Capítulo 8

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No conoces de nada al chico; ni siquiera sabías que existía

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No conoces de nada al chico; ni siquiera sabías que existía. Aún así, el caso te interesa. Pasas al menos dos horas de esa tarde leyendo los reportajes que aparecen sobre el caso. Te familiarizas con el rostro y con el nombre: Ramón Gómez.

Ninguna de las notas es muy distinta de la otra; todas son cortas, lo único que dicen es el nombre y la edad del chico, y el hecho de que aún no se tiene ningún dato sobre el asesino. Lo que me llama la atención es el otro dato que tienen todas en común: Al parecer, a Ramón lo mataron de la misma forma en la cual mataron a Victoria: Encontraron el cuerpo colgado en un árbol —esta vez no escondido en un bosque, sino muy a la vista en un parque público—, sin las extremidades, y se localizó un cuchillo de cocina bastante cerca del cuerpo, tirado entre las raíces del árbol.

Te tranquilizas; tu paranoia se disuelve por completo cuando tu cabeza se enfría y atas bien los cabos, de una manera que no solo te conviene, sino que tiene todas las chances de ser cierta: Si a Ramón y a Victoria los mataron de la misma manera, el asesino es el mismo. Y si no conocías a Ramón, el asesino no eres tú, por más que intentes buscar la manera de ser culpable.

Buscas en tu memoria por un buen rato; llegas a la misma conclusión: Hasta hace unas horas, no tenías ni la menor idea de quién era Ramón Gómez. Todos tus recuerdos fueron falsos, siempre fuiste una paranoica, pero eso no te importa ahora; te importa que por fin estás segura de que no eres la culpable. Te importa que ahora respirar se siente correcto.

Durante toda la noche, pudiste dormir bien; tranquila, sin pesadillas y sin despertar en medio de la noche

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Durante toda la noche, pudiste dormir bien; tranquila, sin pesadillas y sin despertar en medio de la noche. Te levantas a las diez de la mañana y amaneces perfecta; adiós a tu cansancio, tus temores y todo aquello de lo que antes podías quejarte. La vida de repente es hermosa de nuevo.

Pero ahora hay alguien más que no puede dormir y se encuentra en paranoia constante: Tu hermano. Tras su pequeño rato de euforia, trató de irse a dormir y se encontró con que no podía. Una vez que tuvo la cabeza fría, se dió cuenta de que su alegría no tenía una razón de ser —en realidad, incluso tenía buenas razones para no existir—, y un dolor se asentó en su pecho, uno que no había conocido ni remotamente bien antes de este momento: La culpa. La culpa empezó a ir por él, como esperabas que hiciera.

Punzadas de culpaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora