VI.

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1995.

Isabella. 

—Vamos, Shua —pedí con ojos tiernos para convencerlo —, no podemos dejarla aquí.

Pero él seguía mirándome seriamente, analizando a la pequeña bola de pelos que tenía entre mis manos.

—¿Si quiera sabes cómo cuidar a un gato? —preguntó inseguro.

—El veterinario nos puede asesorar sobre eso, pero por favor no me hagas dejarla aquí sola, en el frío y sin haber comido nada —exageré un poco la situación para que me dejara llevarla conmigo a casa.

—Ay Bella —susurró llevándose las manos a la cara para restregarla en forma de resignación —, está bien. Vamos a llevarla.

Solté un grito de emoción y la estrujé más en mis brazos para hacerle saber que estaría segura con nosotros.

Al llegar a casa lo primero que hice fue abrirle una lata de atún ya que no tenía otra cosa que ofrecerle para comer y lo había visto en muchas películas.

—No le des atún —me regañó Joshua cuando vio al felino comer alegremente —, eso íbamos a comer mañana. Ahora tendremos que ir a comprar más comida porque se la estás regalando a ese animal —sonó molesto y entendí que no estaba conforme a tenerlo aquí —. No sabes dónde ha estado y lo estás agarrando, Bella. No dormirá con nosotros esta noche.

Sin decir más, salió de la cocina y se encerró en el pequeño cuarto que usaba como oficina y a veces yo lo usaba como cuarto de estudio.

—Parece que tu papá está enojado —comenté contendiendo las ganas de llorar —, no te preocupes. No regresarás a la fría calle, aquí te voy a cuidar —acaricié su pelaje lleno de suciedad y me pregunté cuántas veces habrá pasado hambre allá afuera.

La molestia de Joshua persistió hasta la llegada de la noche y con el paso de las horas, comenzaba a sentirme culpable. No me sentía así desde lo ocurrido con papá hace unos años cuando sentenció que no formaba parte de su familia.

El pequeño gatito tenía mucha energía y era muy cariñoso, brincando a mis piernas para que lo acariciara mientras levantaba su delgada cola en señal de que le gustaba. No tenía mente para pensar en un nombre para dejarle de llamar "gatito" o "naranjita", ni si quiera estaba segura si iba a quedarse con nosotros.

Pasé toda la noche mirando como dormía plácidamente en una cobija que tenía en el armario y no pasara frío. Observaba como su pequeño abdomen distendido bajaba y subía con un ritmo lento y pacifico.

—Si no te quedas conmigo, prometo buscarte un hogar donde te quieran mucho y vivas muchos muchos años —acaricié lentamente sus bigotes y reí cuando los movió con molestia —, perdóname —susurré tratando de no reír por tan tierna acción.

Después de dormir unas cuantas horas, no pude conciliar el sueño completamente, así que exactamente a las ocho de la mañana me levanté del duelo incómodo donde dormí junto al cachorro y me apresuré a prepararle algo de desayunar a Joshua porque hoy tenía que ir a la oficina y yo tenía clases en la tarde. También le di de comer al gatito, otra vez atún sabiendo que Joshua se enojaría por abrir otra lata.

—No le digas a Shua —le susurré al animalito cuando comenzó a comer con rapidez su delicioso atún.

Volví a la cocina para preparar el típico café que nos preparábamos en la mañana y al parecer el olor, atrajo a Joshua con su somnolienta apariencia.

—Aquí está tu desayuno —le puse un plato hondo lleno de fruta y algo de avena, junto a su taza color azul llena de cafeína.

—¿A donde vas? —preguntó intrigado cuando me vio vestida a esas horas del día, usualmente me quedaba hasta medio día en cama descansando antes de prepararme para ir a clases.

Eighteen | Joshua HongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora