranda, la tomó por el cuello sensualmente,
ante la sorpresa de esta última.—Vamos a cambiar las reglas del juego —aseveró Paola.
Le dio un beso en los labios a la marquesa, le pasó la lengua despacio por el labio inferior y después la llevó al interior de su boca, uniéndose en un caliente y largo beso francés.
—¿Entonces pretendes que sea tu sumisa? De antemano te aviso que no estoy acostumbrada a obedecer órdenes, tendrás que castigarme mucho —pronunció la marquesa con voz entrecortada entregándole su propio fuete a Paola.
—Sólo quiero que te entregues a mí —afirmó casi en un susurro abriendo el escote de Miranda despacio con el fuete. —Quiero hacerte sentir tan bien como tú me hiciste sentir a mí anoche.
—Dime, que quieres hacerme.
Paola se sentó en las piernas de Miranda y le dijo al oído un par de cositas pervertidas que la hicieron sonrojar. Sutilmente, Paola se arrodilló ante Miranda, tocó detenidamente sus piernas, centrándose en la derecha donde tenía la enorme cicatriz que derivó del accidente, Paola dio ahí muchos besos, sabía que con eso no sanaría, pero le ayudaría a vencer ese complejo. En seguida dejó sus manos recorrer desde las pantorrillas hasta los muslos de su ama, y un poco más arriba. Paola con la mirada prendida de deseo, fue descubriendo el cuerpo de Miranda, abrió su bata y amasó sus pechos con gran avidez, extasiada bajó sus manos hasta las caderas de Miranda, le retiró la ropa interior delicadamente, después le miró a los ojos.
—Enséñame a satisfacerte —pidió Paola.
Miranda la tomó suavemente de la nuca y la acercó a su entrepierna.
—Lame aquí, comienza despacio, de arriba abajo —Pidió Miranda.
Paola obedeció, hacía lo que le pedía Miranda, y podía sentirla estremecer.
—Mueve la lengua más rápido, y con mucha saliva —Indicó Miranda.
La marquesa estaba sintiendo divino lo que Paola hacía, para ser novata no estaba nada mal, y por la vehemencia que ponía en ello, se veía que estaba disfrutando hacerlo.
—Ahora succiona —señaló Miranda entre jadeos. —De la misma forma en que chuparías un caramelo.
Paola cumplió lo que la marquesa le pedía, lo hizo con tanto empeño que pronto había aprendido como y dónde le gustaba a su ama, disfrutaba escuchar su respiración agitada y gemidos silenciosos similares a sollozos .
Miranda sentía tocar el cielo, Paola resultó ser buena haciendo sexo oral, su boca tenía una textura muy suave, de un tacto inigualable, y la marquesa sólo quería correrse en ella, pero, a punto de, calmó sus ganas de terminar e hizo a Paola detenerse.
—Déjame entregarme a ti de la forma en que quiero hacerlo, pequeña Paola, quiero que me sientas.
—Vamos, hazlo.
—Recuéstate sobre el sofá —pidió Miranda.
Paola se recostó, Miranda la hizo quitarse el camisón y la ropa interior; en seguida se hincó entre sus piernas, procurando rozar su zona más sensible con la de Paola, provocando un contacto mutuo mientras besaba su boca apasionadamente. Ella tenía el control de la situación en ese momento, de frotar despacio fue aumentando la velocidad y fuerza de las embestidas, y terminó dándole con toda su fuerza, sin importar el crujido del sofá que no resistió tal potencia, Miranda acabó corriéndose en aquella parte tan deliciosamente caliente y mojada de Paola, durante el clímax, Miranda no pudo contener un par de leves gemidos que embelesaron los oídos de su amada.
—Estás tan exquisita, estoy sintiendo cosas que jamás sentí antes —susurró Miranda en el oído de Paola.—Me doblegas, me tienes, sólo quiero adorarte, ser yo quien se ponga a tus pies.
—Dilo ya —pidió Paola.
—Te amo —pronunció la marquesa.
Paola se abrazó de ella muy fuerte, cerró los ojos y se dejó llevar por las sensaciones que le recorrían el cuerpo entero, también la mente y los sentidos teniéndola cerca, sobre ella y sabiéndose amada.
—Es por eso es que quiero que te vayas, Paola —interrumpió Miranda.
—¿Qué?
Miranda se levantó del lecho, se cerró la bata y dio un poco de privacidad a Paola para que se vistiese. Una vez que las cosas fueron más tranquilas, Paola exigió respuestas.
—¿Por qué quieres que me vaya? Acabas de decirme que me amas.
—Por eso, quiero que vuelvas con tu padre, que tu vida vuelva a ser como era antes de mí... Y que seas feliz.
En verdad Miranda tenía tanto miedo de estar enamorada, no quería que sus demonios del pasado le llevaran a lastimar a esa jovencita que no merecía nada más que lo mejor de la vida.
—Mi felicidad no sería posible sin ti, nos amamos, Miranda.
—Recapacita, por favor.
—Miranda, no me hagas esto, yo quiero estar contigo.
—¿Qué pretendes que hagamos? ¿Cuándo has visto que dos hembras vivan juntas como si fuesen marido y mujer? ¿Qué pasará cuando quieras ser madre?
—Nada de eso me importa —Aseveró Paola. —Nos amamos.
—No es amor lo que sientes por mí, tú sólo disfrutas, por alguna insana razón, que te lastime, y yo disfruto lastimarte ¿Esto a dónde nos llevará?
Paola abrazó a Miranda por un tiempo prolongado, se negaba a aceptar que tenía razón.
—Mi Marquesa, que se haga entonces lo que usted ordene.
—Ve y recoge tus cosas; le diré a Hernán que prepare el carruaje y te lleve cuánto antes.
Paola acató, se fue a cumplir la orden de la Marquesa; estaba confundida y se sentía lastimada, cada vez que creía tener algo bien con Miranda, terminaba siendo indiferente y cruel con ella.
~*~
Diego llegó a donde Augusto, en su habitación de hostal tenían absoluta privacidad para tocar el tema que a ambos interesaba.
—Desde el principio te advertí, herrero, que no te acercaras a la marquesa —Aseveró Diego.
Augusto se sobresaltó, desenvainó su estoque creyéndose amenazado por el más fiel de los sirvientes de la marquesa.
—Y aún sabiéndolo, lo llevé hasta la marquesa, lo ayudé a ganar su confianza; así que no debe ponerse hostil conmigo —dijo Diego mientras le hacía bajar el arma.
—Si no vino a matarme ¿Por qué está aquí? —preguntó desconfiado Augusto.
Diego tenía los ojos rotos a punto de llorar, estaba consciente de que lo que hacía era una estupidez de macho rechazado, pero ya estaba ahí, prefería ver a su ama muerta antes que con alguien más.
—Vine a traerle esto —dijo mostrando un manojo de llaves. —Las necesitará para entrar a la casa, de otra forma sería imposible.
Augusto estaba perplejo ante lo que escuchaba.
—Me está tendiendo una trampa ¿No es así? —preguntó desconfiado.
—Yo ya no trabajo para la marquesa; los demás sirvientes aún no lo saben, así que falsamente a nombre de ella les daré la orden de dejar sus puestos a las 8:30 —fue todo lo que dijo y se marchó lanzando las llaves al suelo.
Augusto aún adolorido por su reciente caída, hizo un esfuerzo grande por agacharse a recoger las llaves. Entonces, una vez teniéndolas en su poder comenzó a elaborar su plan de venganza. El rencoroso herrero ya saboreaba su revancha, sacaba el mayor filo a su estoque imaginando como sería su duelo contra aquella mujer, y como la aniquilaría.
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El corazón de La Marquesa
RomanceAño 1823. Una amargada y cruel marquesa recibe como garantía de pago de una deuda a la joven hija del deudor. Durante su estancia, la marquesa está dispuesta a volverle la vida un infierno, pero todo cambia cuando los sentimientos de ambas se vuelve...