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Un aventón.

Fue lo que sintió Matie Cartsaint cuando terminó de beber el recuerdo líquido. El piso de su cuarto se salió de sus órbitas y él cayó de bruces contra el suelo. El golpe fue fuerte, pero apenas notó dolor. Sólo un mareo. Extendió los dedos, en busca de algo a lo que pudiera sostenerse.  Tan pronto recobró su vista, un cuarto se materializó como una cinta de proyección apresurada. Era como si su panorama fuera sujetado por dos ligas que tensaban las paredes que veía y las estiraba para obstruir la visión. Pasaron algunos segundos y el cuarto entero surgió a partir de girones plateados y metálicos. Hasta que por fin el recuerdo se erigió cómo debía.

Matie estaba en una recámara grande, con dos grandes mesas de oro, sostenidas únicamente por las patas de acebo y todo olía a acre. Encima había fruteros, saleros, arpas, platos, utensilios y dos ceniceros que contenían esferas de cristal diminutas. Había percheros con elegantes sacos de seda y botones de cuero. Las paredes estaban adornadas en las esquinas con ramilletes dorados surgiendo y entrelazándose. El techo también se adornaba con colores y representaciones sucesivas de flores. Había una ventana que daba vista a un jardín, donde Matie divisó setos de marojo recién podados y varios abetos más, coronándose en lo que parecía ser una colina especial, con el baño de sol al cien. Los objetos estaban difuminados; cada uno de ellos brillaba. Podían ser de oro.

Matie no veía a Stephen ni a Jesse por ninguna parte, y se imaginó que ellos tampoco podían verlo a él. Tal vez porque el recuerdo estaba destinado a que sólo una persona lo viera, sin compañía. Matie avanzó un paso y comenzó.

Era algo que nunca había presenciado. Palabras que se entretejían para dar serie a un ciclo de oraciones con gracia. Era como si el viento sonara en gloria, como si los rayos del sol se oyeran, como si los ángeles formaran una orquesta: alguien cantaba. Y lo hacía demasiado bien. Surgía desde los cuatro rincones de la sala. Matie, desesperado, buscó con la mirada a quién cantaba y se topó con una mujer angelical. Ella entonaba versos. Había comenzado como un murmullo arrullador bien ensayado, donde sólo podía ver a una mujer sentada, inclinada sobre un hermoso bebé de ojos grises. El bebé se removía, inquieto, con los ojos abiertos, mirando a todo y a la vez a nada. Sus regordetes dedos trataban de tomar los ágiles de ella. Sólo le tomó un segundo a Matie de darse cuenta que era él mismo de pequeño.

Marylin, su prestigiosa madre, sostenía al bebé Matie a la altura de su pecho, cantando con una agilidad verbal que haría llorar de felicidad o enloquecer a los más bardos. Sólo arrullaba y lo mecía con un cariño tangible.

Entonces un hombre apareció a su lado: Dicken, el padre de Matie. Él había aparecido a partir de sus pies, delineando el contorno hasta que su cuerpo físico, completo, estuvo sentado, sonriendo, marcando grandes arrugas en el rabo de sus ojos. Dicken era espantosamente parecido a Matie: los mismos ojos grises, la misma estatura, la misma nariz, el mismo cabello marrón brillante...

La luz que entraba en ondas por el cuarto hacía que el cabello de Marylin fuera cobrizo y rojizo a la vez, relajando sus facciones. Dicken tenía un semblante tierno y protector, sin malicia o cualquier otro tipo de actitud imprecisa de un rey. Marylin era tantito más alta que él, con cabello largo, hasta la cintura. Con su cara pálida y sus atributos florecientes, ella parecía una mujer bastante menor para Dicken.

Lo que le llamó la atención a Matie fue que no traían ningún tipo de adorno más que una corona un tanto lujosa. Vestían capas y camisetas no tan holgadas. Ellos no ejercían su poder como lo hacían hoy en día. Antaño el aspecto que ofrecían los reyes no importaba mucho, tanto y cuando hicieran un bien mayor por su reino. Matie los examinó con cuidado.

Él se percató que sus padres nunca lo abandonaron. Que nació con ellos. Que su padre, Dicken, nunca lo abandonó y que su madre no estaba muerta cuando tenía un año, más o menos. Pero ahora el meollo era: ¿cómo Matie había acabado con sus tíos, viendo esos recuerdos?

Días de infierno y decadencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora