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—Quédate ahí —le dijo Matie al centauro—. Los carromatos siempre vienen, pero nunca se quedan por mucho tiempo, si tenemos suerte. No hagas ruido. Su visita será rápida.

—¿Para qué vienen?

—Recoger algunos reportes —contestó Matie, nervioso.

Valdán se escondió en el armario, y aunque no lo dijeran, ambos tenían miedo. Matie sabía que, de entre las personas de Rowen, era Ethan, un personaje escalofriante y de semblaje duro, quién exigía los reportes.

Al ir bajando las escaleras, a Matie le temlaban las piernas: había un centauro en su cuarto y el peligro estaba demasiado cerca de Valdán. Respiró hondo y le dio la bienvenida.

Ethan esperaba encima de la alfombra verde de la entrada con sus dos hijos: Elliot y Alexander, dos personas grandes, fuertes y orgullosas. Eran bastantes atractivos, con miradas acosadoras. Al moverse simulaban a una grulla: refinados y cautelosos. Miraron los objetos de la casa de manera inadvertida. Finalmente, notaron la presencia de Matie; sólo el padre mantenía una expresión de desconcierto.

—¿Dónde está Stephen? —preguntó él, sosteniendo la perilla en la mano. Su tono daba a entender que exigía la respuesta de forma veloz—. Debo entregarle un mensaje. —añadió, dando unos pasos más y entrando a la casa sin permiso.

Eso menguó la paciencia de Matie, pero seguía tolerándolo. Así que negó, y dijo que no tenía ni idea de dónde estaba. Eso era cierto. Nunca le decían sus tíos adonde iban.

—¿Quién es éste niño? —preguntó Alexander; tronaba sus dedos de forma amenazante—. Nunca lo hemos visto, ¿no?:(

—Él no sale —le explicó Elliot, dirigiéndose a su hermano—. Nunca lo tienen fuera. Es su sobrino.

—Ah.  

—Bien, yo soy Alex —siseó él, tendiéndole una mano mugrosa a Matie, que no aceptó—. Y él es mi hermano, Elliot, y mi padre, Ethan, un comerciante y aplicador de sueros.

—En realidad, regateo a los animales indeseables en Rowen. —dijo Ethan.

—¿A usted le gusta robarse animales? —preguntó Matie, sosegado.

—No los robo —contestó soltando una risa áspera—. Los vendo y se paga bien. Mejor que antes, creo.

—Pero ¿dónde está tú tío? —preguntó Alex, desesperado y nada conforme. Matie alcanzó a percatarse que había un sobre amarillo en su mano. El sobre tenía un sello de color topacio, y dentro del mismo, había un águila con sus alas abiertas, envueltas en fuego. Alex sujetó el sobre para que Matie lo viera—. Necesitamos a Stephen. Con urgencia.

—No tiene ningún derecho a atrapar animales —insistió Matie, ignorando la desesperación de Alex y dirigiéndose a su padre—. Es contranatural. Venderlos como objetos, digo. Tienen vida propia; así que, ¿por qué los toman y venden?

—Bien, bien —Ethan, el padre, volvió a reír enérgica, pero amargamente—. Stephen no te ha explicado por qué ellos son una abominación.

—Sí, me ha quedado en claro —le protestó Matie, quién había oído a Step quejarse de ellos durante sus catorce años.

—Pero no te ha explicado la mecánica de nuestro juego.

—¿Qué mecánica? —A Matie aquello le sonó mal.

—Regularmente la gente tiene una razón para hacer las cosas. Nosotros tenemos una razón. Tú la desconoces —Ethan se volvió hasta Alex—. Por favor tráeme a uno de ellos, hijo —pidió.

Entonces Alex salió rápidamente. Matie se aterró. En su espera, afinaba los oídos, suplicando porque Valdán no hiciera un ruido.

La incomodidad iba alcanzando extremos insuperables hasta que Alex regresó con un fauno.

Días de infierno y decadencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora