CAPÍTULO 8

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Decidimos que mientras ella entrenaba nuevamente de forma lenta y progresiva, yo estudiaría algunos de sus movimientos para poder resguardarme en caso de verme en peligro.

Me sentí emocionada ante la perspectiva de que me enseñara a defenderme.

Salimos y comenzamos a realizar una serie de movimientos para calentar los músculos de forma lenta y progresiva.

Sus movimientos eran tan suaves que parecía una danza esbozada para los sonidos de la montaña.

Era increíble cómo, después de haber estado convaleciente tantos días, podía moverse con esa agilidad y fuerza física.

Poco a poco, iba indicándome cómo hacer los ejercicios, haciendo mucho hincapié en acompañar cada movimiento, con una respiración adecuada para no cansarme.

Así transcurrió el primer día. Se la notaba cansada, aunque yo también lo estaba.

Después de asearnos, comimos algo. La obligué a que se echara a descansar mientras yo hacía las labores de la cabaña.

Al día siguiente seguimos con la misma rutina.

Los ejercicios básicos para tener equilibrio y agilidad. Esto me recordaba a la película de Karate Kid. Yo quería aprender golpes mortales, pero ella pacientemente me explicaba que eso no funciona como en las películas, primero tenías que enseñar a tus músculos.

Al cabo de una semana, subimos el colchón a su lugar, ya que Mei tenía fuerza suficiente para hacerlo.

Yo no le había vuelto a aplicar el ungüento, lo hacía ella sola. Cuando se ponía manga corta en los entrenamientos, pude apreciar que sus moratones prácticamente habían desaparecido.

Algunas veces intenté hablar con ella para saber más sobre su vida, pero siempre obtenía la misma respuesta: "es mejor que sepas lo menos posible". Esto me ponía bastante mal humor.

Finalmente, después de un par de semanas, comenzamos a avanzar.

Temprano, realizábamos la rutina de ejercicios, que; cada vez mejor, ejecutaba mejor.

Luego, ella me enseñaba un par de golpes simples, los cuales, debido a mi inexperiencia y falta de coordinación, tardaba bastante en realizar bien.

Ella lo hacía tan fácil, y tan rápido ; que me sentía fatal cuando, a pesar de mi entusiasmo, fracasaba estrepitosamente en el desarrollo del bloqueo o del golpe que me estaba enseñando.

Hacíamos juntas las labores de la cabaña, como partir leña, cocinar, etcétera ; y por la tarde ella iba a correr mientras yo seguía practicando lo aprendido. Por la noche, ella leía y yo trabajaba con los algoritmos.

Después de un mes, comenzamos a practicar cuerpo a cuerpo. Ella intentaba golpearme muy despacio para comprobar mi equilibrio y reflejos. Caí tantas veces al suelo que perdí la cuenta, pero sin perder las ganas, volvía a levantarme e intentaba defenderme nuevamente. Pacientemente, ella corregía mis errores.

De una forma progresiva fue acelerando los ataques. Lanzaba un golpe rápido con su puño derecho, yo me movía con agilidad y esquivaba el golpe. Ella contratacaba con una patada baja a las piernas y yo bloqueaba el ataque, pero con un rápido movimiento de la palma de su mano, me golpeaba el pecho haciendo que cayera al suelo.

La práctica continuó, ella atacaba y yo defendía o esquivaba.

Después de dos horas haciendo lo mismo, apenas tenía fuerzas para sostenerme en pie, por lo que no pude sortear el puñetazo que me golpeó de lleno en la cara, haciendo que cayera de mala forma y que mi cabeza golpeara el suelo, quedando inconsciente al instante.

El algoritmo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora