Era un sábado, 15 de julio de 2023. Hacía más de un mes que no me permitían verlo. La comunicación también había sido escasa en ese tiempo. En su hogar, yacía una violenta represión emocional, donde él solo podía mencionarme por mi nombre, y no por lo que soy: su padre.
Pasé a buscarlo. Era un mediodía frío pero no demasiado. Esperé en esa puerta a la hora acordada por unos minutos, hasta que salió. Aprendí muy bien a contener mis lágrimas hace tiempo, ya que lamentablemente es normal que por largas semanas me impidan su contacto. Pero no pude disimular las nieblas de amor en mis ojos al verlo. Sonriente, él siempre sonriente. No puedo imaginarlo de otra forma; ojalá tuviera esa sonrisa iluminada luego de haber pasado —y pasar— tantas tempestades a sus cortos 8 años de edad.
Hablamos de forma fluida mientras caminamos, como siempre. Me cuenta sus alegrías, sus dudas, nada fuera de lo normal. No pierde su magia al declarar de manera repentina: "Te amo, papá" y "Te extrañé", sin importar el tema en cuestión en la charla ni el contexto que nos invade. Él siempre aplica esas vendas directo en mi corazón.
En cuanto a mi economía, salud mental y emocional, estaba pasando por uno de los periodos más oscuros de mi vida. Trabajando como simple portero de escuela, mi sueldo, aparte de ser bajo, llega a destiempo. Pero es la única labor que se amolda a mis estudios nocturnos, ya que veo en mi carrera la esperanza de un futuro mejor para mis hijos: la docencia. En cuanto a mi bienestar mental y emocional, se ve afectado por estas disputas con las madres de mis hijos. Ninguna tiene sentido, salvo el simple afán de causarme dolor de forma maquiavélica. Los sentimientos de mis hijos son un daño colateral.
A pesar de todo esto, mis estudios y mis esperanzas como padre vencen a la depresión que antes me invitaba a morir. Con lo poco que llevo en mi bolsillo, llevo a mi niño a pasear a la plaza, al parque municipal de la ciudad. Hacemos pan casero ahí, vemos los animales de la granja y volvemos caminando a casa. Lo noto feliz y animado. En casa jugamos a todo lo que tenemos a nuestro alcance, tratando de evadir la tecnología lo más posible, aunque es casi inevitable que quiera mostrarme los Pokémon que captura o juguemos un rato al tenis en la Nintendo Wii.
Al día siguiente, su madre se sorprendió cuando él manifestó querer quedarse más tiempo conmigo. Mi sorpresa no se debía a su deseo, sino a su valor para expresarlo sin dejarse influenciar por su madre, quien durante seis años había logrado convencerlo para regresar con ella.
Ese día me sentí como Wallace ganando una batalla, venciendo demonios de manipulación que habían atormentado a mi niño durante tanto tiempo, sin usar insultos ni manipulación, solo con el amor que le tengo.
Aprovechando las vacaciones de invierno, pude disfrutar su compañía a pesar de trabajar día por medio. Continuamos con paseos simples, canciones, juegos de mesa y cartas.
Su madre llamó los lunes y miércoles de aquella semana, pero él respondió de forma indiferente, afirmando que quería seguir conmigo. Se molestaba al escucharla y lloraba; su madre solía generarle culpa para asegurar su regreso, pero esta vez no funcionó.
Él se quedó conmigo hasta el domingo, a pesar de no querer irse, ya que era el cumpleaños de su abuelo materno y no quería faltar.
Fueron ocho días hermosos, mayormente nublados y fríos, pero nada empañaba mi alegría por tenerlo cerca como pocas veces en los últimos años. La última noche juntos, aprendió su primera melodía en mi guitarra, un final perfecto para aquella obra de arte.
¿Por qué no es posible la tenencia compartida? ¿Es más importante causar daño al otro que el bienestar del niño? Me lo pregunto diariamente.
Mi pequeño guerrero, seguiremos luchando juntos.
El amor venció esta vez y vencerá.
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Vehemencia Poética
RomanceCada página es un poema, una historia, un sentimiento...o miles.