--¿Mi nombre?
Se mostraba el pequeño café tembloroso y confundido. Bajo su mirada con dirección a sus patas delanteras y suspiró cerrando los ojos. El can mayor se mostraba plenamente sereno.
--No temas, vamos ¿Cuál es tu nombre?
El silencio abría una incomodidad helada y el can dio media vuelta y comenzó a caminar. El cachorro café lo vigilaba con la mirada.
--Vamos, no querrás que esos dos vuelvan por ti, ¿ o si?. Se rió a lo que el joven cachorro comenzó a seguirle.
La nieve le comenzaba a quemar en las patas, las cuales se hundían profundamente en la esponjosa agua helada a lo que daba un pequeño alarido en cada paso torpe que daba. Intentando mantener el equilibrio se armó de valor e intentando no temblar apretó el paso.
--¿En dónde estamos?. Dijo el pequeño inseguro de si hizo buena elección en seguir a un extraño, mucho más en conversar con el.
-- En el bosque nevado.
--...Y... ¿Vives aquí?
-- Cuido y protejo este bosque desde hace un tiempo.
--¿Quiénes eran ellos?...Los que... Buenos esos canes.
--Bandidos del reino, seguro buscaban comida, cosas valiosas, como esa que llevas contigo.
El cachorro se detuvo para observar aquel pequeño instrumento. Sentía escalofríos por saber que llevaba algo valioso, seguro que era un mensajero que debía llevarlo a alguna parte y no lo recordaba. ¿Por qué él llevaría algo tan valioso?.
--A propósito, ¿de dónde lo sacaste?. Se detuvo aquel compañero.
--Yo... no lo se... no puedo recordar nada...
El can miraba curioso, aquel cachorro, perdido entre sus propios pensamientos dirigió la vista hacia adelante y siguió.
--Iremos a mi cabaña, está oscureciendo y no es seguro vagar de noche en este bosque. Mañana te guiaré a la ciudad para que puedas ubicarte.
El cachorro canela no tuvo más opción que asentir. El resto del camino fue callado, el viento era el único que hablaba, soplaba en tonos diferentes cada que lo hacía, con ritmos constantes, le movía sus caídas orejas de un lado a otro con un frío asfixiante. Los altos edificios esmeraldas movían sus ramas a la par del viento. Pareciera que lo estaban saludando.
A lo lejos ya podía distinguirse una pequeña choza entre la espesura de los árboles, cubierta casi en su totalidad de aquella manta blanca y helada. Era completamente de madera, el can mayor se sacudió la nieve antes de entrar y el cachorro lo imitó. Adentro igual estaba frío, el cachorro seguía temblando intentando cobijarse con aquella pequeña manta carmín, pero era inútil. El gran can permanecía sereno y sin emociones. Con paso lento tomó varias ramas de pino entre sus fauces y las arrojó con dirección específica, a un apartado de la choza especial para el fuego, la cual tenía incluida un tubo de escape para el humo, tenía una apariencia obscura debido a la combustión que origina el fuego. Al parecer era el único sitio de la choza hecha enteramente de rocas.
El gran can se quitó el arnés de su cuerpo y desenvaino su pequeña daga, brillante cual espejo, a excepción de pequeñas manchas rojas recién obtenidas. El can hizo crecer su garras sin esfuerzo, enormes, brillantes. Las choco contra su daga con velocidad a lo que estas produjeron una chispa dirigida hacia los pequeños bloques de madera recién colocados en la chimenea, sus garras perdieron el tamaño y el brillo, a lo que el can avivó la chispa con una pequeña ráfaga de viento producida por su gran y peluda cola. De pronto, el frio disminuye con la combustión producida, suficiente para hacer arder los bloques de madera.
ESTÁS LEYENDO
Canción De Nieve, La Leyenda De Alastor
FantasyEra un frío día de invierno cuando aquel cachorro de pelaje canela había despertado en un mundo completamente desconocido, perdido y sin recuerdos no le quedará más opción que explorar aquellas tierras perversas. Perdido en su razón de existir será...