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El carromato de Ethan llegaba al Séptimo Descansadero. Era un sitio abierto y circular, con manzanos como decoración de donde la gente quitaba los frutos para sentarse en los bancos, con bebederos en el centro y sitios para colocar los carromatos. Matie se había levantado cuando el enorme transporte titubeó debido a un montón de piedras apiñadas. Por instinto, él se apuró a ver el lugar. El sitio estaba desierto. Nadie solía estar a tan altas horas de la noche ahí porque se sabía que eran innumerables los casos de asaltos. Pero Matie no tenía miedo de eso. Mantuvo la mirada fija, esperando que, de entre las sombras, saltara el llano cuerpo de Valdán.

Pero no salía.

Ni detrás de los manzanos, donde podía haberse ocultado perfectamente, ni a la salida del descansadero y mucho menos en los árboles, desde donde podría estar espiando.

Desanimado, Matie se volvió a quedar en posición fetal, pensando que quizás el centauro se había ido a otro lugar por su demora, o algo más para no pensar que lo había abandonado. La situación le exigía valorar sus opciones: no podía hacer más que encontrar una manera de escapar, y esa manera era llamando la atención de Stephen... A Matie no se le ocurría gran cosa, y, por un lado más realista, él no podía permitir que lo llevaran hasta donde quisieran...

Sin embargo alguien gritó, interrumpiendo sus pensamientos. Era Alexander, que aulló a todo pulmón y el carruaje se detuvo de golpe. Matie se desestabilizó, tropezó y cayó de bruces, como por décima vez en una noche, y Stephen y Jesse bajaron del carromato, precavidos.

Ethan también había bajado y a la vez otro grito se escuchó. Esta vez Elliot. Las pupilas de Matie se agrandaban. ¿Qué estaba pasando? Sólo esperó un momento. Hubo golpes, pequeños gritos leves y luego un chasquido, algo parecido a un candado rompiéndose. De pronto la caravana se volteó, cayendo de lado.

Los pies de Matie flotaron y su costado golpeó fuerte contra la ventana abierta del carromato. Se escucharon entonces más gemidos y gritos: Jesse forcejeaba con alguien y un chirrido de metal contra metal comenzó. Todo esto duró poco más de tres minutos.

La puerta de su encierro se abrió, proyectando una alargada sombra.

Valdán, con sus pezuñas, destruyó otro candado más que había y entró, triunfador.

—¿Te encuentras bien? —dijo él, haciéndose a un lado para que Matie saliera. Su cara sudaba y daba la impresión de que tenía todo controlado; a Matie le inspiraba confianza suficiente como para asentir y bajar en completo silencio.

El ambiente que predominaba afuera le heló los huesos; sólo oyó el sonido de Stephen murmurando maleficios para escapar de donde Valdán lo había metido...

—Me he herido —dijo Matie, mostrando su brazo, donde la quemadura persistía en un tono rojizo—. ¿Dónde están mis tíos? —añadió, observando en torno, puesto que las murmuraciones de Stephen eran bastantes audibles, procurando alertar a los demás.

—Están con Alex y Elliot, encerrados detrás. —Le respondió Valdán, inclinándose para que lo montara. Le tendió la maleta para que permaneciera con su dueño. Matie sonrió. Su lomo permanecía suave ante su tacto; acomodó sus piernas y se sujetó de su pelo. Entonces al darse vuelta, Matie vio a cuatro faunos heridos, que los miraban recelosos.

—¿Qué pasa con ellos? —dijo.

—Nos seguirán. Irán donde nosotros, a la cordillera de Trontos. —Respondió Valdán, avanzando y con tono angustiado—. Fueron la caza del tal Ethan y no podemos dejarlos abandonados.

—Pero están heridos. —Le señaló.

—Pueden avanzar —dijo Valdán—, te lo aseguro. Los he visto moverse ahora mismo.

Días de infierno y decadencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora