2

145 6 0
                                    

Si hubiera existido la posibilidad de comparar a Matie con otros niños, fácilmente podrían haber notado que era diferente. Sus tíos lo habían educado muy bien para que no fuera tan tonto como la mayoría de los críos lo eran. Ponían a prueba sus destrezas, sus habilidades físicas. Hacían que cualquier actividad común fuera más complicada de cómo debería ser. Matie obedecía, sin protestar, porque también quería aprender a ser tolerante.

Así que, cuando Matie Carsaint se enteró que no podría salir de la casa de sus tíos nunca, sólo inspiró hondo, tratando de relajarse, pensando que era una mala broma.

Sin embargo, no lo era.

Debía de quedarse. No salir hasta que fuera necesitado. La simple idea le aterraba. No dijo más que diez palabras en todo el día y pasó su primera noche quemándose las pestañas. Las paredes le parecían una prisión. Incluso llegó a querer escapar, pero no encontró suficiente valentía.

En vez de seguir apenándose, se dió la vuelta, enterró la cara en la almohada e imaginó que gritaba todas y cada una de las cosas que le habría gustado decirle a sus padres, por dejarlo solo en el mundo.

Llegada la media noche, se entregó por completo a su cansancio.

La casa de Stephen y Jesse iniciaba con un cielorraso cubierto de hojas caídas por el tiempo, de castaños y abetos, con raíces cubriendo los corredores como telarañas, que se negaban a retroceder. Había celosías de bronce en las ventanas, cubiertas por cortinas de terciopelo y un porche frente a un jardín que contenía las malas hierbas. Un pórtico se unía al vestíbulo, erguido solemnemente. Y un sendero central, recubierto por piedras redondas como huevos, llevaba hasta una muralla de setos.

Ésta muralla encerraba en un rectángulo perfecto el hogar de los Cartsaint. Sólo se podía salir por un enorme portón de fierro, que se mantenía en pie con dificultad.

En el centro de la sala de estar, sobre un buró, había una espada con una pequeña inscripción tallada debajo, que rezaba: "Dehosio menestreal", junto a otros libros mucho más extraños, que tenían como títulos: "Las más preciadas ambiciones de un hombre cauto", "El encantamiento de la división", "La ingeniosa idea que cambió al mundo: formas de saber qué está bien y qué está mal consigo mismo", "El problema de los sabios" y "Propuestas sobre la vida que debe preservarse."

A finales de año una nueva escaramuza de polvo se encimaba en la casa, como una segunda piel no tan destituible y sucia. Los árboles a veces se doblaban y derramaban sus frutos en el jardín. La mayor parte del tiempo las nubes proporcionaban sombra y frescura al lugar.

La mayor parte del tiempo Matie estaba en el vaivén de la lectura y la observación de la naturaleza a través de la ventana de su recámara. Pero se le hacía fastidioso. No era que la lectura se tornara aburrida o que la naturaleza no fuera llamativa, porque le encantaba. El problema era que leer cada día, cada hora, igual que pasarla encerrado, viendo a través de un vidrio, le cansaba a la larga. Él no hacía algo diferente. Ni siquiera podía haber salido a jugar con sus vecinos, porque no tenía; y de haberlos tenido, Stephen no le dejaría. Eran muchas las negaciones rotundas que recibía; fueron tantas que Matie se acostumbró a que le dieran palmadas en la espalda cada que le respondían con un rotundo "no", y ya más grande, había dejado de pedir permisos, porque ya sabía la respuesta inclusive antes de terminar de formular la pregunta.

Matie también sabía que sus tíos eran brujos. De los que hacen vínculos y brebajes para hacer milagros, o de los que curaban a los más enfermos. La magia formaba parte de ellos. Como era de esperar, Stephen y Jesse no hacían demostraciones públicas.

Para su mala suerte, sus tíos no eran buenos elaborando pociones. Pronto aceptaron cambiar ese detalle. Colocaron un caldero de peltre en la cocina y así practicar con pociones básicas. Pero fue una mala idea. El caldero quedaba expuesto a Matie. En un descuido, él volteó el cazo y su contenido se esparció por su cuerpo.

Días de infierno y decadencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora