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Cuando Matie Cartsaint dejó de ser un bebé, se dio cuenta de algo. Él vivía con sus tíos. No con sus padres. Sólo tenía en su vida a Stephen y Jesse Cartsaint. Ellos estaban casados por la Iglesia, confirmados y desenvueltos en un entorno más que ermitaño. Ambos eran personas altas, pero desiguales de estatura entre sí, tenían una cabellera lustrosa, finas narices, hombros caídos, ojos cautelosos y de color negro que se movían con la desconfianza de quién había cometido errores.

Ellos eran la base con que Matie se apoyaba en cualquier situación, por más mala que fuera. No quería perderlos jamás; él llevaba toda la infancia creyéndolos sus héroes, que lo cuidaban y protegían de forma paternal. Al que evitaban herir.

Matie era la razón por la que —a veces—, Jesse y Stephen dejaban de ser tensos y pocos comunicativos. Él no lograba comprender que lo que veía como actos de cuidado eran sólo acciones para ganar el tipo de confianza que sólo se obtiene cuando llamas a un animal furibundo con la mano para darle cobijo.

Matie estaba seguro de que sus tíos lo habían rescatado de las garras de la hambruna o cualquier otra calamidad que pudo azotarlo después de nacer. Porque si había una segunda cosa de la cual estaba seguro, era que su madre había muerto después de haber dado a luz, y que su padre había escapado para evitar hacerse cargo de él.

Habían dejado la vida de Matie a la suerte de los astros, a que él sobreviviera a como diera lugar. Sin embargo, a pesar de ese resentimiento infinito, y en contra de sus voluntades, Matie soñaba con sus padres constantemente. Los sueños habían empezado desde que cumplió cinco años. En ellos, sus padres estaban envueltos en una capa que desprendía luz blanca, como perlas brillantes del fondo del mar y se movían en cámara lenta, mientras él se acercaba y trataba de tocarlos con mucha precaución: parecían estar hechos de porcelana... Cuando estaba a punto de cogerlos, ellos desaparecían y el recuerdo terminaba de golpe.

Ya más grande, Stephen y Jesse formaron una relación más íntima con Matie. Sustituyeron a sus padres, y lo hicieron no creer en las primeras impresiones. A no entregarse completamente a las personas que él quería. A siempre guardarse algo para él mismo, porque cuando das todo de ti a alguien, permites que ése alguien te apuñale por la espalda.

Algo que Matie tuvo en claro fue que sus tíos eran reservados por nacimiento, que desaprobaban cualquier tipo de conducta rebelde y que persuadían a las personas con suma facilidad. Nunca hablaban más de lo que era necesario; forjaban un límite. Era una cuestión más: saber si lo hacían porque lo consideraban incorrecto o como una enseñanza por algún desliz de su conducta. Matie  se dio cuenta que ellos eran muy predecibles. De manera inconsciente, Jesse y Stephen realizaban las mismas actividades, todos los días.

Levantarse, comer, trabajar, leer y dormir. Ya se tornaba terriblemente cotidiano, pero a él no le era un castigo. Matie estaba acostumbrado. Lo que él ignoraba era que sus tíos eran antipáticos, y que las personas que se crían con este tipo de gente suelen ser peores.

A la edad de seis años, él no sabía la razón exacta de por qué estaba con ellos. Esas interrogantes surgían de pensamientos demasiado puros; y conforme pasaba el tiempo, sus pensamientos se volvieron oscuros, afirmando lo que Matie llevaba eludiendo: Que sus padres de verdad murieron, o que lo abandonaron.

Detestaba ser huérfano. Era un símbolo de debilidad, de que no tenías personas en las que apoyarte y que podías sumirte en la perdición en cualquier momento. Entonces, su esperanza de ver a sus padres se fue esfumando, como quien espera observar un cielo atiborrado de estrellas en una ciudad bastante iluminada.  

Hasta el fin de su adolescencia, cuando todavía no detestaba a Stephen, lo miraba ciegamente como la mismísima representación de su ángel guardián. Stephen, de mirada que promete problemas a cualquiera que se le cruce, era un hombre amargado, irritante y egocéntrico. Su cabellera se volvía grisácea en algunos días, y a los siguientes, aparecía con el mismo calor marrón. Eran pequeños detalles con los que se ganaba el calificativo de "raro".

Después de tanto convivir juntos, se habían dado cuenta que tío y sobrino no se llevarían bien. Establecieron un tratado en silencio en el cual acordaban ignorarse, sin rencores ni dependencias el uno al otro.

 El concepto de amor para Stephen implicaba confianza y una gran fidelidad de parte de su esposa. El concepto de amor para Jesse, en cambio, implicaba un imperecedero aprecio y tolerancia de parte de los dos; y si bien nunca se demostraban cariño, se querían sin limitaciones. 

Stephen y Jesse también tenían días terribles; esos días en los cuales ya no permanecían juntos por amor, sino por compromiso. Había algo que los unía a estar cuidando a Matie Cartsaint: debían esconderlo. En otras palabras, hacer que su existencia fuera un mito. Hacerlo invisible ante el mundo entero.

Sin esperarlo, sin siquiera haber puesto a prueba su suerte, Matie comprendió que era importante. Él no era hijo de un mendigo ni un típico pueblerino que se paseaba los fines de semana dispuesto a acabar sus cuarenta sueldos. Era el hijo de un rey. Lo había escuchado a hurtadillas en una noche en la que Jesse lloraba.

—¿Cómo podré seguir? —se lamentaba ella—. Necesito valor... yo...

—Tú —le interrumpió Stephen—, tú necesitas creer que puedes cuidar de Matie, como yo lo hago.

—Estamos destruyendo su vida —se quejó Jesse—. No quiero formar parte de esto.

Después, ambos hablaron entre susurros sobre Matie, quién estaba destinado a quedarse encerrado en la casa de Stephen. Ahí nadie sabría la verdad. Ahí nunca nadie podría desmentir lo que se rumoreaba afuera, en cada casa, en cada tienda, en cada rincón: Matie Cartsaint, heredero del trono, había fallecido. Todo un reino entero estaba de luto. Más de la mitad de los cronistas comenzaban a contar tristes historias de lo que había sucedido. De la noche en la cual el bebé fue robado. De los años venideros con su ausencia.

Ahora bien, con cada palabra que leas, la historia se volverá más complicada. Podrás tener tantos presentimientos e imaginar lo que quieras acerca de lo que sucedió pero debes recordar: todas las predicciones que se hacen al inicio de las buenas historias son incorrectas y en éste caso, no es una excepción. 

Días de infierno y decadencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora