Capítulo 5

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Van a interrogarte el día sábado

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Van a interrogarte el día sábado. Hoy es jueves.

Respiras profundo y te fuerzas a tí misma a aclarar tus ideas; a tener recuerdos que por fin sean reales, y pensar en qué mentiras puedes decir para aclarar todo lo que te haga parecer culpable. Murmuras historias y argumentos frente al espejo para dejar de actuar nerviosa cuando lo digas todo, pero no mejoras en lo absoluto; sientes que van a decir que mientes, lo hagas o no.

Sigues respirando y ensayando, y tal como no quieres hacer, te conectas a las redes y enciendes el televisor; abres tus ojos y oídos a las noticias que no quieres, porque sabes que te van a ayudar. Cualquier pedacito de la historia de Victoria te puede ayudar a construir aquella que vas a contar.

Buscas de todo: La hora a la que murió, los principales sospechosos, más información sobre el cuchillo que encontraste o sobre si se han encontrado las extremidades de la chica. Buscas todo lo que crees que podrías encontrar, pero parece no haber nada, o al menos no lo que consideras suficiente. Borras el historial de Google antes de soltar el teléfono, y suspirar, luego levantándote de la cama sintiendo las prendas empapadas de sangre, y viéndolas así cuando te paras en frente del espejo.

Así es como transcurres ese día jueves y los dos siguientes: Vas de la cama a tu escritorio, y luego a tu espejo, y luego a la sala de tu casa, y luego de vuelta a la cama. Lees, ensayas, vuelves a leer... Y nunca te sientes más preparada, y te preguntas por qué no simplemente dices la verdad de la forma en que logre salirte.

La respuesta la recuerdas casi de inmediato: Ni siquiera sabes bien cuál es la verdad. Cargas con una culpa que no sabes si mereces o no; quieres que la carguen tus amigos, y a la vez ni de cerca deseas eso; sientes que no lo merecen, y a la vez que justo así es.

En el momento en el cual subes al coche para ir con la policía, todavía no tienes claro exactamente qué tipo de historia vas a contar, ni cuánto vas a involucrar a tus amigos o a las historias que tienen ellos con Victoria. No sabes si contar la historia que tú misma tienes, la que todavía te hace doler la pierna y llenarte de decepción.

Te parece demasiado pronto cuando bajas del carro.

El tiempo que haces al caminar del vehículo hacia la fiscalía es bastante corto, pero te ayuda a repasar de nuevo tus recuerdos, que a partir de ahora son lo único que tienes para defenderte. Los organizas y buscas formas para contarlos, al igual que analizas qué partes podrías querer omitir —por ejemplo, el hecho de que te sientes culpable o de que has estado alucinando durante toda la semana—.

Te sientas en la sala con sillas azules y paredes grises, y tu madre te abraza como si supiera que esto va a ser difícil para tí. Suspiras cuando llaman tu nombre y debes soltarte para caminar sola hacia la sala, que se parece mucho a la de tus sueños: No está muy bien iluminada, pero la luz se refleja demasiado brillante y blanca en un suelo que crees que es gris; hay algo de humo blanquecino, parecido al que sale de los congeladores; el frío lo sientes hasta los huesos, y una vez lo notas, no puedes dejar de temblar.

Punzadas de culpaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora