IX.

281 34 54
                                    

Joshua.

2004.

—¿Todo en orden? —le pregunté a mi amigo cuando desesperado me marcó esa mañana diciéndome que tenía un problema.

—Algo así —murmuró dejándome pasar a su departamento.

Lo miré confundido y al escuchar una carcajada proveniente de la cocina, fruncí el ceño.

—¿MiSuk-ah? —interrogué al escuchar una risa parecida a la de mi hija.

Un pequeño niño salió de la cocina tambaleándose mientras frotaba sus ojos con sus diminutas manos.

—¿JeongHan? —murmuré girándome hacia él sin entender lo que pasaba —, ¿quién es él?

—No lo sé. Lo encontré en el parque en la mañana y lo traje aquí cuando comenzó a llover, pero no sé qué hacer para que deje de llorar —explicó con miedo.

—¿Qué? —miré al pequeño y me acerqué a él con el corazón apretado al verlo soltar lágrimas de tristeza —. Hola —susurré suavemente para no asustarlo y me arrodillé sin estar completamente cerca de él.

No dijo nada, pero removió las manos de su rostro para analizarme con precaución. Mantuvo su distancia y tembló cuando terminé de sentarme en el suelo para estar a su altura.

—Mi nombre es Joshua —me presenté —, ¿cuál es tu nombre?

El pequeño titubeó queriendo responder de inmediato, pero supongo que el temor era más grande y no se lo permitió.

—Chan... —susurro después de unos segundos.

—¿Quieres una galleta? —ofrecí. Los ojos de Chan se abrieron y brillaron al escucharme, asintió y junto sus pequeñas manos sobre su abdomen como si estuviera intimidado.

Miré a JeongHan y él de inmediato se dirigió a la cocina para buscar alguna galleta.

—¿Qué hacías solo en el parque? —interrogué.

—Me perdí —dijo y sus ganas de volver a llorar volvieron.

—No pasa nada, pequeño. JeongHan y yo te ayudaremos, ¿si? —le dije con amabilidad y él pareció captarla cuando me miró tiernamente —. ¿Puedo darte un abrazo? —le pregunté —, los abrazos son la mejor medicina para cuando te sientes triste.

Sin pensarlo dos veces, Chan se acercó decidido a mí y pasó sus delgados brazos detrás de mi cuello para abrazarme y esconder su rostro buscando un refugio en mí.

—Aquí están las... —dejó de hablar cuando vio la escena —, galletas.

Chan seguía aferrado a mi cuerpo y no parecía querer soltarme pronto.

—Vamos a mi casa. Isabella podrá cuidar de él mientras nosotros vamos a la policía —le dije a mi amigo y él sin rechistar, asintió siguiendo mi plan.

Al llegar a mi casa con Chan en brazos, Isabella me miró con confusión, luego al pequeño que estaba dormido y por último a JeongHan.

—¿De qué me perdí? —preguntó cómo broma —, ¿ya tuvieron un hijo?

JeongHan rio fastidiado por la situación que lo abrumaba y rodó sus ojos.

Eighteen | Joshua HongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora