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Matie se levantó de brinco, con la piel hormigueando. ¿Qué le estaba pasando a Macsé? El fauno chillaba fuertemente y de pronto se derrochó entre los árboles. Matie ya no le veía la nuca; se iba perdiendo.

Valdán se había levantado ya, sobresaltado. Al igual que los faunos restantes.

—¿Qué es ése sonido? —preguntó el centauro, viendo a Matie alarmado, y tardó un segundo en darse cuenta—. ¿Dónde está Macsé? ¿Se ha ido?

—Se fue por allá —dijo  Matie con los ojos dispersados, señalando a una franja de árboles abiertos, donde se marcaban las pezuñas de Macnus en el suelo. Nadie se había dispuesto a seguirlo; los cinco tenían tanto miedo como nunca—.  Sólo saltó y se fue corriendo...

Matie oyó cómo Valdán bufaba, valiéndose de sí para tomar un pedazo de madera con la punta afilada. Y Gialgra había ido hasta él, quitándole el objeto de golpe.

—¡Jomidhs misericordioso! —dijo ella, enfurecida—. ¿Qué planeas hacer? ¿Atravesarlo?

Valdán, sorprendido y con el color de su cara esfumándose, tartamudeó un poco antes de contestar.

—Yo no lo mataría —admitió él—. Pero Macsé parece agresivo. Y si quiere atacarnos, le mostraré esto, y tendrá que pensarse dos veces la situación de herirnos. —Finalizó con un brío modesto.

—¿Qué le habrá pasado? —preguntó Matie al ver que nadie se movía. Seguía reinando el orden. A lo lejos el delirio del fauno seguía escuchándose.

—No sabremos hasta que lo sigamos —Valdán se perdió como Macsé, primero como una silueta y después desapareciendo completamente.

Vialry se juntó con Matie y Tondrés junto a Gialdra, con Valdán encabezando el rumbo. El estrecho camino que había seguido Macsé estaba lleno de maleza, con malas hierbas apartadas aun lado. Estuvieron caminando, alertas. Sólo las piedras impedían caminar bien; lo demás les daba un pase directo hasta donde estuviese el ser dolorido.

—¿Ha pasado esto antes? —susurró Matie a Vialry—. Es decir, no puede ser la primera vez. Seguro tiene un problema.

—No —negó—. Fue el más... sano de todos..., pero no hay razón...

Su voz tembló.

—¿Qué hizo exactamente, Matie? —preguntó Tondrés, que iba enfrente.

—Rasguñaba los troncos que tenía cerca y se había parado —le dijo—, para terminar corriendo hasta el bosque.

Él asintió, con el semblante serio, buscando la resolución del rompecabezas. Matie casi estaba seguro que la mayoría de ellos buscaba la razón del comportamiento del fauno, hasta que Valdán llamó su atención.

—¡Venid! —gritó—. ¡Acercaos precavidamente! No sé lo que pueda hacer...

Corrieron un corto estrecho y encontraron a Valdán a un lado de Macsé. Él estaba tirado en el piso, sufriendo de convulsiones. Su pecho se inflaba y desinflaba con rapidez. Parecía sufrir y sus ojos tenían una tonalidad amarilla, que resaltaba del resto. Los ojos le seguían y se detenían en Matie y luego en sus hermanos. Varios hilillos de baba se escaparon por las comisuras de su boca cuando abrió la boca.

Un espasmo recorrió el cuerpo de todos, que permanecieron manteniendo distancia, con el rostro duro. Matie quería ir hasta el fauno y hacer algo con él, pero éste se movía tan violentamente que temía que fuera realidad lo que Valdán advirtió: que podía herirlos, causarles daños.

Shein yaem —exclamó Gialdra a su hermano con ojos llorosos; Macsé lo escuchó y se acomodó para mirarla: una mirada que podía significar cualquier cosa—. ¿Qué es lo que le pasa?

Días de infierno y decadencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora